Por: José Ayala Lasso
Hace poco, la prensa reveló una relación sentimental del
presidente Hollande, que puso fin a la que mantenía con quien desempeñaba las
funciones de Primera Dama de Francia. Ante las serias consecuencias que se
produjeron, se preguntó a Hollande si estaría pensando en demandar a la revista
que hizo pública dicha relación privada. La respuesta del Jefe de Estado
francés es digna de análisis por su seriedad doctrinaria y espíritu
democrático. Recordó que, en su condición de Presidente, goza de ciertos
privilegios e inmunidades que le colocan en una situación de ventaja frente a
cualquier francés.
En tales circunstancias, iniciar un procedimiento ante la
justicia equivaldría a utilizar sus inmunidades en desmedro de la igualdad ante
la ley, que constituye un principio fundacional de la República. No quiso que
los atributos legales de su autoridad pesaran en una acción judicial en contra
de un connacional.
En el fondo, todas las doctrinas relativas a inmunidades
consagran una situación de desigualdad. Aun en los albores mismos de la Revolución
Francesa, al aprobar ciertos privilegios para la autoridad, resonó en la
Asamblea la voz del "incorruptible" Robespierre, quien votó a favor
de tal moción, pero añadió que la verdadera igualdad nacerá cuando todos los
privilegios sean eliminados. El fundamento de esta doctrina no es otro que el
reconocimiento de la responsabilidad de cada uno de los seres humanos por sus
acciones y decisiones. Todos debemos responder de igual manera y en iguales
condiciones, pensaba Robespierre. A pesar de estos ideales que deberían
orientar la vida social y política en todos los estados, la realidad nos enseña
que al ejercicio de ciertas funciones, va usualmente unido un tratamiento
especial que se considera indispensable para facilitar la función pública del
Jefe de Estado, los miembros de los parlamentos o los diplomáticos, por
ejemplo. En otro contexto, pero con el mismo fundamento, algunas legislaciones
penales han creado figuras delictivas -que cada vez encuentran más opositores y
críticos- para proteger la llamada "majestad del poder". La respuesta
dada por Hollande a quien inquirió sobre su voluntad de enjuiciar a un medio de
información pública es ejemplar y debe invitar a la reflexión. En el Ecuador,
en cambio, altas autoridades del Gobierno no han dudado en instaurar
procedimientos legales contra ciudadanos. Aun cuando la acción judicial hubiese
sido promovida "a título personal", es obvio que en el espíritu de
los jueces no puede haber dejado de pesar la condición oficial del querellante,
lo que explica, en algunos casos, los fallos emitidos por quienes, en lugar de
mantener vendados los ojos para asegurar la imparcialidad de la justicia, han
dejado un resquicio para mirar cómo reacciona o puede reaccionar el poder, a
fin de sentenciar en consecuencia.
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