Por: Juan Valdano
Nada hay más incómodo para el poderoso que el hecho de que se
rían de él. El autoritario no soporta la risa, peor el chiste. El humor
fastidia al poder porque lo despoja de solemnidad, lo desnuda, lo deja
indefenso. Los dictadores detestan la imaginación porque es subversiva. Los
bufones de las cortes reales sabían que ejercían un oficio peligroso. Si el
tono con el que recitaban sus ocurrencias no era del agrado del déspota
terminaban entre los tres palos de la horca. No ha habido dictador que se
precie de tal que no haya invocado la "majestad del poder" para
reprimir cualquier alusión irónica a su persona o a su Régimen.
Esto no lo digo
yo, lo proclama la historia, espejo de costumbres, que nos muestra que así ha
sido siempre. Francisco de Quevedo, el gran poeta castellano, se atrevió a
rimar unos versos zumbones y severos en los que le cantaba las verdades al
omnipotente Conde-Duque de Olivares. El atrevimiento le costó años de prisión
en la torre de San Marcos de León. En la Alemania nazi se castigaba a todo
aquel que osaba llamar Adolf a su perro. Charles Chaplin parodió a Hitler en su
película "El gran dictador"; el filme fue prohibido. En 2006, un
periódico danés publicó unas caricaturas jocosas sobre Mahoma. Ayatolas y
musulmanes demandaron la cabeza del blasfemo. Por lo visto, el poder y el humor
nunca se han llevado bien. El poder busca rodearse de grandiosidad y ceremonia,
teatralidad y grandilocuencia, trompetas y alfombras rojas. El humorista mira
este espectáculo no desde la platea, no desde la poltrona de los aplaudidores
sino tras las bambalinas y a hurtadillas, allí donde la tramoya fabrica
ilusiones de gloria, allí donde se cuelgan las máscaras. Y cuando la farsa
palabrera concluye, el humorista (entre irónico y regocijado) da su versión de
aquello que se supone es serio, devela el lado ridículo que, a veces, segrega
la vida. La clave del humor es esa: caricaturizar, exagerar, mas no mentir;
presentar el perfil incongruente de la realidad. El humor es irreverente,
irrespetuoso, libre y transgresor y, en este juego, es probable que a alguien
no le guste la alusión que el humorista le endilga. Mas, cabrearse por ello, no
cabe. El humor preserva la salud mental, promueve la autocrítica. ¿Hay
intocables a quienes no se les puede representar desde la óptica del humorismo?
La pregunta no tendría sentido en países como Francia o los Estados Unidos
donde campea la libertad de expresión. Volvamos a la historia: para combatir
las dictaduras del siglo XIX Juan Montalvo esgrimió su arma predilecta: la
sátira, el humor negro y el sarcasmo, su pluma soberbia, dardos que alcanzaron
el corazón de los tiranos, fuego que inflamó de coraje al pueblo. Todo déspota
sabe que el humor es arma sutil: llega a desequilibrar famas y jerarquías.
Razón para aborrecerlo.
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