martes, 29 de noviembre de 2016

El fatal accidente del Chapecoense en Medellín y otras tragedias aéreas que han enlutado el fútbol

mguaman

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Martes 29 de Noviembre de 2016 - 8:21
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  • El avión de la Aerolínea Europea Británica (BEA, por sus siglas en inglés) chocó contra una casa en su tercer intento por despegar bajo una tormenta de nieve.
El fútbol nuevamente está de luto.
 
La mayoría de los miembros del club brasileño Chapecoense murió este lunes en el accidente del avión en el que viajaban a Medellín, Colombia, para disputar el partido de ida de la final de la Copa Sudamericana frente al Atlético Nacional.
 
Sólo hubo seis sobrevivientes entre las 81 personas que se encontraban a bordo, entre ellos sólo dos futbolistas.
 
Es la última tragedia que se suma a una larga lista de siniestros en los que el fútbol perdió jugadores y personas vinculadas al mundo del balón.
 
En BBC Mundo recordamos otras jornadas en las que el deporte se vistió de luto.
 
4 de mayo de 1949
 
Restos del avión que se estrelló contra la Basílica de Superga.
 
Restos del avión que se estrelló contra la Basílica de Superga.
 
Conocida como la tragedia de Superga, murieron 22 integrantes del equipo italiano Torino, incluyendo 18 jugadores, cuando el avión en el que viajaban se estrelló contra la basílica ubicada en esa zona al este de Turín.
 
6 de febrero de 1958
 
Equipo de Manchester United
 
El equipo titular con el que Manchester United enfrentó al Estrella Roja de Belgrado en un partido por la Copa de Europa.
 
 
Un avión en el que viajaban los miembros del Manchester United inglés se accidentó en Múnich, Alemania, y murieron 23 personas, entre ellos ocho integrantes del equipo. Entre los siete sobrevivientes se encuentra Bobby Charlton y el entrenador Matt Busby.
 
3 de abril de 1961
 
Ocho jugadores del ahora extinto club chileno Green Cross murieron al estrellarse el avión en el que viajaban en la región de Las Lástimas, ubicada a 350 kilómetros al sur de Santiago, en la cordillera de Los Andes. Dos personas del cuerpo técnico también fallecieron en el siniestro.
 
26 de septiembre de 1969
 
El entrenador Eustaquio Ortuno, su ayudante, 16 jugadores y dos directivos del equipo boliviano The Strongest perdieron la vida n un accidente en el que murieron las 74 personas a bordo del avión Douglas DC-6B. El siniestro es conocido como la Tragedia de Viloco, región montañosa del Departamento de La Paz.
 
8 de diciembre de 1987
 
Sólo una persona, el piloto, sobrevivió en el accidente del avión que transportaba al equipo peruano Alianza Lima y que cayó al mar frente a la localidad de Ventanilla, cerca de Lima. El entrenador Marcos Calderón y 16 jugadores perdieron la vida.
 
28 de abril de 1993
 
Objetos que llegaron a la orilla pertenecientes a la selección de Zambia.
 
Objetos que llegaron a la orilla pertenecientes a la selección de Zambia.
 
 
Todos los miembros de la selección de Zambia, 18 jugadores y cuerpo técnico, fallecen cuando el avión en el que viajaban desde Port Louis, en las Islas Mauricio, hasta Dakar, en Senegal, se precipitó al mar.
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Dos residentes miran a través de las ventanas de su casa en La Habana, Cuba, el sábado 26 de noviembre, un día después de la muerte de Fidel Castro. CreditRamon Espinosa/Associated Press
Sus manos son muy blancas y sus dedos son largos, como de brujo. Sus dientes son amarillos. Yo tengo diez años —1999 o 2000— y estoy muy nervioso: de pie frente a un micrófono, él frente a otro. Miro su uniforme, sus botas y su zambrán. Él me pregunta qué quiero ser de grande y le digo, por decir algo, que médico. Él se alegra. Le gustan los médicos. Es lo que más le gusta. Es su carta de presentación.
Estamos en televisión, en cadena nacional para todo el país. Hablamos un par de minutos. El resto de los pioneros escucha con atención. También las maestras. Las maestras tienen el mal gusto de reprender si uno dice algo fuera de tono delante de las visitas. Pero yo no digo nada demasiado atrevido. Luego me abraza y creo que me besa. Lo quiero mucho, tanto.
Pasan los años, es 31 de julio de 2006, estoy en la sala de mi casa y se interrumpe la programación televisiva. Un presentador hosco anuncia que Fidel Castro se ha enfermado y que su vida peligra. Mi padre me acompaña. Mi padre ha hecho un largo recorrido para llegar a esta noche. Creció en una casa de guano con piso de tierra, se fue a Angola de misión internacionalista, se graduó de Medicina y ahora fuma, aplasta el tabaco en el cenicero, se hunde en el asiento y llora.
La imagen es impresionante porque lo único que se mueve en su cuerpo son las lágrimas. Todo él un músculo tieso, comprimido, que de repente se empieza a desbordar, como un corte mínimo y elegante en la piel. Yo intento imitarlo. Hago pucheros, pero no hay nada en mí que tenga que ser vertido. Me mojo los dedos con saliva y me embarro los lagrimales con disimulo.
Nadie como Fidel Castro logró abrir una distancia tan insondable entre su nombre y su apellido, entre las cargas semánticas de ambos. Partió su país a la mitad, y hubo gente que se cobijó en su nombre, hubo gente que se exilió en su apellido, y hubo gente que se fue por el despeñadero. Yo vengo de ahí, de esa fractura.
En noventa años tuvo muchas muertes y sobrevidas. Fue, sucesiva y a veces simultáneamente, el guerrillero romántico, el nacionalista revolucionario, el campeón del pueblo, el líder carismático y mesiánico, el estadista audaz, el marxista convencido, el caudillo latinoamericano de fusta y espuela, el estalinista feroz, el dictador megalómano.
Aquella noche de 2006, moría el peor Fidel Castro de todos, un gobernante obstinado y diletante, y nacía el más inofensivo, una sombra decrépita que se gastó los últimos diez años de vida física trazando —con la misma voluntad de hierro de todas sus empresas— la caricatura de sí mismo, publicando panegíricos y galimatías tragicómicos en las páginas de la prensa nacional.
Ese es el Fidel Castro de mi vida adulta, un sujeto que en la discusión de su legado no puntúa. No hay pathos en nuestra relación, aunque a mis diez años él me haya hecho creer que sí y aunque así lo hubiera querido yo en 2006. Todo el mundo va a enterrar ahora al Fidel Castro que siente, que debe y que quiere enterrar. Pero lo único que ha muerto —muertas ya todas las figuras anteriores— es el anciano consumido y encorvado, con los ojos hundidos, la mirada vidriosa y el peso insoportable de sus cadáveres encima.
Esto quizás pueda entenderse como un pulso generacional. Visto el odio o el amor que es capaz de despertar, y sabiendo por mi cuenta cómo huelen el amor o el odio, sé que estuvimos muy lejos de ese punto. Los sentimientos que Fidel Castro me inspira son diluidos, volátiles, ropa de segunda mano. Me inspiran más bien las reacciones de las personas a las que Fidel Castro les inspiró algo: la rabia preciosa de Reinaldo Arenas, las lágrimas hondas de mi padre.
He vivido el fin de un régimen, y nadie que verdaderamente haya creído alguna vez en la Revolución justiciera puede decir, si es honesto, que esta catástrofe es su legado. El silencio de La Habana, el primer día del después, es proverbial. La alegría de Miami es predecible. Ambas son obras suyas. Es profundamente desolador, pero también significativo, que después de tanto Cuba se encuentre en estado tribal, sin nada edificante que decirse a sí misma y sin deseos tampoco de decírselo.
Fidel Castro, que fue muchas cosas —incluso, en los últimos años, su reverso—, ha zarpado definitivamente este 25 de noviembre de 2016, justo 60 años después de que el yate Granma zarpara de las costas de Tuxpan, México. Si la profecía se cumple, va a pasar siete días en el mar de la muerte, y luego tocará tierra en algún lugar.
LA HABANA — Cuando Fidel Castro entró victorioso a La Habana el 8 de enero de 1959, Juan Montes Torre corrió a las calles para celebrar. Un jornalero pobre y sin educación, proveniente del campo en el este de Cuba, había llegado a la capital hacía unos cuantos años y, al igual que la mayoría de sus vecinos, casi no daba crédito a lo que sucedía.
“Estaba en shock”, recuerda Montes. “Esos barbudos, mal vestidos, ¡ganaron! ¡Y en nombre de los pobres!”.
Desde ese momento, Montes, que tenía 25 años, le fue fiel a Castro, quien murió el viernes. La Revolución le dio educación, una casa y un trabajo como policía en el que llegó a cuidar al comandante en algunas ocasiones.
Pero con el paso de los años esa lealtad se fue desdibujando de generación en generación en la familia Montes, y en Cuba en general. Las opiniones de su hijo se oscurecieron hace varias décadas, durante el forcejeo con las restricciones del gobierno de Castro. Rocío, su nieta adolescente, ha pasado la mayor parte de su juventud sintiéndose abatida por la situación de su país.
“Hay muchos cubanos que se levantan todos los días a batallar y batallar… y nada más”, dijo en una entrevista. “Mi sueño es irme”.
La historia de fe y desilusión de los Montes es muy común. Las familias cubanas han estado discutiendo sobre Castro desde que tomó el poder. Su muerte ha producido un intenso choque de emociones para muchos ciudadanos que reconocen que fue mucho más que solo un personaje político. También fue el hermano, padre y abuelo de varias generaciones cubanas: una presencia familiar cuyos ideales, caprichos y ego moldearon la identidad y la vida diaria de todos.
Tanto para sus fanáticos como para sus adversarios, Fidel siempre estaba ahí con sus discursos de cuatro horas, sus carteles espectacularesy sus consignas rimbombantes (“¡Socialismo o muerte!”) que produjeron triunfos tempranos en educación y atención médica, junto con restricciones a la libertad de expresión, de reunión y, después, con las constantes fallas económicas.
Su relación con el país era notablemente personal. Robert A. Pastor, un antiguo consejero sobre América Latina del presidente Jimmy Carter, decía que Fidel era uno de los pocos líderes mundiales a los que se le llamaba por su nombre de pila. Muchos cubanos se sienten cómodos al definirlo como un familiar complicado.
“Tienes que ver esto con la cabeza fría: es como el padre que siempre ha estado allí, que ha sacado adelante a la familia en las buenas y en las malas”, dijo en una entrevista Carlos Alzugaray Treto, un antiguo diplomático cubano. “A veces no estás de acuerdo con él, pero la mayor parte del tiempo estás de acuerdo con lo que ha hecho”.
Sin embargo, Fidel no era alguien a quien todos amaban. También era el Líder Máximo, carismático pero rabioso, un guerrillero cuyo nombre muchos cubanos no quieren pronunciar. Como gobernó durante muchas décadas, su impacto —y la manera en que se percibía— cambió con el tiempo. Los cubanos nacidos antes de la Revolución lo consideraban una fuerza transformadora, para bien o para mal. Los que nacieron después, especialmente tras la caída de la Unión Soviética en 1989, tienden a verlo como una terca barrera ante las oportunidades económicas y la integración con el resto del mundo.
En vida, a menudo fue un enigma; muerto, para las familias cubanas como los Montes, es una mezcolanza de imágenes contradictorias, desde la del joven rebelde inspirador hasta la del viejo desconectado.

El padre

Montes escuchó hablar por primera vez de los barbudos rebeldes cuando recogía café y frutas en los campos de la provincia de Guantánamo, al este de Cuba. Era a principios de la década de 1950 y los campesinos pobres de la zona habían comenzado a unirse, rebelándose en contra de los ricos terratenientes. Castro era uno de los líderes que exigían mejores condiciones de trabajo.
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Una pareja en La Habana el sábado, un día después de que Castro murió, a los 90 añosCreditYamil Lage/Agence France-Press – Getty Images
El 26 de julio de 1953, Castro orquestó su primer ataque importante que fue el asalto al cuartel Moncada en Santiago de Cuba, ahora la segunda ciudad más importante del país. Castro fue atrapado y tres meses después se defendió en la corte con un largo discurso que incluyó la frase: “La historia me absolverá”. Para ese entonces, Montes había decidido mudarse a La Habana para apoyar a Castro y su guerrilla.
“Había mucha injusticia”, recuerda. “Golpes de Estado, crímenes. Al gobierno no le importaba para nada la gente”.
En comparación con sus vecinos, Cuba estaba bien en 1958, con un ingreso per cápita que en América Latina solo superaban Argentina y Venezuela, de acuerdo con las estadísticas de las Naciones Unidas. Sin embargo, la economía no tenía movilidad y la desigualdad era inmensa. En las zonas rurales, donde creció Montes, más del 90 por ciento de los hogares carecían de electricidad. En La Habana las calles estaban llenas de una combinación de portentosos Cadillacs y pordioseros harapientos.
Después de llegar al poder en 1959, Castro prometió un cambio radical. “Hemos luchado para dar libertad y democracia a nuestro pueblo”, dijo unos días después de su arribo triunfal a La Habana. Cumplió, dijo Montes. Durante los meses siguientes, el gobierno de Castro anunció planes para una reforma que otorgara tierras a los pobres, impuestos del 80 por ciento a los autos lujosos y un gasto adicional del gobierno para reducir el desempleo.
En diciembre de ese año, Montes fue contratado como policía. Se trató de su primer empleo estable desde que llegó a La Habana e incluía educación gratuita; eso lo llevó desde el cuarto grado de primaria a obtener un diploma de preparatoria. El orgullo que sentía de haber ascendido a la clase media puede observarse en fotografías familiares de la época, en las que su esposa porta collares nuevos al lado de su sonriente marido. Incluso a sus 80 años, habla de sus primeros años en la fuerza policial con la emoción de un nuevo cadete.
“Cuando alguien cometía un crimen, lo arrestábamos, pero siempre con un sentido de justicia”, dijo. “No abusábamos de nadie. Había un proceso para todos. No era solo con las clases altas”.
Desde afuera, en especial en Washington, Castro parecía estar poniendo de cabeza al sistema de justicia cubano, ejecutando sumariamente a sus opositores y llenando las cárceles cubanas. No obstante, Montes dijo que vio cómo se profesionalizó la fuerza policial cubana que alguna vez se consideró como una colección de rufianes corruptos. Entre 1959 y 1962, según Montes, los cubanos de todo el país estaban ansiosos por trabajar con Castro.
Sin embargo, había enemigos cerca, la mayoría eran ricos exiliados cubanos que habían huido cuando Castro comenzó a nacionalizar las empresas. Contaban con el apoyo de Estados Unidos y cuando atacaron en Bahía de Cochinos el 17 de abril de 1961, Montes custodiaba la casa de Celia Sánchez, una famosa guerrillera que fue la amante y confidente de toda la vida de Castro.
Montes recuerda que, cerca de las 4:00 a. m., hubo una actividad frenética adentro. Minutos después salió Castro, rodeado de guardias armados.
“Se veía calmado”, recuerda Montes. “Nadie supo lo que sucedía. Nadie supo que nos habían atacado”.
La Crisis de los Misiles y el bloqueo comercial de Estados Unidos solo fortalecieron la mentalidad paranoica de Castro, quien argumentó una y otra vez que Cuba debía mantenerse bajo un estricto control si no querían que los imperialistas del norte invadieran la isla y la convirtieran en un feudo de Estados Unidos.
Montes relató que a menudo sentía que sus familiares estaban equivocados al criticar a Castro, incluyendo a algunos que se habían ido a Estados Unidos. “La Revolución es un proceso”, dijo. En su casa en el barrio Vedado, en La Habana, miró hacia la casa de su hijo, al lado de la suya. “No ven las cosas con claridad”, dijo. “No se dan cuenta de que tuvieron la oportunidad más grande del mundo: la oportunidad de estudiar”.
Dijo que desea que los cubanos más jóvenes de su familia puedan ver el contexto más amplio. “Antes de la Revolución, éramos una familia pobre, sin educación y humilde”, dijo. “Entonces hubo un cambio. Es un cambio radical que aún está madurando”.

El hijo

La entrada a la casa de Juan Carlos está cubierta de viñas verdes con racimos de uvas ácidas. Hace más de una década, tenía un restaurante privado, o paladar, como los llaman en Cuba. También le rentaba cuartos a turistas hasta que desarrolló un nuevo negocio en el que usa su pasaporte español para viajar a Panamá a comprar ropa y otros artículos que vende en La Habana.
Es miembro de lo que podría llamarse la generación del “resuelve”: quienes aprendieron a resolver o negociar por el desabastecimiento, las regulaciones y las ineficacias del socialismo cubano en su fase tardía. Si la imagen de su padre de Castro y la Revolución estuvieron moldeadas por los cambios de los cincuenta y sesenta, la suya se esculpe con la transición de la abundancia de los ochenta a escarbar para encontrar comida en los noventa.
El cambio fue significativo. Cuando cayó la Unión Soviética, Cuba perdió un patrocinador que le había provisto unos 4 mil millones de dólares anuales en créditos y subsidios. La economía se contrajo un 34 por ciento de 1990 a 1993 y hubo escasez crónica de gasolina, jabón, comida… prácticamente de todo.
Los funcionarios cubanos reconocieron en 1990 que el país había entrado en un “periodo especial”. Estaba implícito que Cuba necesitaría hacer algunas excepciones a la regla. En 1993, Castro legalizó el dólar estadounidense y permitió que los cubanos trabajaran en decenas de industrias, en particular aquellas que le prestaban servicios a los turistas. Los estudiosos todavía discuten el grado en que Cuba adoptó el capitalismo durante ese periodo, pero Juan Carlos fue uno de los muchos que sacaron provecho de eso.
Entonces tenía 31 años y ya se sentía frustrado por la forma en que funcionaba el gobierno de Castro. Durante sus veinte, trabajó en una agencia aduanal de Cuba, al igual que lo había hecho su padre después de retirarse de la fuerza policial. Lo que vio Juan Carlos, dijo, fue un sistema antidemocrático que premiaba el silencio en lugar de la iniciativa.
Contó que su frustración llegó a su punto máximo a fines de la década de los ochenta, cuando sufrió el desprecio de los funcionarios del Partido Comunista por reunir recomendaciones de colegas para mejorar la agencia. Creyó que hacía lo que el socialismo veneraba: organizar a los trabajadores.
“Pero los tipos del partido solo me dijeron: ‘Eso no está bien. Aquí están las cosas de las que vamos a hablar y tú no te pares a hablar’”, recordó.
Juan Carlos sacudió la cabeza y rio como expresando un sentimiento al que los cubanos han recurrido desde hace tiempo para describir los desacuerdos con el gobierno: “No es fácil”.
Dejó su empleo justo antes de la caída de la Unión Soviética. Durante los años siguientes trabajó en hoteles. Cuando Castro legalizó los restaurantes pequeños, Juan Carlos decidió abrir uno junto con su esposa, pero había un problema: requería un permiso del Comité Local para la Defensa de la Revolución, el comité de vigilancia del partido en el vecindario, pero el grupo no se había reunido en años. Así que se postuló a sí mismo para dirigir el grupo y consiguió que sus vecinos apoyaran su candidatura.
“Me convertí en presidente para poder abrir el restaurante”, contó.
Sin embargo, el gobierno de Castro nunca se alejó. En la década de los noventa hubo una relativa apertura económica, pero solo de manera intermitente ya que Castro y su hermano Raúl, quien asumió la presidencia en 2006, limitaban el cambio. Los negocios deben mantenerse pequeños bajo leyes que restringen la cantidad de empleados que pueden contratarse. Los insumos deben comprarse al gobierno y la represión es común.
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Una reunión en La Habana el sábado. Los cubanos jóvenes tienden a ver a Castro de manera menos favorable que las generaciones anteriores. CreditRamón Espinosa/Associated Press
Aunque hayan mejorado las relaciones con Estados Unidos, al punto de reabrir embajadas y de la visita del presidente Obama este año, la vida económica de la isla sigue constreñida porque Cuba se mantiene leal al control central.
“Es como un acordeón: se abren un poquito y luego se cierran”, dijo Juan Carlos. “Pero nunca se abren del todo”.
La falta de igualdad económica y racial, que había mejorado en los primeros años de la Revolución, ha empeorado desde la década de los noventa. Los cubanos con negocios pequeños y empleos más lucrativos en el turismo por lo general son de piel menos morena y han ido consiguiendo ventajas con el tiempo. Algunos tienen familiares en Miami. Otros tienen conexiones dentro del gobierno o, como en el caso de Juan Carlos, ancestros españoles y una casa en el Vedado con espacio extra.
Reconoció que le ha ido relativamente bien después de mucho trabajo arduo. Durante una visita invernal, puso un video de la fiesta de 15 años de su hija en el Hotel Nacional. La chica, Rocío, traía un vestido largo y le agradecía a sus padres mientras los invitados bebían y bailaban. Se veía como una pequeña fiesta de graduación. Sin embargo, para Juan Carlos y, en especial, para su hija, una noche de diversión es algo muy distinto a la idea de vivir contentos.

La nieta

Rocío sueña con convertirse en una historiadora de arte. Alta y delgada, describió a Cuba con la sutil sofisticación que resulta de una buena educación y mucho tiempo para reflexionar sobre las cosas. Desde su perspectiva, la isla es un purgatorio, e incluso antes de que muriera, Castro ya era un espectro del pasado; alguien que se estudia en los libros más que alguien que es visto.
“Fidel tenía una gran visión”, dijo.
Sí, hay muchas cosas que dijo amar de la Cuba de Castro: la fresca libertad de sus calles, sin delitos y rara vez con tránsito, o el énfasis en la educación y la cultura. Dijo que a veces temía que pudiera regresar la violencia cuando no estén Fidel ni Raúl Castro.
Sin embargo, al convertirse en adulta ha querido irse. Su hermana mayor ya vive en España. Su mejor amiga se fue de vacaciones a Miami un verano y se quedó; le contó a Rocío sobre los centros comerciales atestados y las impresionantes instalaciones de su nueva escuela. Dice que la mayoría de sus amigos esperan dejar Cuba tan pronto como puedan.
“En mi generación no nos preocupan la política ni los ideales”, dijo. “Solo queremos irnos. En el extranjero puedes lograr mucho más. Puedes obtener reconocimiento por tu trabajo internacionalmente, de parte de todo el mundo”.
La era de los discursos de Castro, la ideología y los sucesos de la Guerra Fría no es el legado que quieren los jóvenes de hoy. Al igual que muchos cubanos jóvenes, Rocío anhela que Cuba se modernice. ¿Por qué no hay acceso abierto y asequible a internet? ¿Por qué no puede entrar fácilmente a Facebook para saludar a su hermana que está en Barcelona? ¿Por qué es tan difícil visitar el Louvre, ya sea en persona o virtualmente?
“Creo que todo el mundo tiene el derecho de obtener la información que desee para pensar y estudiar”, dijo.
Sostiene que es claro que el bloqueo comercial de Estados Unidos no ayudó, pero que la mayoría de los jóvenes consideran que su propio gobierno es el responsable de crear una sociedad de límites.
“Fidel y Raúl comenzaron con una buena idea”, dijo. “Simplemente no lograron lo que dijeron que iban a lograr”.
Ella quiere lo mismo que su abuelo y Fidel Castro querían cuando eran jóvenes: un cambio radical y una oportunidad justa de construirse una vida bajo sus propios términos. Dijo que los cambios de los años recientes que permitieron más empresas privadas y viajes, ofrecen cierta esperanza, “pero no está cambiando al ritmo necesario”.
Fidel Castro está muerto (”Fue un hombre del siglo XX”, dijo Juan Montes en una entrevista el sábado por la noche), y desde hace mucho tiempo Rocío está lista para los cambios que vienen. “No tenemos tiempo que perder”, dijo.

Se estrella avión con futbolistas del Chapecoense brasileño


 

(Actualizado a las 03:00)
Seis de los 81 pasajeros del avión que transportaba a los futbolistas de Chapecoense de Brasil habrían sobrevivido al accidente ocurrido el lunes en el noroeste de Colombia por "fallas eléctricas", informaron este martes fuentes oficiales.
"Al sitio (del accidente) llegó la policía nacional y se está movilizando toda la ayuda posible, puesto que se están reportando 6 sobrevivientes", dijo el aeropuerto José María Córdova de Rionegro, que sirve a Medellín, en un comunicado.
Uno de los sobrevivientes era un jugador de 25 años, indicó el martes el alcalde del municipio de La Ceja, Elkin Ospina, aunque no precisó la identidad del futbolista.
El avión que transportaba a los futbolistas del Chapecoense, que tenían que disputar el miércoles la final de la Copa Sudamericana ante el colombiano Atlético Nacional, se estrelló cerca a Medellín, en el noroeste de Colombia.
"Confirmado, la aeronave con matrícula CP2933 * transportaba al equipo @ChapecoenseReal. Al parecer hay sobrevivientes", indicó el aeropuerto José María Córdova de Rionegro, que sirve a Medellín, en su cuenta en Twitter.
La entidad sostuvo que el accidente ocurrió en Cerro Gordo, en jurisdicción del municipio La Unión, departamento de Antioquia, con el avión que transportaba a nueve tripulantes y 72 pasajeros, entre ellos los futbolistas del club brasileño.
La aeronave de la empresa Lamia viajaba procedente de Bolivia y el acceso al lugar, a unos 50 kilómetros de Medellín, solo puede realizarse por tierra debido "a condiciones climáticas", agregó.
Según las autoridades de aviación, la aeronave — un Aerospace 146 británico para trayectos cortos operado por la aerolínea boliviana Lamia, declaró una emergencia a las 22:00 del lunes por un fallo eléctrico. Autoridades y rescatistas fueron alertados de inmediato, pero un helicóptero de la fuerza aérea tuvo que regresar por la escasa visibilidad.
La aeronave de la empresa Lamia partió de Brasil e hizo una escala en Santa Cruz de la Sierra (Bolivia), donde partió con rumbo a Rionegro, explicó la Dirección de Bomberos de Colombia en un mensaje en las redes sociales.
A bordo de la aeronave viajaban 72 pasajeros y 9 miembros de la tripulación. La radio local dijo que el mismo avión trasladó a la selección de Argentina a Brasil para un juego antes este mes.
"Parece que el avión se quedó sin gasolina", dijo a AFP Elkin Ospina, alcalde del municipio de La Ceja, vecino de La Unión. Según el funcionario, las autoridades ya están en el lugar y los centros médicos se preparan para atender a los heridos.
Al lugar del siniestro, a unos 50 kilómetros de Medellín, solo puede accederse por tierra debido "a condiciones climáticas", agregó el aeropuerto.
La Aeronáutica Civil aseguró en un comunicado que instaló un puesto de mando unificado en el aeropuerto José María Córdova para atender la situación.
En tanto, la alcaldía de Medellín activó su red hospitalaria y envío funcionarios del Departamento Administrativo de Gestión del Riesgo de Desastres al lugar, según informó en Twitter el alcalde Federico Gutiérrez.
Ambulancias y equipos de rescatistas viajaban también a la zona. Por el momento no está claro qué causó el choque.
Chapecoense, que aún no se ha manifestado al respecto, viajaba a Colombia para enfrentar a Atlético Nacional, vigente campeón de la Copa Libertadores de América, en el juego de ida de la final de la Copa Sudamericana en el estadio Atanasio Girardot.

Suspendida la final de la Copa Sudamericana

Tras conocer de la emergencia, la Conmebol informó en un comunicado que "todas las actividades", incluida la final de la Copa Sudamericana, quedaban suspendidas hasta nuevo aviso. La institución "lamenta enormemente lo ocurrido" y su presidente Alejandro Domínguez ya viajaba hacia Medellín.
Jugadores del Chapecoense el pasado 24 de noviembre, cuando clasificaron a la final copera (AFP)
Una fuente de la Conmebol aclaró a la AFP que ello implica la suspensión de "la primera final de la Sudamericana entre Atlético Nacional de Colombia y Chapecoense y el Congreso del organismo deportivo que debía sesionar este miércoles en Montevideo".
Por su parte, Atlético Nacional se solidarizó con el cuadro rival y lamentó los hechos. "Nacional lamenta profundamente y se solidariza con @chapecoensereal por el accidente ocurrido y espera información de las autoridades", escribió en su cuenta en Twitter.
Un video publicado en la página de Facebook del Chapecoense mostraba al equipo preparándose para tomar el vuelo antes el lunes en el aeropuerto internacional Guarulhos de Sao Paulo.
El club de la pequeña ciudad brasileña de Chapeco ascendió a la primera división del futbol brasileño en 2014 por primera vez desde la década de 1970. Se clasificó para la final de la Copa Sudamericana la semana tras derrotar al legendario San Lorenzo argentino. (I)