viernes, 29 de abril de 2016


Los Jugosos Contratos Entre Orlando Perez Y La Alcaldía De Augusto Barrera

Orlando Pérez, director del periódico ‘público´ El Télegrafo, tuvo un jugoso contrato con la Radio Municipal durante la administración de su amigo y entonces alcalde Augusto Barrera.
Documentos de acceso público muestran que el 4 de marzo del 2013, la administración de Augusto Barrera suscribió con Orlando Pérez un contrato por USD 33.600, para que Pérez tenga un espacio en la emisora municipal bautizado como “La Conversa Pública”. Se trató de un espacio radial en el que Pérez entrevistaba a “actores sociales, políticos, etc, etc”, según dice el contrato que está disponible en el Portal de Compras Públicas.

El Plan de Trabajo de Orlando Pérez, que es parte de este proceso contractual, el programa “La Conversa Pública” tenía el supuesto objetivo de “incrementar el debate y la reflexión” y su curioso eslogan era “La Conversa Pública, el primer espacio para pensar en voz alta”. Este programa tuvo níveles bajísimos deaudiencia por la ya desgastada imagen del presentador y su posición parcializada con el régimen.

De esta forma, Orlando Pérez se benefició de la amistad con el exalcalde Barrera, a quien ahora defiende desde las páginas de El Telégrafo y desde su cuenta de Twitter (@OrlandoPerezEC). A partir de la derrota electoral de Augusto Barrera en febrero del 2014, Orlando Pérez también se convirtió en opositor al actual Alcalde de Quito, a quien le ha declarado la guerra a través de noticias sesgadas y llenas de mentiras maliciosas.

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Justo esta semana, Orlando Pérez se rasgó las  vestiduras en su columna al cuestionar que periodistas independientes trabajen honestamente en la Radio Municipal. Lo que a Pérez se le olvidó escribir es que él tenía contratos con la mencionada Radio en el tiempo que tenía de alcalde a su pana Augusto Barrera.


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¿Será que Pérez está dolido porque con la salida de Augusto Barrera se le acabaron sus contratos?

¿Cuántos otros contratos ha tenido el adulador Orlando Perez con el Estado?

Contratos con el municipio

Espere nuestra próxima investigación.

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Claudia Paz y Paz, al centro, con el grupo de expertos independientes, en la presentación de su último informe sobre Ayotzinapa. CreditEdgard Garrido/Reuters
La llegada a México en marzo de 2015 del Grupo Interdisciplinario de Expertos Independientes (GIEI), nombrado por la Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH), para dar asistencia técnica en la investigación de la desaparición forzada de los 43 estudiantes de Ayotzinapa, suponía una oportunidad para todos los involucrados.
Para la CIDH era la oportunidad de poner en marcha un nuevo mecanismo de protección de derechos humanos. Para el Estado mexicano era la oportunidad de enfrentar la crisis generada por los graves hechos mediante un acompañamiento internacional que ayudaría a esclarecer un caso que conmocionó al mundo. Para los familiares de las víctimas, la participación del GIEI era una oportunidad de saber lo que ocurrió realmente la noche del 26 al 27 de septiembre de 2014 en Iguala, determinar quiénes son los responsables de tales crímenes y acercarse a la posibilidad de saber dónde están sus hijos.
Una investigación con garantías de independencia y transparencia habría contribuido grandemente a tender puentes de comunicación entre el Estado y sus ciudadanos, y habría servido también para reparar la confianza de los padres y las madres de los 43 estudiantes desaparecidos.
Durante los seis primeros meses, los cinco integrantes del GIEI trabajamos intensamente entrevistando a familiares de las víctimas, sobrevivientes, testigos, funcionarios y acusados. Estudiamos el expediente de 85 tomos con más de 50.000 folios y realizamos análisis especializados en áreas específicas del proceso. También volvimos a examinar las escenas del crimen y ayudamos a reiniciar la comunicación entre los familiares y el Estado mexicano.
Cuando presentamos nuestro primer informe de trabajo, en septiembre de 2015, teníamos una serie de certezas. Las autoridades en materia de seguridad municipal, estatal, federal y militar estaban enteradas de la llegada de los estudiantes desde las cinco de la tarde y monitoreaban sus movimientos antes de llegar a la ciudad de Iguala y dentro de ella. También pudimos determinar que los estudiantes no habían llegado a esa ciudad con la intención de boicotear un acto político, sino de forma circunstancial.
No hubo un enfrentamiento entre la policía municipal y los estudiantes.
Pero el mayor hallazgo fue el siguiente: los estudiantes no portaban armas. Fueron detenidos, agredidos y heridos; 43 de ellos fueron desaparecidos mientras que policías de al menos dos municipios ejecutaron a seis personas. Aun más, la tesis oficial de que el destino final de los estudiantes fue el basurero municipal de Cocula, a unos 15 kilómetros de Iguala, no se sustentaba con la evidencia recogida en la investigación.
El informe también señaló que en la investigación se había ocultado la existencia de un autobús en el que viajaban esa noche los estudiantes normalistas que sobrevivieron al ataque. Lo habían tomado en la Central de Autobuses para asistir a un acto conmemorativo en los próximos días. El ocultamiento de este autobús junto con el descubrimiento de que se utilizan autobuses de pasajeros para el traslado de heroína de Iguala a la ciudad de Chicago, en Estados Unidos, llevó al GIEI a plantear una hipótesis sobre el móvil de los ataques: los estudiantes habrían tomado por equivocación un autobús en el que podría estar siendo transportada heroína o dinero. El ataque en su contra obedecía al interés de los perpetradores de recuperar el cargamento.
En octubre de 2015, la CIDH y el Estado mexicano acordaron las bases para un segundo periodo de acompañamiento al caso. Según el acuerdo, un nuevo equipo debía hacerse cargo de las pesquisas siguiendo las nuevas líneas de investigación propuestas en el primer informe y en el proceso debía actuarse con absoluto respeto a las víctimas.
Casi desde el inicio de esta nueva etapa, los espacios que se habían abierto empezaron a cerrarse. El Estado mexicano mantuvo su negativa a que el GIEI entrevistara a los integrantes del 27 Batallón de Infantería que habían presenciado, fotografiado e informado de la detención de los estudiantes antes de su desaparición. Tampoco entregó documentos militares cruciales para el esclarecimiento de los hechos. El nuevo equipo de la Procuraduría General de la República llegó a tener el caso solo formalmente, ya que el anterior continuaba guiando la investigación a través de detenciones en flagrancia de nuevos inculpados, con las que luego iniciaba investigaciones paralelas. Cada nueva captura suponía una versión de los hechos que intentaba rescatar partes de la versión oficial.
Durante los siguientes seis meses la investigación de la hipótesis del móvil de trasiego de heroína de Iguala a Chicago no tuvo progreso. Las solicitudes del GIEI para avanzar en ese sentido fueron diferidas. Al final de este segundo periodo era evidente que el gobierno mexicano no propiciaría las condiciones que nos habrían permitido continuar nuestra tarea.
A pesar de esta falta de voluntad, el segundo informe del GIEI arroja nuevas evidencias sobre los hechos y sobre todo lo que sucedió después de los mismos. Las instituciones de justicia en lugar de actuar para acotar el daño, lo profundizaron, al perder evidencia, desproteger a las víctimas y descuidar la atención y seguimiento del caso.
La labor del GIEI ha contribuido a esclarecer los hechos y mostrar las profundas deficiencias del sistema de justicia penal mexicano. El GIEI también ha formulado recomendaciones para enfrentar el problema de las desapariciones forzadas en México. Estos son aportes significativos en la lucha por alcanzar el pleno respeto de los derechos humanos en el país.
Los informes del GIEI deben ser vistos como un mapa de ruta para alejar a México de la impunidad que hoy lo tiene profundamente lastimado.
El Estado mexicano debe hacer frente al grave problema de derechos humanos que le aqueja. Cerrar los ojos e impedir una investigación independiente no son las mejores formas para lograrlo. Al contrario, debe tomar todas las medidas necesarias para el completo esclarecimiento del caso, incluyendo la búsqueda de los desaparecidos y la identificación, juzgamiento y sanción de todos los responsables. Hay 43 padres y madres que siguen esperando a sus hijos. Ellos necesitan y merecen saber dónde están. Pero no olvidemos que, tristemente, este no es el único caso en México. En años recientes más de 25.000 personas han desparecido dejando una grieta inmensa en el alma del país.
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Recolección de firmas en Caracas, Venezuela, para pedir la remoción del Presidente Nicolás Maduro. Este país es el segundo de la región, después de Brasil, que inicia un proceso de destitución. CreditMiguel Gutiérrez/European Pressphoto Agency
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CARACAS — El martes pasado, el Consejo Nacional Electoral de Venezuela le entregó a la oposición venezolana el modelo de planilla para recoger firmas y comenzar formalmente el proceso de destitución del Presidente Nicolás Maduro.
La decisión del organismo electoral —controlado por el gobierno socialista de Maduro que ya se había resistido a entregar los papeles— despertó las esperanzas de los políticos opositores que controlan la Asamblea Nacional y han jurado expulsar al presidente para fines de año.
Venezuela es el segundo país de la región que inicia el proceso de remoción de su mandatario. Este mes, la Cámara Baja del Congreso de Brasil aprobó la destitución de la Presidenta Dilma Rousseff por las acusaciones de uso indebido de los fondos estatales.
El martes, los políticos de la oposición venezolana aseguraron que recogerán las firmas para continuar con el proceso de destitución. “Estamos luchando por el futuro del país y no vamos a descansar”, dijo Tomás Guanipa, diputado y líder del partido Primero Justicia. “Vamos a derrotar todos los obstáculos que el gobierno y el Consejo Nacional Electoral pongan en nuestro camino”.
Maduro ha calificado esta iniciativa como un golpe de Estado. “Ellos van por ahí diciendo: ‘Nuestra hora ha llegado'”, dijo sobre sus oponentes la noche del martes en un discurso televisado. “Su hora nunca llegará”.
Para convocar un revocatorio la oposición debe recoger las firmas del uno por ciento de los votantes elegibles. En una segunda etapa, el 20 por ciento de los electores debe apoyar la propuesta. Los opositores tendrían que ganar el revocatorio con más votos de los que Maduro obtuvo en las elecciones, un poco menos de 51 por ciento.
Si Maduro es destituido este año, deberá celebrarse otro proceso electoral para escoger un nuevo presidente. Una coalición de partidos opositores ya derrotó al Partido Socialista Unido de Venezuela (Psuv) en las elecciones parlamentarias de diciembre. Pero Maduro sigue controlando la mayoría de las instituciones venezolanas.
El hecho de que el ente electoral le entregara los documentos a la oposición fue una sorpresa para muchos en Venezuela. Los líderes opositores dijeron que los anteriores intentos fueron ignorados por el consejo, incluso un encuentro se tornó violento.
Luis Pedro España, sociólogo y politólogo venezolano, dijo que el gobierno tratará de retrasar el proceso hasta el próximo año. Si se logra, Maduro podría renunciar y su vicepresidente completaría el resto del periodo.
“El gobierno no tiene ninguna posibilidad de ganar una elección y lo sabe”, dijo. “Eso se vio en las urnas, en los resultados de las elecciones de diciembre, y por las condiciones impuestas por la crisis que enfrenta el país”.
La popularidad de Maduro se ha desplomado mientras el país sufre la peor crisis económica que se recuerde, así como las altas cifras de hechos delictivos y una escasez crónica de bienes básicos.
Los precios del petróleo, que financiaron la ambiciosa agenda socialista de Chávez, se han derrumbado y el Fondo Monetario Internacional predice una inflación de tres dígitos. El país ha racionado la electricidad que comienza a agotarse, y la escasez obliga a que la gente haga filas durante horas para comprar artículos básicos como huevos y leche.
El martes, el gobierno declaró que los miércoles y jueves no se trabajará en las instituciones del gobierno para ahorrar electricidad. Esto se añade a los viernes, que ya se habían declarado libres. El gobierno también dijo que los niños no asistirán a la escuela los viernes.
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Mélida visita la tumba de una prima que, como ella, fue reclutada a una edad temprana por los guerrilleros en Colombia. CreditJuan Arredondo para The New York Times
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CALDAS, Colombia — Mélida solo tenía nueve años y jugaba cuando los combatientes de la guerrilla se la llevaron con la promesa de darle de comer. Durante los siete años siguientes, los rebeldes la tuvieron prisionera y la obligaron a convertirse en una niña soldado.
Su familia pensó que había muerto en combate. Años después, Mélida regresó repentinamente a su aldea cuando tenía 16 años; llevaba una pistola y una granada. Solo su abuelo la reconoció… por la marca de nacimiento que tenía en la mejilla.
Al día siguiente, los militares del gobierno rodearon su casa; los había llamado un informante que quería la recompensa por encontrarla.
“Me enteré de que mi propio padre me había delatado”, recordó.
Colombia se acerca a un acuerdo de paz para terminar con medio siglo de guerra, uno de los conflictos más largos del mundo.
Se han asesinado a más de 220.000 personas, lo que ha generado un país extremadamente dividido sobre cuál es el papel que deberían desempeñar los rebeldes en la sociedad una vez que hayan dejado las armas para iniciar una nueva vida fuera de la selva.
Eso incluye a miles de combatientes rebeldes que fueron criados desde la infancia para la lucha armada. Muchos de ellos no conocen otra cosa que no sea la guerra.
“A veces pienso en regresar con la guerrilla porque esta vida aquí es difícil”, dijo Mélida. Al igual que otros ex niños soldado, pidió que no utilizáramos su apellido porque teme represalias por sus conexiones con los rebeldes.
Ahora está atrapada entre dos mundos sin pertenecer a ninguno, dice. “Es cierto: éramos niños que solo esperaban el momento de su muerte. Pero me la paso pensando en regresar”.
Los rebeldes de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (Farc) sostienen que no reclutan niños. Sin embargo, durante una visita reciente de The New York Times a un campamento de las Farc, media docena de soldados de 15 años dijeron que los rebeldes los habían reclutado pocos meses antes.
En los centros de rehabilitación del gobierno los menores relataron historias similares sobre rebeldes que los raptaron para llevarlos a los campamentos. Ahora enfrentan un futuro para el que no están preparados.
Fabio, por ejemplo, contó que también lo secuestraron cuando tenía nueve años. Para cuando cumplió 13, sus comandantes comenzaron a asignarle misiones en solitario, como degollar a soldados del gobierno mientras estaban dormidos. Explicó que sus familiares no lo buscaron ni informaron a las autoridades sobre su secuestro.
“Los habrían matado”, dijo Fabio, que ahora tiene 19 años.
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Fabio, de 19 años, y Dora, de 64 que le alquila una habitación en Caldas, Colombia. Ella trabajaba en la cocina del centro para niños desmovilizados al que fue enviado Fabio; su hijo, Héctor, fue asesinado por las Farc.CreditJuan Arredondo para The New York Times
Freddy dijo que se unió a las FARC cuando tenía 14 años para vengar la muerte de un primo asesinado por los paramilitares. Desertó a los 16 junto con dos docenas de soldados. Pero dijo que su tía, quien temía represalias de la guerrilla, le pidió que jamás regresara a su pueblo.
Encontrar un lugar en la sociedad para estos exsoldados es vital para que cualquier acuerdo de paz tenga éxito, dicen analistas.
“Si los programas de reintegración son improvisados o mediocres y no logran ofrecerle oportunidades a los niños excombatientes, las poderosas fuerzas paramilitares de Colombia y los grupos que se dedican a la trata de personas podrían ofrecerles una alternativa tentadora”, dijo Adam Isacson, analista sénior de Washington Office on Latin America, un grupo de derechos humanos.
Del lado rebelde, un comandante de las Farc que se hace llamar Teófilo Panclasta defendió el uso de niños soldado, pues dijo que muchos se unieron a las fuerzas para escapar de los problemas en sus casas.
“Si una niña de 15 años que antes era prostituta quiere unirse para dejar de serlo, ¿qué le vamos a decir?”, preguntó.
Mélida dijo que cuando sus captores llegaron en una canoa a su casa en las orillas del río, llamaron su atención diciéndole que tenían sopa.
Los guerrilleros se la llevaron por el río hasta que llegaron a un campamento lejano. Despertó junto a varios niños, todos de 10 u 11 años. Su primera lección fue ocultarse en trincheras durante los bombardeos.
El padre de Mélida, Moisés, un chamán de la etnia cubeo de la Amazonia no estaba en casa para ese entonces, y faltaba un mes para que regresara a su aldea. Pero apenas volvió se marchó a buscar a su niña.
Moisés fue al campamento de la guerrilla que estaba cerca de la aldea y pidió ver al comandante, un combatiente alto de las Farc que usaba ropa camuflada.
“Le dije: ‘Vine por mi hija’”, recordó Moisés. “Él me respondió que no estaba ahí”.
Los rebeldes le dieron un nuevo nombre a Mélida: la llamaron Marisol y comenzó a estudiar. Una holandesa que se había unido a los combatientes y hablaba español le dio lecciones sobre la historia del comunismo, las Farc y la teoría de la evolución de Darwin, algo que Mélida jamás había aprendido en su aldea indígena.
También le enseñaron a hacer minas terrestres: una “parecía un pez” y se activaba con una cuerda, comentó; otra se llamaba la “quiebrapatas” porque mutilaba a la víctima en vez de asesinarla.
“Les dije: ‘Quiero irme a mi casa’”, recuerda. “Pero me respondieron: ‘Cuando entras a un campamento, no puedes irte’”.
Mélida contó que fue testigo del destino de los combatientes que escapaban. Una vez, un chico de 20 años y su hermana de 14 desaparecieron antes del amanecer y no tardaron en ser atrapados al borde de un río lodoso porque no habían aprendido a nadar.
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Un centro de rehabilitación para jóvenes desmovilizados en Caldas, ColombiaCreditJuan Arredondo para The New York Times
Mélida se unió al grupo de búsqueda. Cuando los encontraron, los mataron de un disparo. “Primero al hermano, después a la hermana”, recordó la joven.
Dice que ese día no sintió remordimiento. “Pensé: ‘Sí… deben morir’”. Solo tenía 12 años.
Mucho tiempo después de que la secuestraron, los rebeldes de las Farc pasaron por su aldea y mencionaron a Mélida cuando se encontraron con su familia.
“Dijeron que había muerto en un ataque”, recordó su padre. “Después de eso, me olvidé de ella. Pensé que sería mejor olvidarlo todo”.
En realidad, un comandante de cuarenta y tantos años se había interesado en ella. Primero la siguió por el campamento. Un día, cuando ella tenía 15, le pidió que le lavara la ropa en su tienda.
“Bésame”, recordó que le dijo el hombre.
“No sé cómo”, respondió.
“Entonces yo te enseño”, dijo el comandante.
Fue entonces cuando le implantaron un anticonceptivo en el brazo y el comandante la obligó a tener relaciones con él, comentó Mélida.
“Imagina despertarte junto a alguien así de viejo cuando tú eres tan joven”, dijo.
A los 16 años, le preguntó al comandante si podía visitar a su familia. Se sorprendió cuando le dio permiso. Con la pistola y la granada, tomó el camino de regreso a casa para reunirse brevemente con su familia.
La aldea estaba irreconocible. Ahora había un buque de guerra estacionado cerca del muelle. La casa de donde la habían raptado estaba abandonada.
“Le dije a la primera persona que vi que yo era la hija de Moisés y me respondió que eso era imposible porque esa hija estaba muerta”, dijo.
Mélida dice que no sabe por qué su padre la delató con los militares al día siguiente.
“Quizá no quería que regresara”, dijo. “Quería lo mejor para mí”.
Pero hace unos días, Moisés dio otra explicación.
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Deyanira y Freddy, ambos de 19 años de edad, fueron reclutados por las Farc desde niños.CreditJuan Arredondo para The New York Times
“Quería comprarme una moto”, dijo. Después de un momento, agregó: “Jamás me dieron la recompensa que me habían prometido”.
Mélida afirma que los soldados la interrogaron en varias bases militares. Le preguntaban cuál era su verdadero nombre y quiénes eran sus comandantes. También querían saber dónde estaban las bases de las Farc.
Después de dos semanas la llevaron a un centro de rehabilitación del gobierno para jóvenes indígenas que habían salido de las Farc. Se encontraba en una ladera, un lugar que Mélida desconocía, pues no había visto los Andes antes de ser capturada.
El centro albergaba a cerca de 20 ex niños soldado. Las clases y quehaceres diarios que tenían como objetivo prepararlos para la vida civil, le parecían una novedad. Otros requisitos, como un implante anticonceptivo, le recordaban a las Farc.
Mélida pensaba constantemente en la guerra. “Cuando me levantaba, estiraba el brazo para tomar mi rifle a un costado de la cama, pero me daba cuenta de que no había nada”, relató.
Víctor Hugo Ochoa, el director del centro, dijo que ella llegó enojada y a menudo amenazaba con escapar. “Fue difícil intervenir”, dijo. “Ella formó a su propio grupo de niños que se rebelaron contra nosotros”.
Por las noches, Mélida comenzó a escaparse del centro con un hombre llamado Javier, cuya madre era cocinera del lugar. Era nueve años mayor que ella pero los dos salían a beber y asistían a las fiestas de un pueblo vecino.
Javier tenía un historial negativo con los rebeldes. En 2004, un francotirador de las Farc mató a su hermano, un soldado. Su familia jamás perdonó a la guerrilla, lo que refleja la tensión que se encuentra en el centro de cualquier acuerdo de paz.
A pesar de eso, Mélida y Javier se dieron cuenta de que estaban enamorados.
“¿Por qué tenía que ser ella, que fue parte de la gente que mató a mi hermano?”, dijo.
Pero Mélida también estaba construyendo otra relación… con su padre, quien comenzó a visitarla para conocerla de nuevo.
Después de entregar a Melida, Moisés quería formar parte de la vida de su hija. Pero incluso comunicarse era un desafío: ella había perdido su fluidez en cubeo, la lengua indígena que hablaba cuando era niña.
“Era una joven mujer que yo no conocía”, dijo su padre.
Esa nueva relación la empezó a cambiar, contó Ochoa. Conoció a sus dos primas, María y Leila, quienes también habían sido miembros de las Farc y ya habían dejado el centro. La madre de Javier, Dora, la trataba como una hija y le enseñó a cocinar y limpiar.
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E. , de 16 años de edad pidió que su identidad se mantuviera en el anonimato. Ahora vive junto a su familia en una granja en las montañas del Cauca, al suroeste de Colombia. La convencieron de que se uniera a las Farc a los 14 años. CreditJuan Arredondo para The New York Times
Dora asimiló con sabiduría la historia de Mélida en las Farc. “Mi hija está casada con un policía y otra está con un soldado”, dijo. “Javier está con una exguerrillera. Lo único que nos falta en la familia es un paramilitar”.
Un día, el anticonceptivo de Mélida no funcionó y quedó embarazada.
Dora se le acercó y le dijo: “Ahora tienes una razón para luchar, y no es la revolución”.
Celeste, la hija de Mélida, nació el año pasado. Las tareas diarias de una madre consumieron todo el tiempo de la joven durante semanas. Pero el enojo permanecía.
“Me dijo que la habían criado para estar en la guerra, no para cuidar a alguien ni ser amante de nadie”, dijo Javier. “Me decía: ‘Te amo, pero entiende que mi vida no ha sido fácil’”.
Un día, Javier regresó y se encontró con que Mélida y la bebé se habían marchado.
Días antes, ella había mencionado que quería regresar a territorio rebelde para ver a su hermana, pero Javier sospechó que se trataba de una treta para regresar a las Farc.
No era así. En vez de eso, unos rebeldes detuvieron su autobús en un punto de control e interrogaron a cada uno de los pasajeros.
“Creí que me llevarían de nuevo”, dijo Mélida, quien se dio cuenta de que no quería regresar, por lo menos no ese día. La relación con su padre sigue siendo tensa. Casi nunca hablan de su vida con los rebeldes.
Hace poco, Mélida se recuperaba de un golpe en el rostro. “Comenzó a discutir conmigo y la golpeé”, dijo Moisés mientras miraba el suelo.
Recientemente, Leila, su prima que fue miembro de las FARC, se suicidó. Mélida a veces viaja para visitar su tumba sin nombre.
Dora dice que su nuera es demasiado fuerte para suicidarse. Pero le preocupa que pueda regresar con la guerrilla.
“Es una buena madre y su hija es su prioridad”, dice Dora. “Pero también me dice que está aburrida y no le gusta esta vida. Yo le digo: ‘Si quieres irte, vete. Pero piensa en la niña. Deja que Celeste se quede conmigo’”.