domingo, 24 de abril de 2016

POR: Marco Robles López
Publicado en la Revista El Observador, edición 92 (abril-mayo 2016)


Peleusí de Azogues: unos años inolvidables
Un escritor olvidado rinde pleitesía a dos grandes poetas.
El Dr. Alberto Montalvo Ochoa, hijo de Luis Enrique Montalvo Montalvo, procedente de Riobamba y de la señora Amelia Ochoa, nativa de Azogues, nació en dicha ciudad a comienzos del siglo pasado, el 15 de diciembre de 1907 y falleció en Guayaquil, en julio de 1980, ciudad en donde se radicó los últimos años de su vida.

El directo antecesor de los Montalvo, de nombre Marcos se había radicado primeramente en Riobamba y después en Ambato y de esa línea proceden tanto los Montalvo-Fiallos, como los Montalvo-Ochoa, de Azogues. Uno de los descendientes de Marcos, de nombre César, tuvo un hijo, Luis Enrique Montalvo M., quien por sus ocupaciones comerciales viajaba con alguna frecuencia al Austro y acostumbraba pernoctar en Azogues, en un elegante hotel (o casa-posada de esos tiempos) -postrimerías del siglo XIX-, propiedad del Sr. José María Ochoa. Allí el joven Luis Enrique oyó cantar, con voz melodiosa, a una chiquilla guapa y simpática, Amelia Ochoa, hija del Sr. J. M. Ochoa. Se conoce que don Luis Enrique se había enamorado perdidamente de Amelia, ella le reciprocó y se casaron, radicándose el joven comerciante en nuestra ciudad, en donde se dedicó a las actividades comerciales. Justamente una fotografía del año 1909, que incluimos en este artículo, nos permite conocer el establecimiento comercial “El Porvenir”, de Luis Enrique Montalvo, ubicado en la calle Solano, Nº 5.

Los hijos del matrimonio Montalvo-Ochoa fueron Ángel Enrique, Alberto, Celestina, Ricardo, Juan y José María. (Estos datos se dignó facilitarme el Dr. Alberto Montalvo Landín, dilecto amigo y lejano familiar, radicado en Guayaquil, e hijo del finado Dr. A. Montalvo Ochoa y coinciden, en notable medida -por lo que requieren cotejar más detenidamente y hacer alguna precisión ulterior-, con los que constan en el excelente estudio biográfico del escritor Galo René Pérez, sobre la vida y obra de Juan Montalvo, “Un Escritor entre la gloria y las borrascas. Vida de Juan Montalvo”, así como con la obra póstuma del escritor Jorge Jácome C., “Tras las Huellas de Montalvo” (Instituto Iberoamericano de Patrimonio Natural y Cultural, del Convenio Andrés Bello. 2007), y con lo que señala el escritor y periodista Adolfo H. Simmonds, en el prólogo al libro de A. Montalvo, El maestro a través de los tiempos.

Alberto Montalvo desarrolló una intensa actividad cultural y política, mientras vivió en Azogues: fue director de la importante publicación El CAÑARI. Revista Comunal y de Cultura en la década de los años 30 del siglo pasado, fue Presidente (Alcalde) del Concejo Municipal de Azogues, escribió importantes artículos en diferentes diarios y revistas de esos años e hizo notable poesía. En el campo del ensayo, es autor de un original libro, “El MAESTRO A TRAVÉS DE LOS TIEMPOS”, publicado el año 1936, en los talleres tipográficos del Colegio Nacional “Vicente Rocafuerte”, con un Prólogo inconcluso del prestigioso periodista Don Adolfo H. Simmonds. ¿Por qué razón? Porque en la mañana del 5 de diciembre de 1936, cuando se disponía a salir de su casa, Adolfo H. Simmonds fue capturado por la policía y “…conminado para que abandone su patria en el primer vapor”. Fueron motivos políticos. Pero, ¿quién fue el prologuista de la obra de Alberto Montalvo? Un prestigioso representante de la cultura, del periodismo y de la política de esos años: A. H. Simmonds nació en Guayaquil en septiembre de 1893 y murió en la misma ciudad, en abril de 1969, hijo de Adolfo Simmonds y Codiña (colombiano) y de Ramona Guerrero M. Como periodista escribió en “El Telégrafo”, en “El Guante”, “El Pueblo”; en 1926 estuvo entre los fundadores del Partido Socialista Ecuatoriano; fue profesor en el colegio “Vicente Rocafuerte” y en 1936, justamente fue desterrado a Chile, por un artículo crítico contra el gobierno de Páez, quedando inconcluso el Prólogo para el libro de A. Montalvo. Pero, ¿qué dice el maestro y periodista A. H. Simmonds en esa presentación no concluida, sobre A. Montalvo Ochoa? Manifiesta, para ese tiempo, ya algo lejano de nosotros, una reveladora verdad sobre nuestro coterráneo:
“Alberto Montalvo vive su hora, y la vive intensamente. Es un espíritu extravertido sobre las dolorosas realidades de la humanidad. Un espíritu que se proyecta sobre el ancho mundo, que se distiende en los horizontes y se difunde en las indefinibles dimensiones del tiempo… […]… Los numerosos tíos, hermanos y primos de Don Juan (Montalvo. M. R. L.), se diseminaron por toda la cordillera andina. Obedecían a un complejo familiar, que determinaba en ellos el espíritu nómada. Lo habían heredado del abuelo antillano y el bisabuelo español. Uno de los tíos de Don Juan pasó de Alausí a Guasuntos y de allí a Azogues. Lo sabía antes de conocerlo. De esa rama viene Alberto. No me lo ha dicho él. Lo sabía antes de conocerlo. Alberto Montalvo es MONTALVO, así, con mayúsculas…” (Prólogo de A. H. Simmonds).
Pero veamos algo, sin duda destacado y muy grato de, nuestro ilustre coterráneo, vinculado con el título de este artículo: en la p. 371 de la Revista “El Cañari” (1933, Año II), Alberto Montalvo Ochoa dedica un poema en honor al gran poeta de la Atenas del Ecuador, Remigio Romero y Cordero.

A REMIGIO ROMERO Y CORDERO.


Poeta: la tarde es una antífona de alas
Hay preludios de Becquer y estrofas de Verlain.
Con los brocados élitros y románticas libélulas
Interpretan cadencias de un sueño de Chopin.
  Poeta: es por ti que el parnaso tiene,
Esta tarde olímpica, unción de primavera.
Hay clavicordios que riman, rimas que advienen
Cantando a los sauces y cedros de la tierra.
¡Pasad! Romero principesco de la bohemia azul,
Es por ti que se inmola el Cordero pascual.
Hay columnas de incienso y mantos de tul
Y ojos que llevan todo un madrigal.
Los cóndores en los campanarios del Ande
Pregonan apoteosis y triunfos de armonías.
Es por ti todo aquello ¿No miras cómo expande
La llanura ecuatorial su altar de Avemarías?
Entrad ¡El viejo Petrarca os espera sobre
El solio capitólico de las divinas liras.
Virgilio, Ovidio, el gallardo Byron y el pobre
Alfredo de Musset baten palmas y te admiran.
¿Qué importa lo demás? Al final de tu senda
Voltaire te obsequiará su gran risa sonora.
I reirás de la impotencia que mirará con pena
Fulgir en tu pecho el medallón de la gloria.


A su ilustre coterráneo, el poeta Rodrigo Pesántez Rodas, cuando obtuvo el Primer Premio en el concurso de poesía organizado por El Universo, en 1962, es decir cuando Rodrigo era un joven de 25 años, pero que ya presentía que sería un escritor, Alberto Montalvo O., siempre atento de los triunfos de sus conciudadanos, le envió la siguiente comunicación, plena de afectos y buenos augurios intelectuales:

“Guayaquil, septiembre 17 de 1962.
Señor.
Rodrigo Pesántez Rodas.
Ciudad.
Querido poeta y amigo:
Reciba mi cordial felicitación por haber obtenido Ud. el Primer Premio en el concurso poético de “El Universo”. Su triunfo ratifica, una vez más, la singular contribución de nuestra tierra cañari, a la cultura nacional, en hombres de elevada sensibilidad e inteligencia. Sus paisanos compartimos con emoción y alegría sus laureles consagratorios de vate inspirado, tierno y brillante.
Tiene Azogues, en Ud., un delicadísimo trovador, digno de su alma pulcra, dulce y profunda.
Le saludo y le abrazo de todo corazón. (f). Dr. Alberto Montalvo Ochoa”.


Así fue nuestro coterráneo ilustre, el Dr. Alberto Montalvo Ochoa: talentoso, personaje de indiscutible cultura, buen escritor, político pundonoroso y supo reconocer, sin aquellos egoísmos que pretenden desconocer el mérito ajeno, la valía de connotados intelectuales ecuatorianos, como Remigio Romero y Cordero y Rodrigo Pesántez Rodas. ¿Cómo deberían reparar las autoridades de nuestra ciudad el olvido cometido con Alberto Montalvo Ochoa? Una forma sería reeditando su obra y algunos de sus mejores artículos; otra manera, nominando una institución con su nombre.  
Tengamos presente aquello que alguien ya advirtió certeramente al respecto: si sepultamos la memoria de nuestros antepasados ilustres, sepultamos nuestra propia historia y nos quedamos sin referentes para avanzar hacia el futuro.

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