domingo, 24 de abril de 2016

POR: Gabriela Astudillo Patiño

Publicado en la Revista El Observador, edición 92 (abril-mayo 2016) 

Cuzco, un mágico lugar.... real
Únicamente quien ha visitado este mágico lugar, puede percibir el carácter sobrenatural del Cuzco, sus reliquias y vivir un“cuento real”; pues desde que uno aterriza en este locus tan especial como su historia, aprecia su significado ancestral _según una leyenda el sitio fue revelado por el Dios Sol (Inti) a sus fundadores después de una peregrinación iniciada al sur del Valle Sagrado de los Incas_,  y por ende experimenta la sensación de paz interior.
 

Me inspira narrar cual un cuento de realismo mágico, que al sureste de Perú, a 3399 msnm, había una vez un territorio _delineado con forma de puma_ llamado Cuzco, aparecía como la ciudad habitada más antigua de toda América, por su importancia considerada la capital del Imperio Inca; así se convirtió en el principal foco cultural y religioso, y gracias al gobernante Pachacútec (noveno inca del Tahuantinsuyo), en el mayor centro espiritual y político. En la época virreynal, Francisco Pizarro la fundó como Cuzco, Ciudad Noble y Grande, estableciendo como Plaza de Armas la ubicación actual y que era también la plaza principal durante el incario, en esa época se inició el proceso de mestizaje cultural. Más tarde el desarrollo urbano, lamentablemente se vio interrumpido por varios terremotos.
En la época Republicana se creó el Departamento del Cuzco destacando dentro de la organización político administrativa del país. A partir del siglo XX, la ciudad inició un proceso urbano muy alto, declarado por la Unesco como “Patrimonio Cultural de la Humanidad” el 9 de diciembre de 1983, y la Constitución Política la enunció como la “Capital Histórica del Perú”. Desde los años 90’s la urbe se volvió eminentemente turística adquiriendo una actividad económica relevante, generando servicios como restaurantes, cafeterías y hoteles dirigidos por nativos y por extranjeros. Hasta el 2014  contaba con 420137 habitantes aproximadamente.
Al costado Oeste se encontraba la mencionada e imponente Plaza de Armas, en el centro tenía una pileta coronada por la imagen de un inca, “Lugar de la alegría” la llamaban los incas, pues lo usaban como escenario de varias celebraciones y festividades. A su alrededor se emplazabanla Basílica Catedral,  el templo de La Compañía de Jesús y el Convento e Iglesia de la Merced, que engalanaban el área con sus estilos barroco-renacentistas; fachadas de piedra, altares de madera tallada y revestidas con pan de oro, eran algunas de sus refinadas características. Poseían valiosas muestras coloniales como la orfebrería y las colecciones de lienzos de la Escuela Cusqueña de Pintura. Estas edificaciones se construyeron sobre importantes vestigios incas como el Palacio de Viracocha (casa del cóndor) y el Palacio de HuaynaCápac (casa de la serpiente). Otra construcción importante era el Convento de Santo Domingo y Coricancha, santuario dedicado al Dios Sol, además llamado el “Sitio de oro”, pues sus muros habían sido recubiertos con láminas de oro en la época del Imperio inca.
El patrimonio continuaba con la perfecta “piedra de los doce ángulos” del Palacio Arzobispal, ubicada en la popular Calle Hatun Rumiyuq, que iba desde la plaza de Armas hasta el bohemio barrio de San Blas, este último matizado por los talleres artesanales esparcidos por las típicas callecitas empedradas, angostas y empinadas, que enmarcaban los tejados de las casonas coloniales, cuyas paredes blancas eran construidas sobre cimientos incaicos que estaban a la vista _como reminiscencia de época pasadas_, resaltaba la fuerte tonalidad de sus ventanas de madera y los floridos balcones azules.
A 32 km del Cuzco, y como parte importante del Valle Sagrado, se ubicaba Pisac, ciudad emplazada en el trazo de una perdiz de puna. Su arquitectura colonial, también levantada sobre restos incas, abrazaba la plaza central, cuyo atractivo era la descarga de colores del mercado típico artesanal: bolsos, ponchos, camisetas, máscaras, muñecos, sombreros, adornos en cerámica y cuero, joyas, etc. representaban la diversidad cultural de la zona. En lo alto de una montaña aparecía el interesante Parque Arqueológico, según estudios comprendía la hacienda real del inca Pachacutec y los barrios Qantus Racay (agricultores), Amarupunku (ceremonias) e Intihuatana (piedra sagrada), sus estructuras en piedra pulida, perfectamente ensambladas estaban rodeadas por extensas áreas de cultivo en donde se apreciaba el manejo de la andenería y los acueductos.
La magia del Departamento de Cuzco perpetuaba con un cálido viaje en tren, en medio de montañas y el boscaje de un sereno paisaje, luego de unas tres horas aproximadamente, se llegaba a Aguas Calientes y se emprendía el trayecto a pie, de pronto, la ilusión de conocer aquel místico lugar se volvía realidad al observar, ¡no al observar! ¡al sentir! el Santuario Histórico de Machu Picchu, valle arqueológico en medio de las cimas de dos sorprendentes montañas Machu Picchu y Huayna Picchu. Allí destacaban dos zonas: las terrazas agrícolas (andenes de cultivo y de contención) y el área urbana (celebraciones civiles y religiosas). Esta última comprendía las notables edificaciones con enormes rocas de granito talladas y pulidas, y vanos de forma trapezoidal: la Residencia del Inca Pachacútec, el Templo del Sol o Torreón, el Templo Principal, la Plaza Sagrada, las viviendas, los talleres y la Escalinata de fuentes de agua. No podían faltar los hitos ceremoniales y astronómicos como el Reloj Solar Intihuatana (donde se amarra el Sol), la Roca Sagrada, el Conjunto del Acllahuasi (casa de mujeres escogidas) y la Piedra del Cóndor. Este epicentro espiritual fue habitado aproximadamente entre 1438 y 1470, y nunca fue hallado por los conquistadores españoles; en 1911 fue redescubierto por el norteamericano Hiram Bingham, estudiándolo con un equipo multidisciplinario, y difundiendo su importancia.
Así se desarrollaba su historia, su cultura y arquitectura, era notable que todo tenía sentido, cualquier elemento era ubicado cuidadosamente con un propósito, todo estaba como debía estar. Mucho se ha hablado de la paz interior, pero independientemente de la religión, es claro que se trataba de respetar y aprovechar las fuerzas de la naturaleza y del cosmos, de la energía que se sentía con el viento andino, se respiraba en pro de purificar el cuerpo y la mente, era la energía que yo sentí en aquel místico lugar, que no era puro cuento, se trataba de un sitio real, que estaba allí, o mejor dicho que aun está allí esperando ser visitado y contemplado para redescubrir y fortalecer nuestra propia e interior realidad mágica.

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