martes, 26 de abril de 2016

El terremoto despertó el curuchupismo nacional



Publicado en abril 26, 2016 en La Info por Roberto Aguilar

Parece una estampita devocional como las que dan en las iglesias para la adoración de un santo. Pero en lugar de una imagen sagrada es el presidente Rafael Correa quien aparece ahí, recogido y piadoso, orando con los ojos cerrados y las manos juntas. “Este hombre –dice la leyenda sobre la fotografía– te guste o no es nuestro Presidente. Oremos para que Dios le dé sabiduría para gestionar las cosas como deben hacerse. Deja de criticarlo. Recuerda que él tiene una Cruz grande en su espalda. Sé más sensible y deja el odio a un lado”. El mensaje fue subido al Facebook por los titulares de la cuenta “Sólo ecuatorianos”, uno de los numerosos espacios de que dispone el fundamentalismo correísta para promover el culto a la personalidad de su líder. En poco tiempo fue compartido 52 mil veces y recibió la aprobación de 58 mil entusiastas. No necesariamente correístas fanáticos: gente con una visión negativa de la política y, en consecuencia, sin militancia definida, personas creyentes y cargadas de buenas intenciones, ciudadanos conmovidos por la tragedia del terremoto y convencidos de que el país necesita unirse en estos momentos aciagos, suscribieron sin mediar mayor análisis el texto de “Sólo ecuatorianos”.
correa reza
Sin embargo, hay toda una teoría política contenida en el mensaje. Lo que “Sólo ecuatorianos” está diciendo es más o menos lo siguiente: hay una autoridad paternal y bondadosa y una sociedad que sólo puede esperar de ella lo mejor. La sociedad delega a la autoridad toda gestión relacionada con la esfera pública. La autoridad, a su vez, carga con esa responsabilidad como con una cruz: desempeña un papel mesiánico atribuible a Cristo. Aparte de fungir de Cirineos que ayudan a cargar esa cruz al Nazareno, los ciudadanos no están llamados a cumplir otra misión en la esfera pública que no sea rezar y tener confianza en que la autoridad manejará las cosas “como deben hacerse”. La crítica (es decir, la capacidad del ciudadano de discernir por cuenta propia y ejercer su libertad de expresión y pensamiento en los temas de interés público) tiene aquí una carga negativa y casi pecaminosa, pues se equipara con la insensibilidad y con el odio. Aquél que critica, viene a decirnos el mensaje de “Sólo ecuatorianos”, odia. Por tanto, no critiques. Es decir: no pienses, calla. Ten fe. Esta versión de la política es más que curuchupa: es fascista.
Devastador mensaje para provenir de un movimiento político que llegó al poder con la promesa de impulsar una revolución ciudadana y terminó reforzando los rasgos más atávicos y reaccionarios de una cultura política reñida con la modernidad y con la democracia. El correísmo ha convertido la esfera pública en una iglesia y la administración de políticas públicas en una religión. Supone que la relación entre el poder político y la sociedad es una cuestión de fe. Tras el terremoto, esta creencia se ha vuelto intransigente y sectaria. En nombre de un supuesto respeto al dolor de las víctimas, los devotos tratan de imponer al resto de mortales las tres virtudes teologales de su iglesia: la sumisión, la aceptación y la obediencia. Todo lo demás es politiquería, odio, divisionismo y mala fe. Es una suerte de corrección política perversa según la cual el interés de los ciudadanos por los temas públicos se opone a los buenos sentimientos.
El mensaje que el ex vicepresidente Lenin Moreno envió al país desde Ginebra después del terremoto repite el mismo catecismo: aceptación, sumisión, obediencia. Buenos sentimientos contra la politiquería. La muerte, dice Moreno, es un retorno a la casa del Altísimo. La tragedia, una oportunidad para que el pueblo renueve sus lazos de comunión con Dios. Afortunadamente tenemos un Estado que sabe lo que se debe hacer: organicémonos, es decir, “acatemos las disposiciones de las autoridades”. Y amémonos los unos a los otros, que es la enseñanza más hermosa que nos dejó Jesucristo hace dos mil años. Nomás portémonos bien y todo saldrá a pedir de boca. Tal es el mensaje de Lenin Moreno. Es el grado cero de las políticas públicas.
El ejemplo más extremo lo dio en estos días Alejandro Álvarez, el funcionario de la Secom a quien Rafael Correa acostumbra a maltratar en público durante las sabatinas por no preparar con eficacia los materiales que requiere para su monólogo. Él salió a defender la despiadada actitud del presidente de amenazar con cárcel a los damnificados que se quejan. Su argumentación, de un humorismo involuntario, es la expresión más acabada de sumisión y de obediencia acrítica que se puede encontrar en la feligresía y merece ser reproducida en extenso: “Entiendo perfectamente a @MashiRafael –escribió Álvarez en una secuencia de cuatro tuits– porque el padre de la patria se angustia con el dolor de sus hijos y quisiera hacer de todo para calmarlo. Tanta es la desesperación que no soportas más ver a tus hijos sufrir, te angustias, te desesperas, te descontrolas, buscas una solución. Debes ser fuerte, no quebrarte, transmitir fuerza para que tu hijo no se desespere más y llega un punto en que le dices: si lloras te pego. Y no significa que le quieres pegar, es la desesperación de querer hacer volver a la tierra a ese hijo que tanto amas y te angustia verlo así”. Es el grado cero del pensamiento.
En estos días de tragedia nacional, la visión religiosa de lo público sirve como una gran coartada para aplacar el debate, silenciar las voces críticas y evitar que el periodismo cumpla con su trabajo. Como toda forma de corrección política opera como una censura social. Porque si el camino para salir adelante de esta crisis pasa por el amor al prójimo y la devoción que nuestro padre, el presidente, siente por sus hijos, entonces resulta que uno no puede ocuparse de las políticas públicas, cuestionar el manejo político de la tragedia, desconfiar de un gobierno que lleva nueve años sacando réditos políticos del erario público y hoy encontró en los fondos para la reconstrucción una mina de oro para su campaña. Hacer todo eso, dicen los apóstoles de la solidaridad y el buen rollito, es politiquería insana, es dividir a la patria, odiar al prójimo, irrespetar a las víctimas.
“No es el momento”, dicen los religiosos. Esta postura, tan populista que resulta irremediablemente exitosa, se reproduce en los espacios más insospechados. Incluso hay medios digitales que se autodenominan “liberales y alternativos” pero terminan sirviendo de antenas repetidoras a un curuchupismo semejante. Y esgrimen la palabra “politiquería” sin reflexión ni explicación alguna. “Politiquería”, palabra mojigata y ñoña cargada de falsa moralina, palabra hipócrita y vacua. Politiquería es, en este país en estos días, todo lo que no sea “estar con las víctimas”. Precisamente. Hoy más que nunca las víctimas requieren de políticas públicas honestas y eficientes. Y eso no se consigue con actos de fe y golpes en el pecho. Eso se consigue con pensamiento crítico y expresión libre. Y sí: el momento es ahora. Para mañana es tarde.

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