domingo, 24 de abril de 2016

El terremoto muestra quién es quién


Publicado en abril 23, 2016 en Columnistas/La Info/Las Ideas por María Dolores Miño


Lo bueno de las mentiras es que tarde o temprano, caen por su propio peso. En nuestro caso, por ejemplo, bastó literalmente un minuto para deconstruir el gastado y falaz discurso neosocialista que Correa y los suyos han venido instaurando en el inconsciente colectivo durante los últimos nueve años. Un discurso caduco, que no tiene más asidero que las propias palabras de quien, semana a semana, se ha llenado la boca arremetiendo contra la empresa privada, los medios de comunicación, la sociedad civil y hasta los Estados Unidos, haciéndolos ver como verdaderos enemigos del pueblo ecuatoriano. El trágico terremoto del sábado 16 de abril pasado, llegó para demostrar que estos actores, lejos de ser el cuco que Correa nos ha pintado, son fundamentales al momento de una emergencia nacional como la que enfrentamos ahora.
Con respecto a los medios de comunicación, la consigna oficial en su contra ha sido que “desinforman”. Y en aras de evitar que esa “prensa corrupta” “desinforme”, en 2013 se aprobó la Ley de Comunicación, que no es sino una mordaza para impedir que los medios reporten con libertad este y otros asuntos relevantes, con el agravante de que el derecho a la libre expresión fue luego convertido en un servicio público, dependiente de los intereses del Estado. El problema de que el Estado controle la información de interés público surge en momentos como los vividos el día del terremoto, cuando el gobierno se tardó dos horas a partir del siniestro para dar una versión oficial de los hechos. Durante ese tiempo –posiblemente el de más ansiedad e incertidumbre para los ciudadanos– fueron las redes sociales y los medios privados internacionales los que brindaron la información que el Estado no supo dar con “oportunidad”, citando los propios términos de la LOC. Desinformación pura y simple en el momento cuando más se necesitaba saber lo que pasaba.
Las grandes multinacionales, a las que Correa ha acusado de “devorar vorazmente al pueblo”; y, las empresas familiares, a las que hace no mucho amenazaba con acabar por ser “injustas”, han demostrado más generosidad, decencia y desprendimiento que muchas instituciones y funcionarios públicos. Coca-Cola anunció que donaría su inversión en publicidad a los damnificados. Similares contribuciones hicieron Grupo La Favorita, Nopertti, Pinto, Fybeca, Grupo Eljuri, Chaide y Chaide y Pronaca, por mencionar unas pocas, inmediatamente después del incidente. Mientras tanto, Rafael se hace el sordo ante el pedido ciudadano de suspender las sabatinas y donar ese dinero a las víctimas. El Ministerio del Buen Vivir sigue gastando recursos a punta de no hacer nada, y el avión presidencial, que yo sepa, no ha sido usado últimamente sino para llevar y traer a Correa del Vaticano.
De los Estados Unidos (antes conocido como “El Imperio”) podemos decir lo mismo. El país norteamericano, al que el gobierno ha acusado sistemáticamente de espiar, intervenir ilegalmente, manipular, y ser una amenaza para América Latina, ahora extiende su mano solidaria con ayuda humanitaria a nuestro país. Cosa que no ha hecho, por ejemplo, Bielorusia, a pesar de que hace solamente un mes Gabriela Rivadeneira fue, toda sonreída, a suscribir acuerdos de cooperación en diferentes sectores, alegando que sería un socio estratégico para Ecuador. Lo mismo con China, que indicó que brindaría ayuda humanitaria, pero solo “si Ecuador lo solicitase”. ¿Qué clase de aliados son estos, que fingen demencia en el momento que más los necesitamos?
Y no se diga de la sociedad civil. Hace apenas unos días, durante el encuentro en el Vaticano, Correa se atrevió a afirmar con total sangre fría que “hay que tener cuidado de la sociedad civil” porque “puede ser peligrosa para la democracia”. No me sorprende esta afirmación, viniendo del presidente que pasó un Decreto Ejecutivo con el único fin de coartar el trabajo de las ONGs e imponerles condiciones imposibles de funcionamiento. Pero fue justamente la sociedad civil (organizada o no), la que acudió de manera vibrante, expedita y generosa al llamado de nuestros hermanos damnificados. Cientos de ciudadanos, reunidos de manera espontánea y desinteresada, lograron en dos días enviar una centena camiones y varias avionetas con víveres, medicamentos y artículos de uso básico. Se crearon centros de acopio en los lugares más inesperados, como discotecas y restaurantes, y miles de ciudadanos se volcaron a la Shyris, la Cruz del Papa y el Bicentenario para ayudar en la clasificación y empaque de las donaciones. Asimismo, varias ONGs internacionales contribuyeron con personal y material para ayudar en las operaciones de rescate y asistencia. ¿Dónde está el peligro en esto?
En contraste, nos encontramos con la imagen de un Presidente que durante el encuentro con medios del 20 de abril nos hizo saber al menos en tres ocasiones, lo “cansado” que estaba, y que esa noche se apuró a endilgarnos a nosotros, ciudadanos, el costo económico de la recuperación de la Costa Ecuatoriana, porque aparentemente, después de años de bonanza petrolera, no hay fondos suficientes para solventar una crisis de esta magnitud. Pero no importa, nuestros hermanos se merecen este sacrificio. Nosotros pondremos las manos, las donaciones, los vehículos, nuestro sueldo, las utilidades y los gastos con IVA subido. Ojalá Rafael por su parte, cediera una sabatina, un departamento en Bélgica o al menos, despidiera a algún Ministro de esos cuyas funciones aún nos son desconocidas. Esperemos que así sea, porque como dicen por ahí, en tiempos difíciles, se ve quién es quién.

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