domingo, 24 de abril de 2016

POR: Rodrigo Pesántez Rodas

Publicado en la Revista El Observador, edición 92 (abril-mayo 2016) 

Eugenio Moreno Heredia: un viaje a su tiempo y a su obra
Vivo en Poesía  es el título de un libro de singulares connotaciones vivenciales y literarias que acaba de entregarnos la ciudad de Cuenca sobre uno de sus más notables poetas: Eugenio Moreno Heredia (1925-1998).
Susana y Fernando, sus hijos, han logrado con morosa y amorosa dedicación enzarzar tiempos y espacios, que lograron configurar la estatura intelectual y humana de su progenitor. No se trata de una antología de sus textos poéticos; lo que nos llega en estas páginas son las huellas registradas de su camino y caminar donde lo ético, y estético codificaron el paradigma de su personalidad.
Eugenio Moreno Heredia vuelve a los escenarios de este libro con la plenitud que da el tiempo a los recuerdos cuando es más esbelto el fulgor que la sombra y más patético el rumor del pasado.
De su trayectoria vivencial no estuvieron exentos sus deberes como magistrado y educador; desde allí supo avizorar mejor las circunstancias y las permanencia de una sociedad deshumanizada donde las rasgaduras del espíritu duelen más que las heridas de la carne.
Desde muy temprana edad –años de Colegio- Eugenio Moreno, sintió que un latido nuevo y una altiva voz anunciaban su arribo a los horizontes de su vida: La vocación poética entonces daba la señal de alerta a sus hondas sensibilidades, en tanto la voz gravaba en el subconsciente la soberana razón de sus convicciones que más que políticas fueron ideológicas y sociales.
La vocación literaria le vino por vía genética, poeta y gran poeta fue su padre, Alfonso Moreno Mora; y, no menos cultivadores del verso sus tíos Manuel, Vicente y Rosa Virginia Moreno Mora. De tal manera que la fronda hereditaria fue decisiva en sus ramajes literarios aunque distintos por estilo y configuraciones semánticas que ufanados de sencillez expresiva dieron a la palabra su fulgor y aliento primigenios.
Eugenio Moreno Heredia ideológicamente fue un hombre de izquierda donde los esquemas reivindicadores marcaron el paso y el pulso de sus convicciones.
Nunca se afilió a ningún partido político, su credo fue libérrimo en los senderos de los grandes compromisos sociales donde la solidaridad está llamada  a vigorizar el horizonte que nos conduzca al bienestar común y  “el sol salga para todos”. Por eso su voz y su palabra en estos espacios siempre fueron contestatarias. Desde esas instancias el poeta cuencano como ningún otro de su generación nos dejó a través de sus bien distribuidos recursos literarios: etopeya y prosopografía, uno de sus más desgarradores y entrañables poemas, Los Mendigos, retrato humano de lo que es capaz de engendrar las ambiciones políticas y las codicias económicas en contra de sus semejantes: “Yo los he visto, todos son iguales,/ el rostro de ceniza y ese idéntico olor de la pobreza que no engaña”….”Yo los he visto buscan en las calles/ en los rincones donde la basura guarda la muerte gris de la semana;…”hacen la siesta afuera en los suburbios/ con las ranas, la lluvia y las gallinas”-
Moreno Heredia es el poeta que reúne y ordena los materiales de la existencia humana; el que busca la manera de hablar de la vida, de su asombro imperecedero y lo hace con una convicción de unánimes anhelos hacia una convivencia pacífica que alerte a la conciencia universal. Y así lo vemos desde sus años de estudiante de Derecho en la Universidad de Cuenca fundando y dirigiendo el periódico PAZ; años después vendrán sus textos en los cuales la función poética es visión y percepción de lo que  fue capaz de hacer Ares en las comarcas donde los viñedos y el amor se conjugaban.
Ante las ruinas de Varsovia en su viaje por los países de Europa oriental al que concurrió invitado después de su triunfo a nivel mundial en un concurso sobre la Paz, su verbo poético se tornó inquisidor y el verso en clamor y denuncia ante la historia donde los preguntas quedaron flotando en la crueldad y en el vacío, no así en la memoria: “Pero quién pregunto yo,/ quién desgarró la dulce entraña de Varsovia/ quién desangró su corazón/ para qué tanta saña, tanta ira desatada/ contra esa dulce patria de labriegos”. (Varsovia Eterna). De regreso a su patria, a la nuestra, el aterrador paso de la bestia oscura por esos países cuando ayer nomás compartieron sueños y realidades, poetas, campesinos, y pescadores, fue el lacerante testimonio que tomó fuerza poética en Eugenio Moreno Heredia  que lo llevaría a asumir el rol de vigía de nuestra heredad en cuyas casas de barro, la paz aún convive con nosotros entre “gavillas, niños y palomas”. Su voz de tono grave se torna imperativa y por lo tanto de alerta concluyente: “Detengámosla hermanos si es que viene/ por el norte o el sur o el mar Pacífico/ anda suelta esa bestia, daré señas/ huele a ropa de niño incinerado/ a degollados seños de mujeres,/….”Huele a polvo de casas destruidas/ a pascua degollada, huele a muerte/ Detengámoslo hermanos, huele a sangre,/ que no pueda cruzar nuestras colinas/ ni el horizonte azul de nuestra patria” (Presencia del Vigía)
La sustancia de su poética tiene diferentes rostros donde las circunstancias codificaron la esfera volitiva hasta los niveles del subconsciente que se hizo palabra codiciada para perdurar en la idea. Desde este horizonte se pueden colegir algunos temas recurrentes como son, el de la muerte, el de las añoranzas por sus lares nativos donde colinas de amarillos retamales tejieron en su adolescencia los primeros telares de su verso, cuando “en las noches de Mayo llovía en las tinajas”. Monay y el embrujo de sus atardeceres que le tendieron esa “llanura verde rodeada –como el mismo lo dice- por el río, en la cual anduvo con su soledad y un ángel bajó como un destello para llenar su vida de ternura, ese ángel se llamó Rosalía. Así es, Angel-Mujer que complementó su vida desde todos los aleros donde la felicidad fecundó nuevas vidas y el amor engarzó todas las bienaventuranzas.  Y Tarqui, con una heredad dejada por sus abuelos paternos en cuyos escenarios los sueños y las pequeñas realidades les fueron más gratos  a él y a sus compañeros y amigos aún escolares. Allá, cuando por los meses de agosto era  más inquieto el viento en las laderas y sus cometas volaban muy alto llevando cartas dirigidas a Dios.
Cuando estos paisajes y vivencias empiezan a perderse con el transcurrir del tiempo y las emociones pierden su brillo en los ojos del alma, el horizonte evocativo se vuelve carne en la palabra con una sintonía anímica-intuitiva que vierte en el caudal poético la plenitud de las saudades. ¡Es que es tan difícil decirle adiós al ayer!.
Rubén Darío, el poeta nicaragüense que inauguró una etapa de transformaciones estilísticas y semánticas en las letras castellanas, dejó para la literatura de todos los tiempos un texto consagratorio dentro de esas urdimbres añorativas: “Juventud divino tesoro/ ¡ya te vas para no volver!/ Cuando quiero llorar no lloro/ y a veces lloro sin querer”. (Canción de Otoño en Primavera).
Esas identidades vitales que se optimizan en la infancia y adolescencia, también tuvieron sus singulares significaciones en los versos de nuestro poeta que lograron a través de los telares descriptivos-narrativos percepcionar tiempos y espacios con una asombrosa sabiduría expresiva como en la de estos versos: “Sueño la infancia/ cuando la luna solía posarse en los tejados/ la infancia que se perdió de pronto en una esquina/ una tarde de lluvia y de relámpagos”. (Teoría del sueño). O con esa visión alegórica más patética cuando el símil asume la funcionalidad asociativa: “Y me dueles como una novia ausente”….o, “como una vieja amiga con mi niñez a cuestas”  (De su poema, Adiós infancia adiós).
Huella sagrada y constante de su poesía es la idea de Dios que no la concibe como un símbolo teológico, sino como la Presencia Suprema de un Creador reflejada en su Creación, es decir el mismo  “Arquitecto de las gaseosas manos” del gran Dávila Andrade. Esa  relación   casuística logra darnos Moreno Heredia en tan solo tres versos  de  alcance universal, cuando a través de una bellísima alegoría del mar logra evidenciar la huella de  esa “partícula divina”, metáfora con la que el físico norteamericano Max Lederman,  Premio Nobel de Física lo identifica a Dios : “”Seguid oh mar eterno y milagroso/ vieja pupila azul del universo/ mirando a Dios con estupor sagrado”.
La presencia de la muerte como tema persistente  tiene un significado muy sui géneris en su poiesis  donde la elegía no es el lúgubre lamento sino el espacio en el cual a través del verbo evocativo esas ausencias amadas vuelven enriquecidas de fulgores vitales. Esa percepción emerge desde el laboratorio gozoso de su signo lingüístico, verbigracia en su poema, “Elegía por el dulce extranjero”: “Ya terminó tu ronda de dolor y de lágrimas/ hoy habitas tu ansiada estación de magnolias/ Pálido viajero, extraño caminante de todos los otoños,/ yo sé que hoy descansas anochecido y dulce,/ en una blanca estepa, a la sombra de un astro”. Esa estación de magnolias donde habita o esa blanca estepa a la sombra de un astro, no nos conducen acaso a otra fuente de vida?. Este sentimiento fugazmente doloroso de la muerte de pronto va a adquirir en su esfera cognitiva otras connotaciones por medio de la percepción, la memoria y el lenguaje que lo llevarán a una reflexion determinante expuesta por la física al afirmar que la ley universal es la no permanencia, ya que lo único que permanece es la transformación infinita, premisa  que en Eugenio Moreno Heredia se vierte en una alegoría vívida y vivificante cuando al recordar a su tierno hijo derrumbado tempranamente por la muerte, la vida continúa alborozada en otras formas: “Las espigas que nacen/ a la brisa del primer día/ las flores lilas que brotan al crespúsculo del verano/ la pequeña hierba/ que mira el gorrión asombrado de vivir/ sube desde el hoyuelo de su sangre/ y sus manos en un leve estremecimiento/ empujan la savia hacia más arriba de su pecho/ oprimido por el denso aroma de la tierra”.
Pero donde con mayor nitidez anímica se codifica esta percepción que siendo metafísica no excluye la presencia final del omnisciente Arquitecto es la que se manifiesta en su extraordinario poema, “Cuando ya nadie pueda despertarme”, ¡Qué dominio de los lenguajes expresivos a través de los epítetos impertinentes!. ¡Qué telares tropológicos más fulgurantes en las significaciones!. ¡Qué resonancias cósmicas en la intemporalidad de su Verbo creador!: “Cuando ya nadie pueda despertarme/ y me dejen/ ven tú, oh viento amado,/ llévame con tus potros fulgurantes;/ elévame a la música de tus evanescentes catedrales/  desparrama mi arcilla/ sobre la tierra amada,/ devuélveme a la vida/ déjame arriba de los bosques/ en el temblor de Dios sobre los árboles”.
Pero estas páginas tienen algo más, en ellas están emotivas y colmadas de sensibilidades la inteligencia y los conocimientos literarios de su hija Susana, quien nos conduce a través de un hilamiento preciso en el tiempo y precioso en sus requerimientos de estilo y análisis a consolidar la estatura intelectual y creadora de uno de los poetas mayores de la literatura nacional:
Eugenio Moreno Heredia.

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