Lo primero que hace al llegar a su casa -una residencia
rústica de paredes color pastel y amplias áreas verdes que está en el barrio
Chiviquí, en el valle de Tumbaco-, es abrazar a su perra. Se inclina, le rasca
la cabeza y la aprieta en su pecho. Lo siguiente es hidratarse. El tráfico que
soportó durante la hora que manejó desde Quito hacia el valle lo sofocó. Se
desprende de su chaqueta y camina hacia la cocina. Bebe una Coca-Cola con hielo
y se sienta en uno de los muebles de la sala. Tiene menos de una hora para
entregar la caricatura que saldrá, al siguiente día, publicada en el diario El
Universo.
Es viernes. A las cinco y treinta de la tarde, Xavier
Bonilla, “Bonil” sabe que está en una carrera contrarreloj. Sin embargo,
mantiene la calma. Siete horas antes se entregó al ritual de todos los días:
leer los periódicos nacionales y extranjeros que más pueda. La noticia que más
llamó su atención fue el conflicto que se armó entre la ONU y el Vaticano sobre
el tema del abuso a menores de edad. En el transcurso del día se cruzaron
algunas imágenes por su cabeza. La que más le sedujo fue la de un funcionario
de la ONU arrodillado frente a un confesionario escuchando las confesiones de
un cura.
Delgado, piel trigueña y orejas prominentes. En su niñez y su
adolescencia, el dibujo no dejó huella en él. José Gonzalo, su hermano mayor,
lo impulsó para que estudiara Economía. A él le gustaba la sociología. A los 17
años publicó sus primeros dibujos en la revista Cambios. No sabía aún que se
dedicaría a este oficio, pero ya tenía inclinaciones por hablar de los
problemas sociales. “Más que por la política, tenía interés por la vida
colectiva, por lo social. Era como un afán de opinar. De decir algo sobre lo
que pasaba en el mundo”.
Da unos sorbos a su vaso de Coca- Cola y arranca con el
dibujo. Sus herramientas: un par de hojas de papel bond, una lápiz marca
Staedtler de líneas rojas y negras y un iPad con estuche de cuero. Los primeros
trazos son el esbozo de un confesionario. Lo mira por unos segundos y no se convence.
Del bolsillo de su camisa saca un borrador de queso, toma su iPad y ojea en
Internet algunos modelos que lo convenzan.
Su mano derecha se mueve con rapidez. En segundos, las
figuras comienzan a tomar forma. En la hoja de papel bond aparecen las imágenes
de un confesionario y de un hombre arrodillado que tiene a su lado un maletín
con la palabra ONU.
Durante su primer año de Sociología, la vena de dibujante ya
había aflorado. Le dijo a su hermano que quería hacer dibujos animados. José
Gonzalo lo convenció de que continuara con sus estudios. Sin embargo, a los 23
empezó a colaborar con Diario HOY. Los primeros dibujos fueron gratuitos. Lo
que le interesaba era tener una vitrina para que la gente lo conociera. Al poco
tiempo, lo lamaron y lo contrataron formalmente. La sección en la que se
publicaban sus caricaturas se llamaba Cajón de sastre. Al inicio no dibujaba
rostros ni personajes específicos. Eso le permitía desarrollar conceptos más
universales, dice mientras se levanta y sube a su estudio para terminar el
dibujo.
El pequeño cuarto en el segundo piso de su casa está
atiborrado de libros y periódicos. La pared que tiene atrás de él está llena de
dibujos de gran formato. Regalos de sus amigos caricaturistas. Empieza a
delinear con un marcador los contornos del dibujo. Se levanta de la silla
giratoria en la que está sentado y revisa el periódico por última vez. “Acúsole
padre de haber ‘silenciado el abuso de menores’”. El texto que acompañará su
caricatura está listo. Lo siguiente será escribir su firma.
El humor siempre ha estado presente en su vida. Sonríe con
fuerza y lanza dos definiciones de lo que para él es el humor. Definición fría
y seria: el humor es un intercambio comunicacional en el que dos o más se ríen
de algo o alguien, entendiendo por risa la sonrisa, el soplido nasal, la
sorpresa placentera y otras variantes. Silencio. Definición caliente y seria:
el humor es ese chisporroteo que sale de la leña. Esos exabruptos felices que
tiene la vida y que te abrigan cuando empieza el chisporroteo. A veces hasta te
ríes. Una manera de desinflar el ego. La antípoda del poder y del aplauso, la
antítesis de la vanidad. Pegado en un filo de la computadora que tiene frente a
él está un dibujo en blanco y negro. Es un hombre que en sus manos tiene una
pistola mortífera, un lápiz que dispara sonrisas.
En menos de 30 minutos, su dibujo está listo. Lo coloca en un
escáner y empieza a darle color con un lápiz electrónico. Un poco de verde
alrededor del confesionario y blanco en la parte del suelo. Pulsa “send” y, al
segundo siguiente, suena el teléfono. ¡Lo acabo de mandar! No es disciplinado,
lo confiesa, pero tiene inventiva y chispa. Su rostro se relaja por unos
segundos, pero recuerda que tiene una entrevista con un medio mexicano en unos
minutos. Si no hubiera correo electrónico, habría tenido que manejar por unas
horas para dejar su dibujo en el diario. Esa es una de las ventajas que
encuentra a la tecnología. La otra es que tiene la posibilidad de comunicarse
con más gente. Un espacio de feedback en el que también recibe críticas e
insultos.
En el estudio está el lápiz gigante con el que se paseó en
estos días por la ciudad. Lo mira y empieza a jugar con él. Una pistola, una
bazuca, el mejor amigo de la escuela... A Bonil le gusta jugar con los lápices
pero, sobre todo, con su creatividad y con su buen sentido del humor. (GFF)
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