miércoles, 19 de febrero de 2014

Bonil en las antípodas del poder y la vanidad



Lo primero que hace al llegar a su casa -una residencia rústica de paredes color pastel y amplias áreas verdes que está en el barrio Chiviquí, en el valle de Tumbaco-, es abrazar a su perra. Se inclina, le rasca la cabeza y la aprieta en su pecho. Lo siguiente es hidratarse. El tráfico que soportó durante la hora que manejó desde Quito hacia el valle lo sofocó. Se desprende de su chaqueta y camina hacia la cocina. Bebe una Coca-Cola con hielo y se sienta en uno de los muebles de la sala. Tiene menos de una hora para entregar la caricatura que saldrá, al siguiente día, publicada en el diario El Universo.
Es viernes. A las cinco y treinta de la tarde, Xavier Bonilla, “Bonil” sabe que está en una carrera contrarreloj. Sin embargo, mantiene la calma. Siete horas antes se entregó al ritual de todos los días: leer los periódicos nacionales y extranjeros que más pueda. La noticia que más llamó su atención fue el conflicto que se armó entre la ONU y el Vaticano sobre el tema del abuso a menores de edad. En el transcurso del día se cruzaron algunas imágenes por su cabeza. La que más le sedujo fue la de un funcionario de la ONU arrodillado frente a un confesionario escuchando las confesiones de un cura.

Delgado, piel trigueña y orejas prominentes. En su niñez y su adolescencia, el dibujo no dejó huella en él. José Gonzalo, su hermano mayor, lo impulsó para que estudiara Economía. A él le gustaba la sociología. A los 17 años publicó sus primeros dibujos en la revista Cambios. No sabía aún que se dedicaría a este oficio, pero ya tenía inclinaciones por hablar de los problemas sociales. “Más que por la política, tenía interés por la vida colectiva, por lo social. Era como un afán de opinar. De decir algo sobre lo que pasaba en el mundo”.
Da unos sorbos a su vaso de Coca- Cola y arranca con el dibujo. Sus herramientas: un par de hojas de papel bond, una lápiz marca Staedtler de líneas rojas y negras y un iPad con estuche de cuero. Los primeros trazos son el esbozo de un confesionario. Lo mira por unos segundos y no se convence. Del bolsillo de su camisa saca un borrador de queso, toma su iPad y ojea en Internet algunos modelos que lo convenzan.
Su mano derecha se mueve con rapidez. En segundos, las figuras comienzan a tomar forma. En la hoja de papel bond aparecen las imágenes de un confesionario y de un hombre arrodillado que tiene a su lado un maletín con la palabra ONU.
Durante su primer año de Sociología, la vena de dibujante ya había aflorado. Le dijo a su hermano que quería hacer dibujos animados. José Gonzalo lo convenció de que continuara con sus estudios. Sin embargo, a los 23 empezó a colaborar con Diario HOY. Los primeros dibujos fueron gratuitos. Lo que le interesaba era tener una vitrina para que la gente lo conociera. Al poco tiempo, lo lamaron y lo contrataron formalmente. La sección en la que se publicaban sus caricaturas se llamaba Cajón de sastre. Al inicio no dibujaba rostros ni personajes específicos. Eso le permitía desarrollar conceptos más universales, dice mientras se levanta y sube a su estudio para terminar el dibujo.
El pequeño cuarto en el segundo piso de su casa está atiborrado de libros y periódicos. La pared que tiene atrás de él está llena de dibujos de gran formato. Regalos de sus amigos caricaturistas. Empieza a delinear con un marcador los contornos del dibujo. Se levanta de la silla giratoria en la que está sentado y revisa el periódico por última vez. “Acúsole padre de haber ‘silenciado el abuso de menores’”. El texto que acompañará su caricatura está listo. Lo siguiente será escribir su firma.
El humor siempre ha estado presente en su vida. Sonríe con fuerza y lanza dos definiciones de lo que para él es el humor. Definición fría y seria: el humor es un intercambio comunicacional en el que dos o más se ríen de algo o alguien, entendiendo por risa la sonrisa, el soplido nasal, la sorpresa placentera y otras variantes. Silencio. Definición caliente y seria: el humor es ese chisporroteo que sale de la leña. Esos exabruptos felices que tiene la vida y que te abrigan cuando empieza el chisporroteo. A veces hasta te ríes. Una manera de desinflar el ego. La antípoda del poder y del aplauso, la antítesis de la vanidad. Pegado en un filo de la computadora que tiene frente a él está un dibujo en blanco y negro. Es un hombre que en sus manos tiene una pistola mortífera, un lápiz que dispara sonrisas.
En menos de 30 minutos, su dibujo está listo. Lo coloca en un escáner y empieza a darle color con un lápiz electrónico. Un poco de verde alrededor del confesionario y blanco en la parte del suelo. Pulsa “send” y, al segundo siguiente, suena el teléfono. ¡Lo acabo de mandar! No es disciplinado, lo confiesa, pero tiene inventiva y chispa. Su rostro se relaja por unos segundos, pero recuerda que tiene una entrevista con un medio mexicano en unos minutos. Si no hubiera correo electrónico, habría tenido que manejar por unas horas para dejar su dibujo en el diario. Esa es una de las ventajas que encuentra a la tecnología. La otra es que tiene la posibilidad de comunicarse con más gente. Un espacio de feedback en el que también recibe críticas e insultos.
En el estudio está el lápiz gigante con el que se paseó en estos días por la ciudad. Lo mira y empieza a jugar con él. Una pistola, una bazuca, el mejor amigo de la escuela... A Bonil le gusta jugar con los lápices pero, sobre todo, con su creatividad y con su buen sentido del humor. (GFF)

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