Por: Simón Pachano
Bonil se equivocó al rectificar con otra caricatura la que
provocó el entredicho. Le bastaba con reproducir una página de Condorito,
obviamente con las comillas correspondientes, porque ese sí es el humor que
entienden los censores. Bueno, la verdad no es que ellos lo entiendan a la
primera, pero para eso están los asesores. Estos últimos, esforzados servidores
siempre cargados de trabajo, habrían tenido menos problemas al explicarles a
sus jefes el sentido de los dibujos y las leyendas. Incluso les habría dado la
oportunidad de salpicar sus informes burocráticos con unas cuantas palabras
difíciles, de esas que garantizan el toque académico que le gusta al censor
mayor, el que rompe periódicos mientras la multitud delira. Así, Bonil podía
haber obtenido un lugar en las salas de espera de los consultorios públicos y
habría encajado perfectamente en el nivel cultural de los tiempos que corren.
Pero, en descargo de él, hay que decir que debe ser difícil
hacer humor en estos días. No solo por la rápida e inevitable reacción de los
que manejan las tijeras y los borradores, que debe ser una espada sobre las
cabezas de quienes siempre tomaron la vida con ironía, sino sobre todo por la
competencia que encuentran a cada paso. La licitación para dotar a los
hospitales y consultorios de la seguridad social de Condoritos y no de Mafaldas
(nadie pide que pongan a Kant, Sartre, Marx o a ese Zizek que está de moda)
marca claramente el espacio en que se debe competir. Los recintos, los vivos,
las mofles y un buen número de programas de farándula lo certifican. Pero,
sobre todo, debe ser tremendamente complicado competir con las sabatinas, donde
actor y público reproducen con carcajadas, en vivo y en directo, los valores de
esos sainetes que ven a diario en la televisión.
Es allí, en ese nivel de emisión-recepción y percepción del
humor, donde se debe buscar una de las explicaciones para la acción de los
censores en el último episodio. La mayor parte de personas que han tratado este
tema se han fijado sobre todo en el carácter represivo de la medida, con el
consecuente cierre de espacios para la opinión. Ese es, sin duda, un problema
de grandes dimensiones e incluso se lo puede considerar como el objetivo
central. Pero para alcanzar esa meta hay instrumentos y medios que no pueden
ser dejados de lado en el análisis. Entre estos se destaca el de la calidad y
es evidente que el último acto de censura apunta hacia ese aspecto en
particular. La pueril justificación de la ausencia de comillas en la frase que
acompañaba al dibujo dice mucho en este sentido. Al hurgar en las palabras –que
son secundarias dentro del mensaje gráfico– se busca reducir la capacidad
expresiva de la caricatura por sí misma. En el fondo, se pretende colocarla en
el nivel de Condorito, donde el chiste sustituye al humor. Por ello, el
“infinito humor” que Bonil dice sentir hacia el líder es la mejor respuesta a
una realidad caricaturesca.
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