Por Antonio CaballeroVer más artículos de este autor
OPINIÓN Lo dicho: borracho de poder, el presidente Rafael Correa
está empezando a perder la razón.
Caricatura.
En el Ecuador, tierra de gobernantes locos, ninguno había
tenido el poder durante tanto tiempo como el presidente actual, Rafael Correa,
que parecía sensato. Pero el poder enloquece. Y acabamos de ver cómo Correa se
salió de sus cabales y estalló en un delirio paranoico por cuenta de una insign
ificancia, de una tonta tontería: una caricatura crítica –lo
cual es un pleonasmo– publicada en un periódico. Mandó multar al periódico –El
Universo de Guayaquil–?, ordenó rectificar al caricaturista, Xavier Bonilla,
Bonil, y lo colmó de insultos.
La caricatura, para quien no viva el día a día de la política
ecuatoriana, es bastante incomprensible: unos policías allanan a patadas el
domicilio de un señor Villavicencio y se llevan unos computadores con
“documentación de denuncias de corrupción”. El informe de alarma de un ominoso
organismo llamado Superintendencia de Información y Comunicación es igualmente
hermético: dice que el dibujo ?“afecta y deslegitima la acción de la autoridad,
apoya a (sic: ya nadie sabe usar las preposiciones castellanas) la agitación
social que genera un enfoque erróneo de los hechos”. Pero lo verdaderamente
inquietante del asunto, al margen de la evidente censura de prensa, es el furor
histérico que acometió al presidente Correa, quien hasta ahora, como dije,
parecía un hombre sensato. Se derramó en prosa:
“infamia”, “mentira”, “calumnia”, “cobardía”?. Y a Bonil lo acusó de ser
“sinvergüenza, ignorante, odiador, cobarde disfrazado de caricaturista”.
Lo de ignorante y sinvergüenza y odiador –curioso neologismo–
es cuestión de opinión. Lo de cobarde es más discutible. No es cosa de cobardes
la denuncia de la Fiscalía y la Policía de un presidente que está en la cima de
su popularidad y de su poderío. Por el contrario: se necesita valor. Y un
caricaturista profesional, como es Bonil, no tiene que “disfrazarse de
caricaturista” para hacer sus dibujos y publicarlos. Es un caricaturista, como
Correa es un presidente. Y eso es precisamente lo que el presidente olvida
cuando lo desafía a que abandone su oficio para ejercer otro, el suyo propio:
?“Si es valiente –le dice a Bonil–, póngase de candidato, póngase de analista
político, no saca medio voto”.
Lo dicho: borracho de poder, el presidente Rafael Correa está
empezando a perder la razón. Porque no está claro por qué la valentía va a
consistir en ?“ponerse de candidato” para ir a “sacar votos”, como una y otra
vez ha hecho él mismo, ni por qué va a ser cobardía burlarse del poder, como
hace, cumpliendo con su oficio, el caricaturista Bonil. Quien en este caso
actúa como calumniador no es el dibujante, sino el presidente. Y quien en
consecuencia debiera presentar una rectificación no es Bonil, sino Correa.
No lo hará, por supuesto. Quien sí tuvo que hacerlo, porque a
la fuerza ahorcan, y tampoco era cosa de hacerse ahorcar, fue el caricaturista.
Pero en su dibujo de rectificación se dio el lujo de burlarse nuevamente de la
Policía y de la Fiscalía, e incluso de reproducir tal cual la viñeta de su
dibujo anterior, el de la discordia. Pese a lo cual el superintendente de
Información y Comunicación se dio por satisfecho. “Quedó demostrado –dijo– que
se puede hacer caricatura sin desinformar”.
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