Por: Gonzalo Ortiz Crespo
Podría haberse tratado de una ópera bufa pero no dejaba de
tener aires del teatro de terror. Hubo quien propuso que lo único que cabía era
reírnos todos a carcajadas, como de hecho sucedió en algunos momentos de la
audiencia de sustanciación convocada el martes por la Superintendencia de
Comunicación (Supercom) contra el caricaturista Xavier Bonilla (Bonil) y diario
El Universo.
Pero yo, les confieso, sentí que asistía a un acto espeluznante:
un tribunal especial juzgaba a un dibujante por presunta agitación social,
pedía que documentase su caricatura y presentase las pruebas de descargo a su
favor. Las reminiscencias del nazismo no dejaban de cruzarme el corazón,
mientras sudábamos la gota gorda en un estrecho almacén acondicionado como sala
de audiencias, apelotonados como animales, mientras presidía la sala una
funcionaria de la Supercom que daba la palabra a la parte acusadora, que no era
sino un colega suyo de la Supercom, y luego se la cedía a la parte
"actuada", como decía en su léxico burocrático pseudojurídico, es
decir a Bonil y El Universo.
Guaruras de todas las cataduras nos rodeaban y nos
tomaban fotos, mientras un elegantísimo funcionario, que llevaba más de mil
dólares de ropa encima, vigilaba como estatua detrás de la presidenta de
ocasión. ¿Era una opereta? Lo era, sí, pero a la vez era un acto ominoso, repugnante,
que confirma los malos aires que soplan en la cueva en que se está convirtiendo
el Ecuador.
Este viernes la Supercom ha completado el vergonzoso acto al
condenar a El Universo a pagar una multa equivalente al 2% de la facturación de
los últimos tres meses, con el increíble argumento de que no se ha abstenido
"de tomar posición institucional sobre la inocencia o culpabilidad de una
persona involucrada en la indagación previa aludida en la caricatura",
cosa de la que ni se habló el martes, es decir otra maniobra para imponer la
mordaza ante cualquier actuación del Gobierno y sus fuerzas de represión. Y a
Bonil le ha condenado a rectificar el texto que consta en la caricatura, que el
caricaturista demostró haberlo tomado de las declaraciones de Fernando Villavicencio.
Al momento de escribir esta columna no sé lo que el diario y el caricaturista
vayan a hacer ante tan írrita sentencia, pero todo en esta historia es
indignante y vergonzosa.
Coincido con un argumento de la defensa: si la caricatura
causó agitación social y esta se publicó el 28 de diciembre, ¿por qué se esperó
hasta el 10 de enero para iniciar el procedimiento? ¿No debía pararse por todos
los medios dicha agitación? O, como dijo, con gran humor y entereza Bonil, ¿con
qué máquina se midió el grado de agitación? Por lo demás, involucrar al diario
es establecer la censura previa, pues una caricatura es igual a una columna
editorial: responsabilidad de quienes las firmamos, no del diario, que solo es
responsable de su propia opinión expresada en su editorial, y no consta que el
diario en un editorial haya dicho que Villavicencio es culpable o inocente. La
actuación de la Supercom es de muy mal agüero. Nubarrones aún más negros cubren
desde el martes el cielo de un país que ama la libertad. Solo un agujero de luz
se abre en el oscuro celaje: mi homenaje a Elsie Monge por su irreductible
lucha por los derechos humanos.
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