Por: Cecilia Velasco
A propósito de los 40 años del grupo “La Rana sabia”, Diego
Oquendo entrevistaba a su fundador, Fernando Moncayo, quien se refirió a la
trayectoria del colectivo, los viajes, el papel de su compañera de vida,
coautora de las obras y fabricante de muñecos, Claudia Monsalve. Además de
expresar la historia de un proyecto artístico y político en el mejor sentido de
la palabra, detrás de “La Rana sabia” subyace la historia de amor de la pareja
y la familia constituida.
El Centro Cultural de la PUCE ha abierto al público la
exposición respectiva. Enormes y pequeños títeres, seres de madera, tela, lana
y cartón nos contemplan desde el teatrino y las maquetas construidas a lo largo
de los años. Quizás los títeres sean los hijos, sobrinos, nietos y vecinos de
Fernando y Claudia, por cuyas grandes bocas, cosidas a mano, hablan los versos
de sus hacedores, autores de tantas historias, que ya deberían convertirse en
libros. “La Rana sabia” es la muestra de que la creación artística solo puede
darse desde la libertad absoluta, y que el rol del Estado es apoyarla sin
condiciones.
Lo desquiciado es que, entre nosotros, el talento no es
premiado, sino la obsecuencia. Si se es incondicional y se adula al poder, no
tiene importancia el grado de mediocridad. El inteligente caricaturista Bonil
ha sido ya castigado con los insultos públicos y es objeto de una sanción por
parte de un organismo del Gobierno por una caricatura aunque, tal como vimos en
la sabatina, lo es por muchas y, en suma, por la opinión inabarcable que en sus
dibujos expresa. La caricatura que derramó el vaso de la furia represiva puede
ser vista como una hipérbole, una crítica
a la policía y el poder judicial, una referencia sardónica a los
rituales navideños, un gesto de empatía con el procesado, un dardo que posee
una pizca de veneno. Y puede decirse lo mismo de las otras que en la sabatina
se exhibieron. ¿Y qué?
Imágenes del arte, dibujos y fotos, grafitis, comics y
caricaturas, desde lejanos días, no pueden ser reducidos ni aun explicados por
leyes ni mordazas, aunque unos pocos autoritarios hayan soñado con encarcelar a
creadores y artistas. Cristo ha sido objeto de parodia, así como Gandhi, la
Madre Teresa, el Papa, las monjas y curas, los ministros y cancilleres del
orbe, y a ningún grupo religioso ni congregación ni gobierno se le ha ocurrido
meterle un juicio al irónico y hábil dibujante, tal vez porque desde una
perspectiva cultural moderna se entiende que una caricatura, así como una obra
de arte, tiene múltiples significados, expresa indirecta y ambiguamente una
opinión o postura: ese ejercicio de la inteligencia y la deliberación le está
permitido al artista como una pequeña licencia que el mundo democrático y sus
representantes civiles han acuñado, del mismo modo que licencias tienen los
amantes para besarse, los niños para reír, los locos para filosofar. Desde
tiempos inmemoriales, el rey mira amoscado al sardónico juglar y no le corta la
cabeza, sino que aplaude su genialidad.
La Rana sabia sabía desde siempre que croamos y reímos,
mientras podemos, y no nos gana el miedo, sino la ilusión de la próxima
refrescante lluvia.
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