Por: Consuelo Albornoz
Es complicado que quienes tienen la competencia de evaluar,
controlar, juzgar y castigar las actividades periodísticas que, a su juicio
merezcan una sanción, no entiendan de periodismo. Tal limitación la han
evidenciado, en toda su magnitud, los diversos funcionarios que han intervenido
en el reciente caso contra Bonil, y una de sus viñetas. Pues no distinguir un
editorial gráfico (que esto es una caricatura) de una noticia revela un
desconocimiento completo sobre la existencia de varios géneros en el
periodismo, y sobre sus diferencias.
Ese error se vuelve de alto riesgo pues quienes incurren en
él son quienes vigilan a los medios de prensa desde la Supercom. ¿Con qué facultad
y criterios van a llevar adelante su tarea de escudriñamiento?
A esas condiciones hay que agregar los prejuicios que
mantienen quienes se identifican con el correismo sobre lo que ellos llaman la
“prensa comercial”, quizá porque igualan y confunden la actividad de la prensa
con el mercadeo y la propaganda. Pues, lo reconozco, de esto sí saben: son
expertos en montar las tarimas sabatinas y para todo show que les importe, y en
contar con las eventualidades y prevenir cualquier tropiezo. También lo son
para producir sus publireportajes y trasmitirlos en las cadenas nacionales, o
divulgar aquellas cancioncillas pegajosas sobre la patria o la revolución.
Un segundo problema es la incongruencia que encuentro entre
la tremenda relevancia que le han dado a un “opinador”, el segundo en el caso
de El Universo. Desde las filas del oficialismo han afirmado que los “medios
mercantiles” lo único que difunden es la “opinión publicada” de unos individuos
que no representan a nadie, apenas a sus autores. Y que, por añadidura, actúan
como el eco de las consignas de los propietarios. ¿Si tan irrelevante es la
“opinión publicada” en la prensa comercial, para qué darle tanta atención? Para ellos, ¿no sería mejor ignorarla?
Cierta desazón, matizada con algo de reserva, me genera el
nombre de la Supercom. Cada vez que lo
escucho me recuerda a esos superhéroes que surgieron desde la década de 1930 y
se fueron actualizando conforme cambiaban las generaciones. Sus poderes
sobrenaturales, acompañados de una cierta ingenuidad, les llevaban a que
buscaran defender a los débiles, detener los poderes maléficos y evitar las
catástrofes. Por lo general actuaban con discreción, pero la magnificencia de
sus hazañas los conducían a las primeras planas de los diarios. Sus acciones justicieras,
matizadas con aspectos piadosos, merecían el reconocimiento de la sociedad.
Pero no encuentro rasgos de esos justicieros misericordiosos en la Supercom.
Sus poderes son enormes pero no sobrenaturales; se asientan en las
legislaciones e interpretaciones a medida. Gustan de pregonar lo que hacen y se
refocilan en un vocabulario tremebundo, amenazante. Además, están al servicio
del poder político. No protegen a esos que solo disponen de lápices e ideas.
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