miércoles, 19 de febrero de 2014

Análisis



Por: José Hernández
Director adjunto
¿El debate Barrera-Rodas incidirá en las percepciones que han registrado los sondeos? Difícil pensar que un debate radial, en el que pesan más las palabras   que las imágenes, no repercuta en una opinión politizada como la quiteña. Y, sin embargo, el debate de ayer   no tenía, si se mira desde los candidatos, la misma intención. Ni perseguía los mismos objetivos.
Barrera llegó con pose de administrador. Como si tratara de probar que él es el único que posee el conocimiento, tiene los   ojos sobre las carpetas, conoce los índices y porcentajes, para dirigir la Capital.

Se dedicó a citar el número de obras que ha hecho, las que están en camino o las que se propone contratar. Ese afán demostró que, hasta ahora, él no ha desentrañado el misterio-Rodas que pasea en los sondeos. Por lo menos no dio pruebas de querer responder   las preguntas que lo atañen: ¿por qué Rodas se logró encaramar en las encuestas? ¿Por qué llenó el espacio electoral en tan pocas semanas? ¿Por qué él, cuyo entorno consideraba que la campaña sería un mero trámite, ha tenido que recurrir al apoyo de un aparato gigantesco con el presidente a la cabeza? ¿Por qué en una ciudad, donde el oficialismo no cesa de decir que ha politizado la política, tantos votos (según los sondeos), se van a alguien improvisado y ligero, como él dice que es   Rodas? En conclusión, disparó a puntos ciegos y dirigió su intervención a   un electorado que hurga en los programas para tomar decisiones. Ese no parece ser el lugar en el que hace su agosto su contrincante.
El candidato de SUMA jugó más sobre las formas. Sobre la emotividad de un electorado al que acarició con buenas maneras, frescura en el tono y una aparente calma chicha. No entró en el juego de Barrera y, en los momentos más críticos (cuando, por ejemplo, Barrera habló del abogado Freire), eludió el bulto sin dar muestras de alterarse. Su estrategia era evidente: limitar los gastos en un debate que su entorno desaconsejó. Se dedicó, entonces, a bailar en la misma baldosa, repitiendo dos o tres ideas fuerza y esforzándose por crear un contraste con el alcalde: tenso contra tranquilo, mal educado contra un caballero... La intención obvia era evitar la erosión de votos que el propio oficialismo ha llevado a su terreno. Es el mérito de un Gobierno tan pagado de sí que nunca imaginó que, en la propia   Capital, las encuestas le causarían una desesperación jamás vista. Votos perdidos de médicos, taxistas, movimientos sociales, mujeres,   estudiantes..., que no ven con buenos ojos ni la cárcel para los médicos, la represión para los 10 de Luluncoto, la forma atrabiliaria en que fueron tratadas las propias asambleístas de Alianza País, la explotación del Yasuní, la irracionalidad de entes que ahora penalizan hasta las caricaturas...
El debate cruzó ese malentendido: un candidato-alcalde que no entiende por qué, con el volumen de obras que tiene, no lidera, y de lejos, las encuestas. Y un candidato que recibe, con sus méritos pero sin mayor trabajo de su parte, un caudal de votos de gente que hoy está dispuesta a no mirar programas, sino a mandar un mensaje de hastío.

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