Por: Simón Pachano
Las próximas elecciones podían pasar como un evento más
dentro del juego político, pero la participación directa del líder en la
campaña va a producir varios efectos que eran impensables sin esa presencia. En
primer lugar, la decisión de separar las elecciones locales de las nacionales
buscaba evitar el efecto de vasos comunicantes que se produce entre ambos
niveles y era una manera de profundizar el proceso de descentralización. La
transformación de esta contienda en un hecho nacional tira a la basura ese buen
intento y constituye un retroceso de varias décadas en el fortalecimiento de
las entidades subnacionales (o subestatales).
En segundo lugar, al involucrarse directamente en la campaña
está confesando la debilidad de sus candidatos y de Alianza PAIS. Se comprueba
que la revolución ciudadana lleva su nombre y su apellido. Siete años de
construcción de un proyecto político, con control absoluto de todos los
poderes, no han sido suficientes para despersonalizarlo. Al contrario, la
campaña ha demostrado que estamos frente a uno de los fenómenos más agudos de
personalización de la política. Se hace más pertinente la pregunta de lo que
podrá suceder cuando él no sea presidente ni candidato.
En tercer lugar, al participar directamente, eclipsando a los
candidatos, será el ganador de muchas alcaldías y prefecturas, pero también
será el perdedor de algunas otras. Los triunfos le pertenecerán, como le han
pertenecido hasta ahora en todas las elecciones y consultas. Pero también serán
suyas las derrotas. Debido a que no está acostumbrado a estas, no es posible
saber cómo reaccionará, pero seguramente no será con la resignación que exige
el juego democrático (un autor dice que la democracia es un régimen en que los
gobernantes pierden elecciones). En la carta que envió a sus seguidores
calificó a los oponentes como enemigos (un concepto bélico, no político) y
consideró que su actividad es conspirativa. Difícil que pueda convivir
armónicamente con ellos.
Finalmente, ha planteado esta contienda como un juego de todo
o nada para su proyecto político. Ha sostenido reiteradamente que en los
municipios, consejos provinciales y juntas parroquiales se define la
continuación o el fin del proyecto. Además de ser una apreciación bastante
exagerada y totalmente alejada de los principios de pluralismo y tolerancia
propios del régimen democrático, dibuja un escenario en el que la única opción
aceptable es el triunfo total y absoluto. De acuerdo a esa lógica, si otras
organizaciones políticas triunfan en ciudades como Guayaquil, Quito, Machala,
Cuenca, Ambato, entre otras, se podría interpretar que la revolución ciudadana
ha sido derrotada. Obviamente, es un sinsentido, pero a eso lleva ese tipo de
razonamiento.
La presencia de un solo candidato, omnipresente en todas las
provincias, cantones y parroquias, muestra con claridad que la revolución
ciudadana no puede salir del correísmo para pasar a un proyecto político
orgánico y colectivo. Si se suma la polarización que está asociada a su
presencia y que retroalimenta con su discurso (como cuando sostiene que toda
discrepancia es una traición) el resultado final es el cierre del espacio de la
política.
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