martes, 12 de septiembre de 2017

El shock nacional



Juan Cuvi

 (Publicado en la Revista El Observador, agosto del 2017)
Finalmente, Lenín Moreno alzó el telón. Descubrió la grave crisis económica que había sido encubierta por el anterior gobierno tras los velos de la negación y del irresponsable endeudamiento externo. La mesa servida resultó ser una más de las incontables ficciones levantadas durante una década de correato.
Lo que no ha dicho el presidente Moreno es quién va a pagar la cuenta de la parranda. Algunos anuncios dan pistas. Por ejemplo, la devaluación fiscal tiene como claros beneficiarios a los empresarios.
Con un peligroso agravante: la posibilidad de reducir el aporte patronal de los afiliados al IESS podría ser el tiro de gracia en contra de la seguridad social. ¿Quién va a cubrir la diferencia? ¿El Estado desfinanciado? ¿Nuevo y gravoso endeudamiento?
La pelota, entonces, vuelve a la cancha de la sociedad, de la potencialidad de los movimientos y organizaciones sociales para presionar por alternativas justas. Los afiliados al IESS deberíamos ser los primeros en oponernos a medidas que afectan nuestros derechos.
El país todavía no conoce la dimensión del atraco perpetuado por los correístas en estos diez años. Por la información divulgada hasta ahora (casos Toachi-Pilatón, Refinería de Esmeraldas, Odebrecht y Caminosca), y que únicamente refleja la punta del iceberg, podemos suponer que es descomunal. Con toda seguridad, el correato pasará a la historia como el régimen más corrupto desde inicios de la república.
No obstante, la condena moral no es suficiente para reivindicar la indignación nacional. La conciencia pesa tanto como el hambre. Si el Estado pudiera recuperar una parte de lo robado, estaría cubierto el déficit fiscal de este año.
Así al menos podrían evitarse medidas de ajuste que amenazan con golpear a los sectores más empobrecidos. Tenemos que proteger nuestra dignidad y nuestro estómago.
La situación del país, no obstante, nos remite forzosamente a un debate más complejo: el rol de los llamados gobiernos progresistas en la política latinoamericana.
Al parecer, el apelativo de progresismo no hizo más que edulcorar proyectos abiertamente populistas basados en el viejo esquema de corrupción, nepotismo y arbitrariedad.
La abundante disposición de ingresos fiscales permitió proyectar una falsa imagen de redistribución de la riqueza. En efecto, había con qué repartir a todos, pero no a todos por igual.
Lo que nunca se dijo es que en este reparto quienes se llevaron la mayor parte de la torta fueron los grupos económicos más fuertes del país y las empresas transnacionales. Para los sectores populares quedó la yapa, el excedente de la riqueza.
Pero de no tener nada a tener un poquito produce la ilusión de una mejora en las condiciones de vida. Los pobres agradecieron y se conformaron con ese poquito. Y, obviamente, mantuvieron su adhesión electoral a Alianza País.
El principal problema para el actual gobierno es que la formulita de publicidad y
bonanza llegó a su fin. Ya no hay qué venderles a los pobres. Además, ahora toca lidiar con el shock psicológico general.
Un jaguar raquítico y una mesa vacía nos obligan como país a enfrentarnos a una decepcionante realidad. Todo se redujo a una delirante grandilocuencia mediática. Cascarón y maquillaje.
Con todas las condiciones favorables, no fuimos capaces de dar un salto para salir del laberinto al que nuestras elites políticas y económicas nos han condenado

No hay comentarios:

Publicar un comentario