martes, 5 de septiembre de 2017

Poscorreísmo7: ¿Y ahora cómo se recupera la política?

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El correísmo fue, en sí, una promesa de cambiar la política. Promesa evidente si se juzga la enorme base social que se juntó para acompañar al outsider que competía entonces con Álvaro Noboa. La variedad de tendencias y la cantidad de movimientos sociales y políticos representados hizo creer a muchos que la endeble y maltrecha democracia ecuatoriana alcanzaría, por fin, contenidos reales y renovadores. Ese espíritu prevaleció hasta que se instaló la Constituyente de Montecristi que fue mercadeada como la Constitución plena de derechos, que ponía en el centro del acuerdo social a los más desfavorecidos y que iba a politizar la sociedad para empoderarla.
No hubo que esperar diez años para ver cómo esa movilización política impresionante mutaba en uno de los mayores desiertos políticos de los que se tenga memoria. Porque lo que Alianza País entendió por política fue un proyecto absolutista que las fuerzas que lo auparon escrituraron a Rafael Correa. Proyecto absolutista forjado con fragmentos de viejas ideologías que desembocó en una contradicción letal para la sociedad y la democracia: un poder político totalmente concentrado y vertical para supuestamente gobernar una sociedad atestada de derechos y participativa.
En realidad, Alianza País clausuró el juego político. Tras imponer su poder, se dedicó a formular leyes, proteger el proyecto, asegurar la impunidad para la nomenclatura y armar las coartadas semánticas destinadas a ocultar la realidad. Muchos actores sociales y políticos le siguieron el juego. Apostaron al proyecto, olvidaron sus reivindicaciones y, en vez de agitar y debatir ideas se dedicaron a hacer coro al manual del oficialismo que, rápidamente, asumió todos los ingredientes de un catecismo.
Sociólogos, politólogos y hasta sicólogos tendrán que explicar por qué ocurrió esto en Ecuador. Por qué la sociedad ignoró lo que estaba viviendo, admitió un proyecto totalitario que responde, en un enorme porcentaje, a los prejuicios, resentimientos y hasta evidentes arreglos de cuenta de la vida personal del ex presidente. Correa no cree en la política: ama el poder; ama mandar y humillar.
Su escuela es nefasta. Política para Alianza País es tener la razón e imponerla; si les toca con jueces y fiscales. Es no tener contrincantes sino tener enemigos. Es tener una sociedad sumisa y unos medios convertidos en notarios de sus proezas. Sociólogos, politólogos y hasta sicólogos tendrán que explicar por qué Ecuador aceptó que la esfera pública dejara de ser entendida como un espacio para debatir y acordar y se volviera una arena apta para candidatos a dictador, bravucones y pendencieros.
Correa no solo destruyó la política como arte de pensar e incidir en la cosa pública. La idea que deja de lo que es un político es demoledora y basta ver a sus militantes o ex funcionarios: el político dejó de ser una persona que analiza, coteja y propone para convencer. Ahora es un gladiador, un boca sucio, un cínico que en vez de usar la razón activa la fe, es ciegamente leal al líder y no teme ser ladrón. O defender con emperramiento a los saqueadores.
No faltaran aquellos (porque la estulticia también ganó terreno) que dirán que antes era lo mismo. Que había políticos mentirosos y ladrones. Y es verdad. Salvo que el correísmo empujó todos los límites hasta convertir el cinismo, la mentira y la corrupción en un sistema de gobierno. Salir de ahí, volver a dar contenidos sanos y democráticos a la política y a los políticos, será un verdadero rompecabezas para la sociedad en su conjunto.
En este sentido, el poscorreísmo implica una acción higiénica. Y esto empieza por recuperar el sentido de las palabras que Correa y los suyos pretendieron secuestrar. No hay que redefinir democracia, solo volver a leer el diccionario. No hay que reinventar (etimológicamente) la política: solo pedir a cada uno de los actores políticos –sobre todo a las minorías– que no vuelvan a olvidar sus reivindicaciones so pretexto de defender un proyecto global. No hay que buscar politólogos magos: hay que saber que es imposible compaginar un poder político todopoderoso y vertical con una sociedad horizontal y participativa. Y es totalmente inviable hablar de democracia con una constitución como la de Montecristi, concebida para exaltar un Estado todopoderoso en manos de un caudillo bravucón.
Aquellos que creen que basta con evitar que Correa vuelva, se equivocan. La destrucción que hizo de la política como sistema para pensar en mejores gobiernos y en servir, en forma transparente la cosa pública, es profunda. Y está enraizada en el país. Para convencerse, basta observar y oír a Gabriela Rivadeneira, Marcela Aguiñaga, María José Carrión, Augusto Espinosa, Pabel Muñoz, Ricardo Patiño… La lista es larga y toca varias generaciones.

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