Publicado en la Revista El Observador (edición 100, agosto del 2017) |
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El ex presidente Rafael Correa señaló en una oportunidad que él no era solamente el jefe del poder ejecutivo sino que, como presidente de la república, era jefe de todo el estado ecuatoriano y, el estado ecuatoriano es poder ejecutivo, poder legislativo, poder judicial, poder electoral, poder de transparencia y control social, superintendencias, contraloría y procuraduría. Eso en el siglo XVIII tenía un nombre: absolutismo monárquico. Hoy tiene otro nombre: socialismo del siglo XXI.
El problema no radica- desde luego- en esa declaración que contraría un elemental principio como es el de la autonomía e independencia de los poderes del estado. El problema radica en que el ex presidente Correa cumplió durante la década que duró su gobierno al pie de la letra esa tesis. Los otros poderes del estado se volvieron, en unos casos frontalmente y en otros tratando de disimular, dependencias del ejecutivo todopoderoso. El poder legislativo –así con minúscula- sustentado en una aplastante mayoría gobiernista fue durante casi todo el período un complemento del palacio de Carondelet. Una legisladora de gobierno definió sin tapujos esa relación cuando se ufanó de ser sumisa. La nueva función del estado creada en Montecristi como otra novelería más, la función de transparencia y control social, funcionó y lo sigue haciendo con la precisión de un reloj suizo al nombrar a las altas autoridades y magistrados que según la Constitución están dentro de sus atribuciones. Fiscal, jueces de la suprema, miembros del máximo organismo electoral fueron casi sin excepción y por una rara coincidencia gente cercana al régimen. Se cumplía con ello el principio tan claramente expuesto por el Presidente de que, como jefe del estado ecuatoriano, mandaba en todas las funciones del estado y que el estado comprende todos, sin excepción, los poderes. Los constantes sobresaltos en los que ha debido desarrollarse el periodismo ecuatoriano durante estos últimos diez años tienen ,entonces, una explicación muy objetiva en este principio de anulación de la autonomía de los poderes. Una vez subordinados esos poderes al ejecutivo, el camino estaba allanado para que las voces críticas y las opiniones independientes, sean perseguidas y en muchos casos silenciadas. Leyes creadas bajo ese criterio de un ejecutivo todopoderoso, más dóciles ejecutores de esas normas y cortesanos torquemadas criollos dispuestos a agradar al jefe, hicieron el resto que ciertamente era fácil. Juicios a periodistas, sanciones a los medios, presiones inocultables, estuvieron a la orden del día para tratar de conseguir que no exista más que una verdad, la verdad del poder político. Muchos cayeron en el camino y otros dieron un paso al costado. Sin embargo varios medios de comunicación resistieron esos embates y pudieron seguir cumpliendo- con limitaciones ciertamente-su responsabilidad de informar y dar cabida a opiniones diversas. La lucha contra el absolutismo monárquico fue un largo proceso que llegó a su punto culminante en el Siglo de las Luces, ese siglo XVIII que privilegió la luz de la razón por sobre todo otros principio para entender el mundo. Contra el poder absoluto de los monarcas que gobernaban por el origen divino de su poder, surgió el pensamiento de Juan Jacobo Rousseau que pregonó la tesis de que el poder proviene del pueblo que es el único soberano, en oposición a los soberanos de origen divino. Los seres humanos se unen para buscar seguridad y prosperidad- dirá Rousseau- y al unirse crean una fuerza imbatible. Como no todos pueden gobernar, elegirán a los mejores ciudadanos para que por encargo gobiernen . El poder es entonces un encargo y tiene como única finalidad conseguir la seguridad y el bienestar de los ciudadanos. Si el gobernante no cumple con esas obligaciones, el pueblo tiene, no solamente el derecho, sino la obligación de retirarle el encargo del poder. Con ello ha nacido en el mundo moderno el derecho a la rebelión contra los gobernantes que no cumplen con su obligación. Voltaire será en ese contexto un crítico implacable de la tiranía de los déspotas y Montesquieu diseñará la base estructural de los estados modernos pensándolos como estados que tienen tres poderes: ejecutivo legislativo y judicial.. Son tres poderes autónomos y en esa autonomía está la base para que ninguno se extralimite y tome atribuciones de los otros poderes. Es la mejor forma de asegurar que nunca vuelvan los gobiernos absolutistas que concentran todo el poder en una sola persona. La revolución francesa, la independencia norteamericana, los movimientos independistas del siglo XVIII e inicios del XIX en Latinoamérica, germinarán al calor de esas teorías. La igualdad de los seres humanos ante la ley será uno de los grandes legados de esos movimientos revolucionarios. Los ciudadanos ya no serán juzgados con leyes distintas según la clase social a la que pertenecen. Desaparecerán los fueros y la aspiración será que todos sean juzgados con las mismas leyes. Estos principios sobre los que se ha construido la democracia moderna, nunca gustaron a las nuevas formas de despotismo y absolutismo que con otros nombres surgieron y siguen apareciendo de tiempo en tiempo. Los totalitarismos modernos o las distintas formas y variedades de fascismo y comunismo – que como todo extremo se juntan- trataron siempre de anular esos principios y en muchos casos lo lograron. Y, para volver al poder absoluto, una de las primeras instituciones que se empecinan en destruir es la prensa crítica, libre y sobre todo la prensa que investiga los vicios del poder. Crear las condiciones para que exista una sola verdad, la verdad del estado todopoderoso y de los dueños del poder político, ha sido siempre la aspiración de los absolutismos de izquierda y de derecha. Durante estos últimos años, el mundo presencia en muchos países el eclipse de los partidos políticos y el resurgimiento de caudillos que encarnan la visión del hombre o la mujer fuerte. Algunos de ellos se ubican más allá de la tradicional clasificación de izquierdas y derechas aun cuando algunos se encasillan claramente en esos bandos. En todos los casos y sin excepción son contrarios a la libertad de expresión porque simplemente no toleran que alguien pueda estar en desacuerdo con lo que hacen y dicen. Son versiones actualizadas del déspota clásico pero versiones perfeccionadas en cuanto disponen de arsenales tecnológicos que les permiten detectar con precisión dónde germina un pensamiento nuevo que no esté de acuerdo con sus tesis. Disponen generalmente de muchos recursos económicos y cuando no los tienen optan por tomar recursos que pudieron ser destinados a obra social y los dedican a reprimir la libre expresión del pensamiento.  Tienen ejércitos de sabuesos que husmean por todo rincón buscando opositores y disidentes. Y, cuando no los encuentran, se inventan para justificar el cargo que ostentan. Sabuesos muchos de ellos con fino olfato incentivado por la generosa recompensa del líder. O, sabuesos hambrientos que físicamente aporrean a quienes osan criticar al jefe. Corea del Norte es un ejemplo patético. Pero también al otro lado surgen líderes como Trump que triunfan y se encumbran denigrando a la prensa y atacándola frontalmente. En América Latina, Cuba y México son los países en donde más amenazada está la libertad de prensa. Cuba de hecho está a la cola de la lista que elaboran los organismos que estudian el estado de la libertad de prensa en el mundo. Costa Rica es el mejor ubicado. Ecuador está entre los países que según la misma organización antes mencionada, presentan “problemas significativos†para la libertad de prensa. Son malos tiempos para la libertad de pensamiento. Y, malos tiempos para nustro país que ha visto crecer significativamente la corrupción, entre otras causas, por las barreras impuestas a la investigación periodística que, aquí como en todo el mundo, es un instrumento fundamental para detectar los abusos del poder y denunciarlos. Hay buenos indicios de que la etapa puede estar llegando a su final. La declaratoria de inocencia del periodista Martín Pallares acusado de haber atentado contra el honor del ex presidente Correa- primer fallo en contra en diez años- permite tener la esperanza de mejores tiempos para la justicia y para el periodismo. Las declaraciones del Presidente Moreno pidiendo a la prensa investigar y denunciar es una bocanada de aire fresco después de tanto mal olor de la última década. |
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