Constituyente: un tiro al aire para ver si alguien se asusta
El aparato correísta ha lanzado la idea de una Asamblea Constituyente. La propuesta estuvo presente en casi todas las presentaciones que Rafael Correa tuvo durante su estadía en Colombia y luego la repitieron en coro, en el Ecuador, unos pocos cuadros menores de esa corriente.
Pero si se observa con atención lo que se ha dicho sobre la Constituyente es fácil concluir que es una verborrea vacía y sin sustento. Tan vacía y sin sustento que quienes la han lanzado al ruedo no esgrimen un solo argumento presentable y creíble para justificar la necesidad de rearmar el Estado ecuatoriano; tema que se supone es lo que mueve a un proceso constituyente.
Para comenzar está la declaración del propio Correa que supuestamente es el gran promotor de la iniciativa y piensa sacrificar, según dijo, incluso su tranquilidad familiar para liderar el proceso. Las razones que dio en su entrevista con revista Semana en Bogotá para la Constituyente son tan vacuas que él mismo reconoce que es “ridículo” ir a un nuevo proceso constituyente cuando apenas han pasado diez años del más reciente. “La Constitución que tenemos es muy buena pero la constituyente sería un alternativa para parar esto, porque la relación de fuerza está totalmente rota a nivel comunicación”, dijo, luego de haber admitido que “esta es una propuesta frente a la coyuntura gravísima que estamos viviendo, que puede sonar hasta ridícula, pero igual de ridículo es que hayamos ganado las elecciones y que ahora gobierne la oposición y se aplique el programa de la oposición”.
La necesidad de ir a una Constituyente no tiene, entonces, nada que ver con la redacción de un nuevo marco constitucional. La promueve para “parar esto”. Es decir, para acabar con el gobierno de Lenín Moreno. ¿Que razón dice tener Correa para esto? Que Moreno está aplicando, y jura que es verdad, el programa de la oposición. Lo dice como si en algún lugar del mundo civilizado se convocara a asambleas constituyentes para forzar a un gobierno a rectificar. La razón que dio a renglón seguido, en la entrevista a Rodrigo Pardo de Semana, alcanza niveles cantinflescos: según el ex Presidente la causa principal para llegar a convocar a una asamblea es que “la relación de fuerza está rota a nivel comunicacional”. En otras palabras, Correa no tiene un solo argumento válido para justificar la Asamblea Constituyente.
Lo que dijo durante su conferencia en la Universidad Nacional de Colombia tampoco aporta. “No podemos hablar de democracia. En función de eso quieren aprovecharse para hacer una consulta popular, derrumbar todo. Bueno, si eso es lo que quieren hacer vamos a una Asamblea Constituyente y vamos nuevamente a elección”. Como se ve, lo único que aparentemente hay tras el proyecto de Constituyente, según Correa, es la voluntad de provocar una nueva elección.
A esto hay que agregar lo que han dicho unos pocos operadores el correísmo duro tras el periplo de Correa en Bogotá. Están, por ejemplo, las declaraciones de la asambleísta Soledad Buendía. “He hablado con el ex presidente Correa y será candidato”, dijo muy sonreída la asambleísta a un grupo de reporteros en la Asamblea Nacional. Pero no dio un solo argumento que justifique la iniciativa. También está la rueda de prensa que dio otro asambleísta de Alianza País, Carlos Viteri Gualinga. Asumiendo que en la convocatoria de Lenín Moreno estará la pregunta sobre la reelección indefinida, Viteri dijo que se va a afectar la estructura del Estado que hay que ir necesariamente a una Constituyente. El argumento parecería, a primera vista, el único que da contenido jurídico a la supuesta necesidad de una constituyente. Pero se pulveriza cuando se recuerda la forma en que fue aprobada la reelección indefinida en diciembre del 2015. En ese entonces, el propio Viteri Gualinga y su partido dijeron que la reelección indefinida no afectaba la estructura del Estado y que bastaba con que se aprobara como una enmienda constitucional por la Asamblea y no mediante consulta popular como exigía la oposición. Es decir, en el 2015 no era necesaria ni siquiera una consulta y ahora, en cambio, se requiere un proceso constituyente.
Es evidente que la Constituyente de la que habla el correísmo no tiene ningún discurso o relato que la justifique. No hay, como lo hubo en 1998 o en el 2007, un discurso que se apoye en un sentimiento colectivo de colapso institucional o en la necesidad de renovar la clase política. En esta ocasión lo único que aparece tras el lanzamiento de esa idea y de su justificación es la evidente intención de amenazar al gobierno de Moreno con ir a una nueva elección donde el contendor sería, supuestamente, Rafael Correa. Pero tan carente de convicción aparece el proyecto de la Constituyente que no se ha hablado ni siquiera de una campaña para recoger firmas -lo cual está estipulado en la Constitución-, o de la organización de un frente cívico para pedir a Moreno que convoque a un nuevo proceso constituyente.
El cuento de la Constituyente es, claramente, una suerte de amenaza desesperada para ver si logran desdibujar la iniciativa de la consulta popular de Moreno que, con la eliminación de la reelección indefinida, saben que enterrará a su líder, Rafael Correa. La presentación de Correa en Colombia pareció un inmenso operativo de relaciones públicas destinado a activar una caja de resonancia en Ecuador, pero no pasó de ser un globo de ensayo para medir en la opinión la idea de la constituyente. Un globo que no ascendió.
Esa amenaza recuerda el tiro al aire que dispara el dueño del arma cuando tiene mucho pero mucho miedo. Ese es el caso de Correa y los suyos: miedo de perder y quedar sepultados con la consulta.
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