jueves, 14 de septiembre de 2017

Realidades paralelas
El impresentable René Ramírez tiene la desvergüenza de publicar encuestas falsas y de montar un enorme simulacro para justificar de alguna manera ese enorme y costosísimo fraude que es Yachay, la famosa Ciudad del Conocimiento. Digo fraude y simulacro pues, como lo mostró una crónica de 4 Pelagatos, la publicitada inversión de los 3000 millones para la producción de automóviles eléctricos, fue sólo un montaje propagandístico fraudulento para lo cual se utilizó una empresa de papel y un par de aventureros que se prestaron al sainete.
13 de septiembre del 2017
POR: Simón Ordóñez Cordero
Estudió sociología. Fue profesor y coordinador del Centro de Estudios Latinoamericanos de la PUCE. Ha colaborado como columnista en varios medios escritos. En la actualidad se dedica al diseño de muebles y al manejo de una pequeña empresa.
Para construir ese falso relato no dudaron en trucar las esta-dísticas, en enterrar el pasado y en pervertir el lenguaje".
“Un húngaro va a un hospital y pide ir a la sección de Ojos
y Oídos, pero le dicen que son dos secciones: una para
Ojos y otra para Oídos. ‘¡Oh!Pero yo debo ir a ambas’, suspira.
‘No sé qué me pasa últimamente que no veo lo que escucho”.

Chiste popular, Hungría comunista.
A mediados de la década de los 40 del siglo pasado, George Orwell escribió su famosa novela titulada 1984. Su experiencia con el fascismo, que ya para entonces había sido derrotado, y con el comunismo, que se encontraba en una agresiva fase de expansión, le permitió diseccionar aquellas sociedades totalitarias en donde un partido —en cuya cabeza se encontraba el Gran Hermano— se había hecho con el poder y con el control absoluto de la sociedad y de los individuos. Dentro de la gran maquinaria totalitaria que describe tiene especial importancia el Ministerio de la Verdad, pues es allí donde se construyen las enormes mentiras que luego serán repetidas incesantemente hasta que terminen por convertirse  en “verdades”.
Manipulación de la información, reescritura de la historia, adecuación de las estadísticas a los discursos oficiales, difusión de grandes logros jamás alcanzados, son sólo algunas de las cosas de las que se encarga el Ministerio de la Verdad, y, gracias a ellas, logra la conformidad y hasta el apoyo a un régimen sostenido en la mentira. Dicho Ministerio es, en la visión de Orwell, el centro del poder en una sociedad  de tales características, puesto que constituye el espacio de creación de una realidad paralela mediante la cual se hace posible que las personas crean en las construcciones imaginarias de los aparatos de propaganda antes que en su propia experiencia vital. Se trata, en otros términos, de un proceso que  logra disociar la realidad respecto de las ideas que sobre ella se hacen los seres humanos. Es, en palabras de V. Havel, el mundo que obliga a los hombres a vivir en la mentira. 
Algo de eso fue lo que sucedió el 26 de abril de 2013, cuando el salón en donde funciona el centro de monitoreo del 911 de La Puntilla, se vio repentinamente convertido en una burda imitación de de las instalaciones de Cabo Cañaveral, el centro espacial desde donde la NASA envía sus cohetes al espacio. Ese día, un grupo de impostores vestidos de astronautas, entre los cuales se contaba el inefable Presidente de la República bananera, miraban emocionados el lanzamiento del cohete chino que llevaba al espacio, entre otras múltiples chucherías, al primer satélite ecuatoriano, nuestro diminuto e insignificante Pegaso. Eso, que en un país desarrollado no hubiese pasado de ser un proyecto de fin de curso de un grupo de estudiantes secundarios, constituyó para el Gobierno y su delirante jefe, “el ingreso del Ecuador a la era espacial”.   
El despliegue publicitario fue enorme y los gastos en publicidad y propaganda superaron ampliamente los costos que implicó la construcción del mini satélite, incluido lo que debió pagarse por el flete en el cohete chino que lo llevó al espacio.
Pocos días después de haber enviado valiosísima información “encriptada” en la estática que reproducían los monitores (esos puntitos que suelen verse en la televisión cuando no existe señal de ningún canal),  el diminuto cuerpo del desventurado Pegaso fue embestido, en la inmensidad del espacio,  por basura espacial soviética, según informó el Gobierno Nacional y la Agencia Espacial Ecuatoriana. Hasta allí llegó su historia, pero fue suficiente para que el gobierno montase una enorme impostura que mostraba los descomunales progresos alcanzados por la Revolución Ciudadana. Estábamos ya, gracias a la mente lúcida y el corazón ardiente de su líder, en el reducido grupo de países que conquistarían el espacio.
Aunque la historia del pequeño Pegaso es una de aquellas perlas que se inscribe entre las magníficas piezas de humor involuntario que el gobierno suele ofrecernos, no deja de ser relevante para develar a un régimen que ha hecho de la elaboración de simulacros y realidades paralelas su forma privilegiada de construir la nueva historia.
Desde hace diez años no hemos dejado de escuchar un sólo día los grandes logros y avances de la Revolución Ciudadana: en Montecristi se construyó la mejor y más democrática Constitución del mundo; la iniciativa Yasuni – ITT fue la propuesta más innovadora y creativa que jamás nadie haya pensado antes. Éramos referente mundial en casi todo, milagro ecuatoriano, jaguar latinoamericano, en fin, paraíso terrenal hecho realidad gracias a la conducción del hombre más inteligente, honesto y bondadoso que la historia haya parido. Y para construir ese relato no dudaron en trucar las estadísticas, en enterrar el pasado y en pervertir el lenguaje: a nombre de la libertad de expresión se persiguió periodistas y se expidió la ley mordaza; la mejor reforma judicial de la historia sólo sirvió para someter a los jueces a la voluntad del tirano; el discurso de la participación ciudadana para cooptar y someter a las organizaciones sociales; la protección del ambiente y el cambio de matriz productiva para entregar los territorios ancestrales a las mineras y fortalecer el extractivismo. La lista es interminable, y dolorosa.
Pero al parecer nada les basta, y en época de campaña electoral cualquier pudor sobra. El candidato oficial habla todos los días de los grandes logros de la Revolución Ciudadana  y busca trocar votos por ofrecimientos imposibles de cumplir.  El impresentable René Ramírez tiene la desvergüenza de publicar encuestas falsas y de montar un enorme simulacro para justificar de alguna manera ese enorme y costosísimo fraude que es Yachay, la famosa Ciudad del Conocimiento. Digo fraude y simulacro pues, como lo mostró una crónica de 4 Pelagatos, la publicitada inversión de los 3000 millones para la producción de automóviles eléctricos, fue sólo un montaje propagandístico fraudulento para lo cual se utilizó una empresa de papel y un par de aventureros que se prestaron al sainete. A diferencia del Pegaso, que casi resulta ser una anécdota humorística, Yachay constituye un monumento al delirio, al despilfarro, a la megalomanía y la estupidez, como también en su momento lo demostró Arturo Villavicencio, ese prestigioso y respetado científico ecuatoriano.        
Sin embargo, detrás de los ampulosos discursos y de las estadísticas trucadas, casi nada queda: la pobreza estructural es prácticamente la misma de hace una década y el desempleo campea pese a la enormidad de los recursos de que dispusieron; las Escuelas del Milenio apenas dan cabida a un mínimo porcentaje de la población mientras las escuelitas comunitarias y la educación bilingüe han sido devastadas; y la obra vial, de la que tanto se enorgullece el régimen, consiste básicamente en la ampliación y mejoramiento de vías que ya fueron hechas en gobiernos pasados.
La corrupción, hay que recordarlo, no consiste únicamente en lo que se han robado; ella también se expresa en el deterioro generalizado de la ética pública, en el servilismo de los funcionarios, en la complicidad de muchos empresarios; en el silencio ominoso de la sociedad frente a quienes han conseguido riqueza sin producirla y sin esfuerzo; en el uso abusivo de los recursos públicos para hacer campaña electoral o para provecho de grupos privados; en la suplantación de la realidad y la verdad por el sainete, la farsa y la mentira repetida hasta el cansancio por el aparato de propaganda.
De esa gran fisura entre la ideología y la realidad, entre el discurso oficial y lo que realmente pasa, nos habla Václav Havel refiriéndose a lo que fuera el régimen de la antigua Checoeslovaquia: “De ahí que en él la vida esté atravesada de una red de hipocresías y mentiras: al poder de la burocracia se le llama poder del pueblo; a la clase obrera se la esclaviza a nombre de la clase obrera; la humillación total del hombre se contrabandea como su definitiva liberación; al aislamiento de las informaciones se le llama divulgación; a la manipulación autoritaria se la llama control público del poder y a la arbitrariedad, aplicación del ordenamiento jurídico; […] El poder es prisionero de sus propias mentiras y, por tanto, tiene que estar diciendo continuamente falsedades. Falsedades sobre el pasado.
Falsedades sobre el presente y sobre el futuro. Falsifica los datos estadísticos. Da a entender que no existe un aparato policíaco omnipotente y capaz de todo. Miente cuando dice que respeta los derechos humanos. Miente cuando dice que no persigue a nadie. Miente cuando dice que no tiene miedo. Miente cuando dice que no miente.” 
Pese a la sistematicidad y persistencia de la mentira que es consustancial a los regímenes neo totalitarios, hay momentos en que estas se desmoronan y los ciudadanos se vuelven capaces de distinguir la verdad de la ficción ideológica y la propaganda. Los chistes, como lo muestra Tómas Várnagy en un bello libro titulado Proletarios de todos los países…¡perdonadnos!, fueron claves en el develamiento de las profundas discrepancias entre los discursos oficiales y la realidad en la desaparecida URSS y sus satélites de la Europa Oriental. Ayudaron a deslegitimar aquellos regímenes y con ello a su posterior hundimiento. Por eso, para finalizar, adapto a nuestra realidad un chiste que fuera muy popular en aquellos siniestros países:           
Un Ministro de la Revolución Ciudadana se dirige a un grupo de trabajadores:
—Estamos construyendo la Refinería del Pacífico
—Pasé por ahí la semana pasada y solo vi una inmensa explanada (dice una voz desde atrás)
—En Esmeraldas ya reconstruimos las viviendas afectadas por el terremoto
—Estuve allí hace dos semanas y no vi nada.
—Entregamos viviendas a los damnificados del terremoto de abril.
—Estuve en Manabí  hace un mes y solo vi carpas.
—¡Compañero —responde enojado el ministro— me parece que tendría que pasear menos, leer más El Telégrafo y escuchar las Sabatinas!

Nota del Editor: este artículo fue publicado hace siete meses. Una falla en el servidor lo borró de nuestra memoria, así como a otros artículos. Lo reproducimos por considerarlo pertinente, luego de las graves denuncias oficiales sobre la Universidad Yachay.

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