lunes, 25 de septiembre de 2017

La Consulta no puede ser una feria de deseos

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En política, hay iniciativas que, en los hechos, se convierten en cuchillos de doble filo. Lenín Moreno está a punto de hacer la experiencia.
El lunes 18 de septiembre invitó a los ciudadanos a enviar preguntas para la consulta popular. Políticamente su propuesta luce inclusiva y destinada a que los ciudadanos se sientan partícipes de una decisión política trascendental. Carondelet podrá decir que los ciudadanos, y no el Presidente, tienen el testigo en sus manos. Por esa vía, Moreno se pone a buen recaudo de ser acusado, por los correístas fanáticos, de hacer una consulta con dedicatoria. Podrá mostrar, con pruebas incontestables, que las preguntas de la consulta le fueron enviadas.
Sin embargo, la invitación que hizo a los ciudadanos abre el juego de la consulta en forma tan amplia que se puede convertir (ya se está convirtiendo) en una feria de deseos. A juzgar por las preguntas que surgen, ciudadanos y colectivos han entendido que en la consulta cabe cualquier pregunta. Sobre cualquier tema: prevención de la violencia, porcentaje de representación política, extinción de dominio, anticipo del impuesto a la renta, impuesto a la salida de capitales…
Dos percepciones pueden estar tomando cuerpo entre los electores. Una: que la consulta puede ser un verdadero rosario de preguntas. Dos: que la consulta no tiene, históricamente, prioridad alguna. Es verdad que Moreno habló, al inicio de septiembre, de cuatro ejes netamente políticos. Pero no ha insistido en ellos y eso explica la feria de deseos que está haciendo su camino entre los ciudadanos.
En la práctica, el mar de preguntas que le van a llegar puede generar un caudal de decepcionados y, al mismo tiempo, fortalecer la idea de que, como ya se volvió a la normalidad, es dable consultar sobre cualquier cosa. El electorado no parece haber entendido que Ecuador no vive institucionalmente en democracia y que la prioridad sigue siendo volver a ella. Esto no parece estar claro en algunos sectores empresariales y políticos proclives a usar la consulta para temas netamente económicos.
Moreno tiene el panorama claro, pues subrayó estos cuatro ejes para la consulta: mejorar el sistema político para tener más democracia; profundizar la participación ciudadana; tener absoluta transparencia en la elección de autoridades de control, y fortalecer el equilibrio en las funciones del Estado. Pero, claro, el Presidente fue, como no podía ser de otra manera, totalmente eufemístico en su formulación. Porque el modelo de Correa no es democrático, no cuenta con participación ciudadana, tiene autoridades de control a su servicio y concentró todos los poderes. Por eso ni hay que mejorar ni hay que profundizar lo que no existe: hay que reiniciar la democracia en el país y reponer los derechos que el correísmo privatizó.
En esos puntos, la consulta resultará totalmente anticorreísta. Es obvio: fue el correísmo el que vació la democracia de sentido y conculcó los derechos ciudadanos. Ese sistema está intacto y es hermético a cualquier cambio. Moreno lo entendió. Apenas llegó percibió que en las condiciones en que fue elegido (con un país dividido prácticamente por la mitad) el modelo autoritario era inviable. Y que debía descoyuntarlo. También se percató de que era imposible hacerlo desde la institucionalidad autoritaria que Correa dejó montada. Su única salida era convocar al pueblo a las urnas. Dicho de otra manera, la consulta (que está obligada a ganar) es apenas el inicio de la larga tarea que tiene todo el país democrático por delante: desmontar el modelo totalitario que Correa tardó diez años en articular.
La consulta, entonces, no era facultativa para Moreno. Tampoco puede ser un rosario de preguntas ni puede ocuparse de mil y una necesidad, por importante que parezca. La consulta tiene una prioridad: volver a la democracia. Y para esto se requiere que los ciudadanos, tras diez años de autoritarismo, hagan saltar algunos de los cerrojos políticos puestos por Correa y los suyos para privatizar el poder. La consulta tiene que devolver a los ciudadanos la posibilidad de que sean ellos (y no los gobiernos) los que decidan cómo eligen, cómo reparten el poder, cómo crean pesos y contrapesos y cómo controlan a los que lo detentan. Y por cuánto tiempo.
Abrir el juego, hasta convertir la consulta en feria de deseos, es un error estratégico que, por fortuna, tiene fecha de vencimiento: el 2 de octubre.

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