Codicia y carencia verde-flex
A nombre de la izquierda, el gobierno anterior incurrió en prácticas corruptas más descaradas que las de las viejas élites oligárquicas. Además del saco de la codicia, los correístas tuvieron que llenar el saco de la carencia. Hambres atrasadas, arribismo y aspiracionismo social configuraron un esquema de saqueo de los fondos públicos inédito en la historia del país. Sin recato, empacho ni vergüenza.
10 de septiembre del 2017
POR: Juan Cuvi
Master en Desarrollo Local. Director de la Fundación Donum, Cuenca. Exdirigente de Alfaro Vive Carajo.
Ecuador y América Latina necesitan construir una nueva hegemonía cultural basada en la solida-ridad y la trans-parencia.
Así como la política es insuficiente para cambiar la cultura de un pueblo, la jurisprudencia no alcanza para resolver los conflictos políticos. Por eso, justamente, la lucha contra la corrupción se vuelve tan complicada.
La corrupción opera en los territorios de la informalidad institucional. Este engendro apareció como consecuencia de un largo proceso de dominación. En América Latina, las élites crearon este complejo sistema de discrecionalidad institucional, cuyo principal objetivo ha sido la neutralización de la resistencia de los oprimidos. La ley se acata pero no se cumple, fue la divisa con la que sacralizaron este mecanismo de control político.
La impregnación de la cultura hegemónica al resto de la sociedad opera con extrema eficacia en países desestructurados como el nuestro. Antonio Gramsci lo estudió extensamente para el caso italiano (no es casual que Italia sea uno de los países más corruptos de Europa). Las clases subalternas tienden a reproducir valores, prácticas y conductas de las élites. Según Gramsci, en la disputa por el poder político es fundamental crar una nueva hegemonía cultural. En su teoría, este rol les compete a los trabajadores emancipados.
Lo que ocurrió en el Ecuador del correato fue que nunca hubo este desplazamiento de la vieja hegemonía rentista y especulativa de las clases dominantes. Al contrario, estos grupos empresariales avalaron en forma solapada la entronización de una nueva fuerza política (Alianza PAIS), que les aseguró el remiendo del desgastado régimen político. Se cambió de chofer, pero no de bus. Admitir este esquema de poder implicó ceder espacios para esta nueva élite de arrimados.
Hoy confirmamos que la aplicación de esta estrategia de ejercicio del poder en manos del correísmo desbordó toda racionalidad. Las taras y deformaciones se potenciaron. A nombre de la izquierda, el gobierno anterior incurrió en prácticas corruptas más descaradas que las de las viejas élites oligárquicas. Además del saco de la codicia, los correístas tuvieron que llenar el saco de la carencia. Hambres atrasadas, arribismo y aspiracionismo social configuraron un esquema de saqueo de los fondos públicos inédito en la historia del país. Sin recato, empacho ni vergüenza.
La corrupción sistémica de esta década respondió a una acción premeditada desde los intereses de las grandes corporaciones transnacionales. Fue una necesidad del proceso de acumulación de capital. Se diseñaron normas y discursos ad-hoc para viabilizar un funcionamiento ilícito de la economía y del Estado. La empresa Odebrecht puso gobiernos, presidentes y ministros por todas partes, sin importar su sesgo ideológico. Como nunca antes en nuestra historia, la política y las leyes quedaron convertidas en simples adminículos de los negocios.
En ese sentido, plantear una estrategia de lucha contra la corrupción desde la política y desde las leyes calma la conciencia, pero no resuelve el problema. El capitalismo tiene demasiados conductos por donde filtrar sus dispositivos. Uno de los más devastadores es la codicia. Por eso el Ecuador —y América Latina en general— necesitan construir una nueva hegemonía cultural basada en la solidaridad y la transparencia. Nada fácil, por cierto.
La corrupción opera en los territorios de la informalidad institucional. Este engendro apareció como consecuencia de un largo proceso de dominación. En América Latina, las élites crearon este complejo sistema de discrecionalidad institucional, cuyo principal objetivo ha sido la neutralización de la resistencia de los oprimidos. La ley se acata pero no se cumple, fue la divisa con la que sacralizaron este mecanismo de control político.
La impregnación de la cultura hegemónica al resto de la sociedad opera con extrema eficacia en países desestructurados como el nuestro. Antonio Gramsci lo estudió extensamente para el caso italiano (no es casual que Italia sea uno de los países más corruptos de Europa). Las clases subalternas tienden a reproducir valores, prácticas y conductas de las élites. Según Gramsci, en la disputa por el poder político es fundamental crar una nueva hegemonía cultural. En su teoría, este rol les compete a los trabajadores emancipados.
Lo que ocurrió en el Ecuador del correato fue que nunca hubo este desplazamiento de la vieja hegemonía rentista y especulativa de las clases dominantes. Al contrario, estos grupos empresariales avalaron en forma solapada la entronización de una nueva fuerza política (Alianza PAIS), que les aseguró el remiendo del desgastado régimen político. Se cambió de chofer, pero no de bus. Admitir este esquema de poder implicó ceder espacios para esta nueva élite de arrimados.
Hoy confirmamos que la aplicación de esta estrategia de ejercicio del poder en manos del correísmo desbordó toda racionalidad. Las taras y deformaciones se potenciaron. A nombre de la izquierda, el gobierno anterior incurrió en prácticas corruptas más descaradas que las de las viejas élites oligárquicas. Además del saco de la codicia, los correístas tuvieron que llenar el saco de la carencia. Hambres atrasadas, arribismo y aspiracionismo social configuraron un esquema de saqueo de los fondos públicos inédito en la historia del país. Sin recato, empacho ni vergüenza.
La corrupción sistémica de esta década respondió a una acción premeditada desde los intereses de las grandes corporaciones transnacionales. Fue una necesidad del proceso de acumulación de capital. Se diseñaron normas y discursos ad-hoc para viabilizar un funcionamiento ilícito de la economía y del Estado. La empresa Odebrecht puso gobiernos, presidentes y ministros por todas partes, sin importar su sesgo ideológico. Como nunca antes en nuestra historia, la política y las leyes quedaron convertidas en simples adminículos de los negocios.
En ese sentido, plantear una estrategia de lucha contra la corrupción desde la política y desde las leyes calma la conciencia, pero no resuelve el problema. El capitalismo tiene demasiados conductos por donde filtrar sus dispositivos. Uno de los más devastadores es la codicia. Por eso el Ecuador —y América Latina en general— necesitan construir una nueva hegemonía cultural basada en la solidaridad y la transparencia. Nada fácil, por cierto.
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