Publicado en la Revista El Observador (edición 100, agosto del 2017) |
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Cuando vamos caminando por el centro histórico de la ciudad, seguramente observamos y reflexionamos sobre todo en la movilidad cuencana más que en el propio sentido de la ciudad… en honrar su memoria.
Es inevitable mirar de esta manera, pues independientemente del movimiento que llama la atención, cuando miramos a nuestro alrededor lo primero que vemos es aquello que se encuentra a la altura de nuestros ojos, angulación horizontal lo que llamaría un fotógrafo, o línea de horizonte, un dibujante; pero qué tal si vemos hacia arriba, en contrapicada, congelando por un momento el acto del primer plano, y nos concentramos en el telón de fondo, exactamente en aquella arquitectura que se encuentra estática en el tiempo y espacio… Nuestra urbe es testimonio de un proceso de identidad basado en la diversidad cultural que inicia con lo prehispánico, continúa con lo colonial hasta lo republicano; de tal forma que como cuencanas/os alguna vez nos hemos llenado de energía al recorrer entre las piedras talladas y labradas de Pumapungo; posiblemente atravesamos el portón de la Casa de las Posadas, respirando la reminiscencia del mestizaje entre la tipología andaluza (patio, traspatio y huerto) con las técnicas nativas (adobe, teja y madera), como un claro ejemplo de la influencia española; y seguramente hemos fotografiado la monumentalidad de una de las tantas iglesias eclécticas en época de conmemoraciones tradicionales, atravesando espacios en los que confluyen las paradojas, porque no es coincidencia que mientras se festeja el Corpus Cristi se celebra el Inti Raymi, como muestra de las costumbres religiosas frente a los rituales indígenas desde tiempos pasados. Más adelante algunos habremos dibujado edificios republicanos, apreciando la influencia neoclásica que con el paso del tiempo fue combinándose con la arquitectura colonial, época que marcó un cambio en la ciudad, se empezaron a construir edificaciones de más de una planta, pertenecientes sobre todo a las clases medias y altas, concentrando así las actividades económicas, culturales, sociales y religiosas en el centro de Cuenca. Hablamos del s. XX, en cuyo inicio tuvo auge la exportación de sombreros de paja toquilla. El desarrollo económico con bases en el pensamiento progresista estaba influenciado por la admiración en los modos de vida de otros países, de tal forma que las relaciones mercantiles con el exterior y las posibilidades económicas de la clase alta, facilitaron entrar en contacto directo con otras tendencias culturales y estéticas, especialmente con Francia. Con dicho empuje se funda el Banco del Azuay, en 1913, como un avance para el movimiento monetario, impulsando créditos y por ende obras como el alumbrado público municipal. Influencias en la fotografía se reflejaron con Emanuel Honorato Vásquez, cuyos experimentos con la luz lo caracterizaron; o la Fiesta de la Lira impulsando la poesía como la más importante manifestación artístico - literaria en la ciudad. Y volviendo a lo más apasionante: la arquitectura… nuestros artesanos y constructores tuvieron la posibilidad de aprender técnicas y materiales novedosos para resaltar las fachadas de los edificios principalmente en el ámbito estético: la colocación minuciosa del ladrillo visto del museo Remigio Crespo, el fino acabado de las cornisas de la Casa Rosa Jerves, el armónico ritmo de los arcos y las falsas columnas de la Clínica Bolívar, la elegancia de los capiteles de orden corintio del Edificio Patria, el detalle de las balaustradas en hierro forjado del Pasaje Hortensia Mata, el estilo almohadillado de las paredes del antiguo Hotel Internacional, la ornamentación y relieve de los frontones escarzanos del Pasaje León… Continuamos caminando por el centro histórico de Cuenca, no importa que un vehículo nos pite, alguien nos empuje porque va tarde a su trabajo, o simplemente porque está como nosotros distraída/o mirando hacia arriba, contemplando nuestras raíces y aprendiendo de lo ancestral reflejado en la arquitectura, misma que durante siglos ha permanecido casi intacta viendo pasar a los transeúntes, sin embargo en algún momento bajamos la mirada y volvemos al punto inicial de observación, al nivel horizontal de nuestros ojos, descongelando nuestras agitadas vidas y regresando al tráfico y al movimiento, pero seguramente ya no somos los mismos porque llevamos dentro la “memoria colectiva”. |
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