Publicado en la Revista El Observador (edición 100), correspondiente al mes de agosto del 2017
Jaime Cedillo Feijóo
Cuando publicamos la edición número uno de la revista El Observador, en abril de 1998, la alegría de las pocas personas que decidimos iniciar la aventura periodística fue indescriptible, increíble, logramos materializar un vieja aspiración, un sueño que se hizo realidad, unos deseos que estaban reprimidos, guardados, que no podían salir a la luz por las circunstancias, quizás porque no era el momento, tal vez porque no habíamos acumulado la experiencia necesaria para emprender, por cuenta propia, con todos los riesgos, esta tarea, para brindar a Cuenca, al país, un medio de comunicación impreso con su propio estilo de hacer periodismo: diferente, rebelde, combativo, atrevido, sin miedo, frontal, decidido a denunciar la corrupción, cueste lo que cueste, y vaya que sí nos ha costado y bastante. Confieso que ha sido un trabajo apasionante, sacrificado, priorizando siempre el interés colectivo antes que lo personal. Hemos defendido con pasión la libertad de expresión, los derechos fundamentales de los ciudadanos.
Nos hemos jugado el todo por el todo, la vida si es necesario, todo por la libertad de opinar, de hablar, de decir las cosas sin vacilaciones, sin temores a las represalias de los déspotas, prepotentes e inmorales personajes que se ensañaron con nuestro trabajo honesto, que nos han perseguido con juicios perversos tratando por todos los medios, sin lograrlo hasta el momento, callar nuestra voz altiva, solidaria, digna, indomable. Hoy que arribamos a la edición número 100, después de este largo trajinar lleno de sinsabores, de incomprensiones, de actitudes perversas de los perversos déspotas que desde el poder han pretendido aniquilar a la prensa independiente, libre, insumisa, guerrera, con cojones, para decirles en sus rostros arrogantes las verdades; seguimos firmes.
Qué orgulloso uno se siente de andar por las calles con la frente en alto, con manos limpias, recibiendo la solidaridad de conocidos y desconocidos. ¡Adelante, sigan por el mismo sendero!, ¡no claudiquen a sus principios!, ¡no desmayen en la tarea!, ¡sigan en la misma línea, estamos con ustedes!, ¡son unos valientes, bien parados!, ¡continúen denunciando la descomposición!.
Gracias por las muestras de afecto, cariño, solidaridad. Seguiremos en el camino trazado , no los defraudaremos. Con la misma pasión desde siempre y hasta siempre. Creemos que no hemos arado en el mar, estamos dejando una huella. El combate a la corrupción ha sido sin tregua, sin descanso. Los juicios me tiene sin cuidado, no me quitan el sueño, me han dado más fuerzas para continuar desenmascarando a los delincuentes de cuello blanco que se creen intocables.
Nuestros principios son inclaudicables, nuestros valores son insobornables. No hacemos periodismo con calculadora en mano. Detestamos a los cobardes que hacen el papel de cómplices y encubridores de abusos y arbitrariedades. Ostentar un cargo público es para servir y no para servirse. La función pública es para trabajar en beneficio de la gente, de los más necesitados y oprimidos, no para llenarse los bolsillos.
Desde esta trinchera lamentamos el pobre papel de las comisiones designadas por el Consejo Universitario de la Universidad de Cuenca, y del propio Consejo, que en vez de investigar y sancionar con rigurosidad los abusos cometidos por el profesor irresponsable durante más de tres décadas en perjuicio de la preparación de los estudiantes de la Facultad de Jurisprudencia, con la complicidad de los que debieron sancionar y no lo hicieron a su debido tiempo, han dejado una huella imborrable de mal ejemplo, en homenaje a los 150 años de vida de nuestra querida universidad. La Libertad de Expresión, ni se compra, ni se vende, ni se transa.
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