Mario Vargas Llosa
Premio Nobel de Literatura
Hace ya cuatro semanas que los estudiantes venezolanos
comenzaron a protestar en las calles de las principales ciudades del país
contra el Gobierno de Nicolás Maduro y, pese a la dura represión -20 muertos y
más de 300 heridos reconocidos hasta ahora por el Régimen, y cerca de un millar
de detenidos; entre ellos, Leopoldo López, uno de los principales líderes de la
oposición-, la movilización popular sigue en pie.
Ha sembrado Venezuela de “Trincheras de la Libertad” en las
que, además de universitarios y escolares, hay ahora obreros, amas de casa,
empleados, profesionales, una ola popular que parece incluso haber desbordado a
la Mesa de la Unidad Democrática (MUD), la organización sombrilla de todos los
partidos y grupos políticos gracias a los cuales Venezuela no se ha convertido
todavía en una segunda Cuba.
Pero que esas son las intenciones del sucesor del comandante
Hugo Chávez es evidente. Todos los pasos que ha dado en el año que lleva en el
poder que le legó su predecesor son inequívocos. El más notorio, la asfixia sistemática de la
libertad de expresión. El único canal de televisión independiente que
sobrevivía –Globovisión fue sometido a un acoso tal por el Gobierno, que sus
dueños debieron venderlo a empresarios adictos, que lo han alineado ahora con
el chavismo.
El control de las estaciones de radio es casi absoluto y las
que todavía se atreven a decir la verdad sobre la catastrófica situación
económica y social del país tienen los días contados.
Lo mismo ocurre con la prensa independiente a la que el
Gobierno va eliminando poco a poco mediante el sistema de privarla de papel.
Sin embargo, aunque el pueblo venezolano ya casi no pueda
ver, oír ni leer una información libre, vive en carne propia la descarnada y trágica
situación a la que los desvaríos ideológicos del Régimen –las
nacionalizaciones, el intervencionismo sistemático en la vida económica, el
hostigamiento a la empresa privada, la burocratización cancerosa- han llevado a
Venezuela y esta realidad no se oculta con demagogia.
La inflación es la más alta de América Latina y la
criminalidad una de las más altas del mundo.
La carestía y el desabastecimiento han vaciado los anaqueles de los
almacenes y la imposición de precios oficiales a los productos básicos ha creado un mercado
negro que multiplica la corrupción a extremos de vértigo.
Solo la nomenclatura conserva altos niveles de vida, mientras
la clase media se encoge cada día más y los sectores populares son golpeados de
una manera inmisericorde que el Régimen trata de paliar con medidas populistas
–estatismo, colectivismo, repartos de dádivas y mucha, mucha propaganda
acusando a la “derecha”, el “fascismo” y el “imperialismo norteamericano” del
desbarajuste y la caída en picado de los niveles de vida del pueblo venezolano.
El historiador mexicano Enrique Krauze recordaba hace algunos
días el fantástico dispendio que ha hecho el Régimen chavista en los 15 años
que lleva en el poder de los $800 000 millones que ingresaron al país en ese
período gracias al petróleo (las reservas petroleras de Venezuela son las más
grandes del mundo).
Buena parte de ese irresponsable derroche ha servido para
garantizar la supervivencia económica de Cuba y para subvencionar o sobornar a
esos gobiernos que, como el nicaragüense del comandante Ortega, el argentino de
la señora Kirchner o el boliviano de Evo Morales, se han apresurado en estos días
a solidarizarse con Nicolás Maduro y a condenar la protesta de los estudiantes
“fascistas” venezolanos.
La prostitución de las palabras, como lo señaló Orwell, es la
primera proeza de todo Gobierno de vocación totalitaria.
Nicolás Maduro no es un hombre de ideas, como advierte de
inmediato quien lo oye hablar; los lugares comunes embrollan sus discursos, que
él pronuncia siempre rugiendo, como si el ruido pudiera suplir la falta de
razones, y su palabra favorita parece ser “fascista!”, que endilga sin ton ni
son a todos los que critican y se oponen al Régimen que ha llevado a uno de los
países potencialmente más ricos del mundo a la pavorosa situación en que se
encuentra.
¿Sabe el señor Maduro lo que fascismo significa? ¿No se lo
enseñaron en las escuelas cubanas donde recibió su formación política? Fascismo
significa un Régimen vertical y caudillista, que elimina toda forma de oposición
y, mediante la violencia, anula o extermina las voces disidentes; un Régimen
invasor de todos los dominios de la vida de los ciudadanos, desde el económico
hasta el cultural y, principalmente, claro está·, el político; un Régimen donde
los pistoleros y matones aseguran mediante el terror la unanimidad del miedo y
el silencio y una frenética demagogia a través de los medios tratando de
convencer al pueblo día y noche de que vive en el mejor de los mundos.
Es decir, el fascismo es lo que va viviendo cada día más el
infeliz pueblo venezolano, lo que representa el chavismo en su esencia, ese
trasfondo ideológico en el que, como explicó tan bien Jean-François Revel,
todos los totalitarismos –fascismo, leninismo, estalinismo, castrismo, maoismo,
chavismo- se funden y confunden.
Es contra esta trágica decadencia y la amenaza de un
endurecimiento todavía peor del Régimen –una segunda Cuba- que se han levantado
los estudiantes venezolanos, arrastrando con ellos a sectores muy diversos de
la sociedad.
Su lucha es para impedir que la noche totalitaria caiga del
todo sobre la tierra de Simón Bolívar y ya no haya vuelta atrás.
Leo, esta mañana, un artículo de Joaquín Villalobos en El
País (“Cómo enfrentarse al chavismo”), desaconsejando a la oposición venezolana
la acción directa que ha emprendido y recomendándole que espere, más bien, que
crezcan sus fuerzas para poder ganar las próximas elecciones. Sorprende la
ingenuidad del exguerrillero convertido (en buena hora) a la cultura democrática.
¿Quién garantiza que habrá futuras elecciones dignas de ese
nombre en Venezuela? ¿Lo fueron las últimas, en las condiciones de desventaja
absoluta para la oposición en que se dieron, con un poder electoral sometido al
Régimen, una prensa sofocada y un control obsceno de los recuentos por los
testaferros del Gobierno?
Desde luego que la oposición pacífica es lo ideal, en
democracia. Pero Venezuela ya no es un país democrático, está mucho más cerca
de una dictadura como la cubana que de lo que son, hoy en día, países como
México, Chile o Perú·. La gran movilización popular que hoy día vive Venezuela
es, precisamente para que, en el futuro, haya todavía elecciones de verdad en
ese país y no sean esas rituales operaciones circenses como eran la ex Unión
Soviética o son todavía las de Cuba donde los electores votan por candidatos únicos,
que ganan, ¡oh sorpresa!, siempre por el 99% de los votos.
Lo que es triste, aunque no sorprendente, es la soledad en
que los valientes venezolanos que ocupan las “Trincheras de la Libertad” están
luchando por salvar a su país, y a toda América Latina, de una nueva satrapía
comunista, sin recibir el apoyo que merecen de los países democráticos o de esa
inútil y apolillada OEA (Organización de Estados Americanos), en cuya carta
principista, vaya vergüenza, figura velar por la legalidad y la libertad de los
países que la integran. Naturalmente, qué otra cosa se puede esperar de
gobiernos cuyos presidentes
comparecieron, prácticamente todos, en La Habana, a celebrar la Cumbre de la
Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (CELAC) y a rendir un
homenaje a Fidel Castro, momia viviente y símbolo animado de la dictadura más
longeva de la historia de América Latina.
Sin embargo, este lamentable espectáculo no debe desmoralizarnos
a quienes creemos que, pese a tantos indicios en contrario, la cultura de la
libertad ha echado raíces en el continente latinoamericano y no volverá a ser
erradicada en el futuro inmediato, como tantas veces en el pasado. Los pueblos
en nuestros países suelen ser mejores que sus gobiernos.
Ahí están para demostrarlo los venezolanos, como los
ucranianos ayer, jugándose la vida en nombre de todos nosotros, para impedir
que, en la tierra de la que salieron los libertadores de América del Sur, desaparezcan
los últimos resquicios de libertad que todavía quedan. Tarde o temprano,
triunfarán.
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