domingo, 23 de marzo de 2014

El 30S sigue impune y soy yo quien irá preso por preguntar



Por: Iván Flores Poveda
Editor de información
Cléver Jiménez, asambleísta por Pachakútik: la denuncia, la soledad que siente, la solidaridad de su familia, sus principios, las preguntas que todavía no tienen respuestas, sus sueños frustrados...
¿La vida no vale nada? Si valió la pena. Recorrer un camino de presión judicial y de intentos de asesinato valió la pena porque los ecuatorianos han comenzado a preguntarse qué está pasando con el manejo de sus recursos. Y el mayor logro será que despierten ante las formas autoritarias de este gobierno.
El costo, sin embargo, es alto. Fundamentalmente porque lo pagan mi esposa, mis tres hijos y mi madre. Ella está en edad avanzada, sufre del corazón y saber que quieren matar a su hijo ha llevado su vida al límite.

Su angustia es mayor porque mira que ni el Gobierno ni la Fiscalía responden a la denuncia de un ciudadano. Fuentes internas del gobierno e incluso asambleístas me han informado que una vez que esté en la cárcel se activará un plan para matarme. Tengo en un sobre sus nombres para que el país pregunte a ellos sobre mi muerte.
Entre tanto soy permanentemente hostigado por miembros de la fuerza pública. Si voy a Saraguro, a Zamora o la Costa, ellos me persiguen. Hace un mes y más, mientras me trasladaba de Cuenca a Gualaceo dispararon hacia el vehículo en el que viajaba. Y la Fiscalía General no ha dicho nada... Parece que la vida de quien denuncia un acto de corrupción no vale nada.
En este estado de tensión siento más miedo a ser cómplice y encubridor de irregularidades. Mis principios me dan la fortaleza para fiscalizar, por eso guardar silencio me aterraría más. ¿Cómo guardar silencio si, además, cuento con la comprensión de mi familia? Para todos es un orgullo contribuir en algo con el país.
Ensayo sobre la soledad. Pero también me quiebro. No he podido llorar. Pero me preocupa qué pasará con los míos cuando esté en la cárcel, pierda mi curul y deje de ser un soporte. La única propiedad que tenemos es una casa en Zamora, adquirida mediante una hipoteca con el Biess. En los 18 meses en que no esté ellos se quedarán sin un techo donde protegerse.
Afortunadamente mi familia de sangre y mi familia política son muy unidas y ellos han asegurado que apoyarán a mis hijos en cuanto a alimentación y educación y asegurarán la estabilidad de mi esposa mientras dure mi ausencia. Mi hijo mayor, Christopher, tiene 18 años. Mi hija de 16 años se llama Cristina. Y la menor, de dos años, es Cristel.
Sin embargo, es completamente duro fiscalizar cuando todas las funciones del Estado están sometidas a una persona. En ese medida me siento absolutamente solo. Ni siquiera en la Asamblea, con puntuales excepciones como la de Ramiro Aguilar, he encontrado ni la colaboración ni el respaldo para ejercer mi mandato constitucional de denunciar la corrupción. Lastimosamente no tenemos oposición y lo que hay es posiblemente un membrete. Muchos sienten temor a las represalias, precisamente por lo que me está pasando. Pero es entendible... De hecho he sentido que esto ocurre con mis propios compañeros de Pachakutik: lo comprendo y lo digo como una sana crítica. Sin embargo, este tipo de soledades vuelve al país más vulnerable ante la represión. Si nadie quiere mojarse el poncho, el país seguirá a la deriva en cuanto a la probidad en el manejo de los fondos públicos.
En 2009, cuando inicié mis funciones como asambleísta, mi gran sueño fue formar un gran bloque legislativo, no contra Rafael Correa, sino contra la corrupción. La expectativa era presentar denuncias documentadas mediante amplios consensos, para ser más contundentes. Pero eso no fue posible porque la mayoría de asambleístas se dedicaron a pasarla bien. Para qué Cléver -me decían-, nosotros nos iremos y Correa se quedará para perseguirnos. Así me quedé solo.
Los errores nunca vienen solos. He actuado enmarcado en la Constitución. ¿Por qué presento denuncias? No es que me encante. Pero desde el 30 de septiembre de 2010, por ejemplo, no se esclarecen los hechos fundamentales. Durante todo el año que siguió a ese jueves irrepetible pedí que la Asamblea conforme una comisión interpartidista para determinar qué ocurrió. ¿El Presidente estuvo realmente secuestrado? ¿Quiénes fueron los culpables de las muertes? ¿Quiénes fueron los culpables de los heridos? ¿Quiénes fueron los responsables de los disparos en contra de un hospital?
Sin embargo, esa idea no prosperó y yo seguí por mi cuenta. Con base en los documentos oficiales sostuve que el Presidente tuvo un nivel de responsabilidad en aquel fatídico día. Podría decir, no obstante, que pudo haber sido un error poner un párrafo en el que se menciona que el Presidente pudo haber salido del hospital hasta la Universidad Tecnológica Equinoccial. En la denuncia este elemento se recoge como una versión sobre un hecho potencial, no como una afirmación. Y quizá allí cometí un error, no jurídico, sino político.
A mí, no obstante, me espera la cárcel y los autores de las muertes en el 30S todavía no aparecen. Nunca se investigó el caso y el Presidente, más bien, ha creado una comisión con sus allegados para ocultar la información.
Uno se siente impotente porque a través del juez Richard Villagómez, por pedido del fiscal Galo Chiriboga, se archiva la demanda y se la declara maliciosa y temeraria y solo después se desclasifican los documentos. Entonces la pregunta es: ¿qué es lo que investigó el Fiscal General, si ni siquiera tuvo acceso a los informes reservados?
Es indignante que quien plantee estas y otras preguntas en función de la transparencia vaya a la cárcel y quienes tienen que responderlas estén tranquilos en Miami o en Samborondón. Los corruptos disfrutan del dinero público y quienes los investigamos somos humillados.
En este contexto, sin embargo, creo que el país se cansó del abuso del poder. Las elecciones del 23 de febrero enviaron un mensaje directo al Presidente, pero él está jugando con fuego. Por el bien del país y del propio gobierno, no es conveniente que siga abusando de su suerte. Si continúa la persecución a quienes pedimos transparencia, el país en cualquier momento se levanta.
Yo quería ser médico... Lo único seguro que tenemos los seres humanos es la muerte. Nadie se va a librar. Y todo se hace con el permiso de Dios. Entonces lo que tenga que ocurrir será con su venia. Lo que no ha pasado por mi cabeza es morigerar mi voz. Si conoces una irregularidad tienes que combatirla sin titubeos. Si los políticos actuales no dejamos un camino, nunca terminará ni el dolo ni la indiferencia. El dinero que se roban puede servir para pensar en la equidad, más allá del bono de la pobreza. Por eso, desde joven, pensé que la política podía ser ese arte de la equidad, la justicia y la ética.
Antes, sin embargo, quería ser médico. De hecho estudié un año en la Universidad Nacional de Loja. Pero tuve que renunciar a esa carrera porque mis padres estaban terriblemente mal en términos económicos y debí buscar un trabajo para apoyarnos mutuamente. A ellos debo mis principios. Y mi rebeldía. Yo sé lo que es pasar el día sin comer. Sé lo que significa no tener un techo. Y sé del dolor de no contar con medicinas porque los recursos que debieron llegar otros se los robaron. De allí la fortaleza con la cual ahora ejerzo mi tarea.
La libertad se extiende hasta los límites de la conciencia. Yo mitigo los problemas con un presente junto a mi familia. Este momento vivo en tranquilidad y con plenitud. Jugar con mi guagua menor, me aísla de un futuro que no conozco. Internamente ya no quedan recursos jurídicos y aun cuando los hubieran no habría esperanza de una sana aplicación de justicia. Mi juicio es ilegal e inconstitucional. Se violentó el debido proceso y no nos dieron la oportunidad de una defensa adecuada. Aun cuando mi juicio sea fácil de ganarlo en términos procesales, si hay una orden del Presidente, los jueces -muchos de los cuales llegaron con puntos regalados- cuidarán el puestito. Si un juez falla en contra del Estado o del gobierno es sujeto de un sumario administrativo y a través de la Judicatura ese juez se va a la casa. Por eso mi esperanza está puesta en la Comisión Interamericana de Derechos Humanos para alcanzar medidas que me permitan conservar mi curul, no ir a la cárcel y continuar con el trabajo que me ordena la Constitución.
La venta de ciertas empresas del Fideicomiso AGD CFN No más impunidad, la construcción de las hidroeléctricas en Zamora, los negocios en telecomunicaciones son temas que no he podido abordar todavía. Y aun cuando esté dentro o fuera de la Asamblea Nacional, mi deber como ecuatoriano será investigar.
Hay, no obstante, posibilidades efectivas de asilo político de dos países cercanos al Ecuador. Pero no me interesan porque no tengo por qué correr. Yo no he robado, no he matado, no he violado a nadie; tan solo he cumplido con mi trabajo. Y asimismo reniego de esta sentencia que nació con vicios de ilegalidad, desde que la jueza Lucy Blacio inicia el juicio sin pedir autorización a la Asamblea. Esto, en mi criterio, nulita la sentencia, entonces ¿por qué tengo que aceptar la cárcel?
Si el Presidente optara por la remisión del caso será una decisión propia y yo no se la voy a pedir, porque no he cometido ningún delito, por lo tanto no necesito que el Presidente de la República me perdone.
Si el Primer Mandatario optara por este escenario para recuperarse políticamente, lo haría una vez que se ejecutoríe la sentencia. Ahí se entendería que su decisión era retirarme de la Asamblea.
Si esto hiciese el gobernante, una vez más se equivocaría, porque aun cuando vuelva a ser un ciudadano común, sé cuáles son mis deberes constitucionales. Yo no voy a parar.
Esa fuerza llamada egoísmo. En un plano estrictamente humano, puedo reconocer una dimensión egoísta en mi actuación. Me he concentrado tanto en cumplir mi tarea y no he escuchado todas las voces que me han pedido que renuncie a la Legislatura. Mi madre, por ejemplo, no estuvo de acuerdo con mi elección en 2009, mucho menos con mi reelección en 2013.
Pese a ello, yo no podría ver a la cara a mis hijos, al resto de mi familia, a mis electores si no cumpliera con mi trabajo con exhaustividad. Sentiría como si estuviese robando el dinero al pueblo. Si conociese un caso de corrupción y guardara silencio, tendría miedo de mi conciencia.

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