Por: José
Hernández
Director
Adjunto
Entrevista:
Iván Carvajal, filósofo y poeta, hace un manifiesto a favor de la política y en
contra del caudillismo. Eso incluye la renovación de todas las corrientes. La
izquierda para renovarse debe profanar sus propios mitos.
En el debate que se suscitó a raíz de
la salida del asambleísta Ramiro Aguilar de SUMA, en las redes hubo otro: ¿hay
o no valores en la política?
Es un debate
que se ha hecho a lo largo de siglos. Habría dos posiciones que serían
extremas: una, de quienes consideran que la política o es ética o no lo es y, a
veces se confunde la ética con la moral. Y otra, que separa tajantemente la
ética de la política y, en este caso, incluso podría tener una connotación
finalmente cínica.
Mauricio Rodas fue criticado porque,
supuestamente, no es consciente de muchos valores que auparon un voto a su
favor en Quito y que se lee como un voto de rechazo al Gobierno.
Lo primero
que tiene que estar fuera de consideración, cuando analizamos el ámbito de la
política, es la moral individual. No podemos juzgar con nuestra posición moral
personal lo que es un interés colectivo. En política las que deberían jugar son
las concepciones con respecto a los destinos de la colectividad. Por ejemplo,
cómo queremos construir o desarrollar una ciudad, creando condiciones para la
interacción entre grupos diferentes. Obviamente habrá criterios encontrados, y
en esa confrontación sí juegan las lealtades con los planteamientos que se dan
hacia la sociedad.
¿Ese es el margen que cabe exigir
desde lo ético hacia lo político?
Sí, la
coherencia, la consistencia con respecto a los planteamientos que se hacen con
respecto al fin colectivo. Esto sí es importante, porque pone un orden de
lealtades. No es la lealtad al caudillo, que es perniciosa para cualquier forma
republicana, para cualquier forma de institución política democrática moderna.
Eso hace que quien adscribe al caudillo adopte siempre la posición de menor de
edad o de siervo. Eso es grave porque se rompe el compromiso colectivo. Sin
embargo, si hablamos de lealtad con respecto al fin colectivo, podemos entender
una cuestión: en determinadas circunstancias, esos planteamientos dejan de ser
posibles o son muy difíciles de llevar a la práctica y es necesario negociar.
La política, en ese caso, es el mecanismo. Es pertinente y está dentro de lo
ético.
Esa reflexión implica tener claro
cuáles son los valores de la política con respecto a la sociedad y su función
como espacio de mediación. No es lo que ha habido estos años y, sin embargo, el
Gobierno dice que como nunca se ha hecho política en Ecuador.
Como nunca
no se hace política. La caída de la política es algo que observamos
universalmente. Como nunca carecemos de escenarios de la política, del debate y
de los planteamientos como tales. En Ecuador asistimos a un proceso de
deterioro de las condiciones políticas. El intento de transición democrática
falló y derivamos en un régimen autoritario y caudillesco. Me admiro cuando,
por ejemplo, los medios de aquí o de afuera insisten mucho en que AP es la
representación de la izquierda. No sé de qué izquierda hablan. Hay
funcionarios, por supuesto del aparato del Gobierno, que vienen de la izquierda
como también vienen de otros lados. Pero ¿qué es AP? ¿Qué quiere? ¿Qué tipo de
formas quiere imponernos? Es un sistema concentrado de poder. Ahí, la política
se convierte en esto que analizó Maquiavelo, en El Príncipe, hace medio millar
de años. El Príncipe tiene que concentrar todo el poder para construir el
Estado. Y el ideal de Maquiavelo no era ese; era la República.
Ahí se centran, entonces, dos formas
de entender la política.
Sí. Una es
la preservación y el acrecentamiento del poder en torno del príncipe. Otra es
la generación de un ámbito democrático, de amplitud, de polémica, de debate, de
alcance de determinados consensos, de conservación de los derechos de la
minoría, de disensión con el Presidente de la República. Ahí hay otras virtudes
que no son las del autócrata.
Para desenredar este ovillo, ¿habría
que volver a nombrar las cosas?
Sí,
necesitamos renombrar las cosas, volver a ubicar el contexto, dejar de usar
conceptos que no son adecuados para la realidad. Por ejemplo, la separación de
izquierda con la derecha, tal como se la concebía. La izquierda hoy no es AP,
tampoco es lo que quedó del pasado, Alberto Acosta y ellos. Hay nuevos ámbitos
y campos de ubicación del debate político, o de los propósitos de la política,
que en Ecuador no están topados. Por eso nos encontramos en un momento en que
la política se define por la concentración del poder en el Príncipe. Y. por
otro lado, nos encontramos en la dispersión.
En ese caso, ¿cómo plantearía la
visita del nuevo Alcalde de Quito al Presidente, que suscitó el debate en las
redes?
El problema
no es que el alcalde tenga que ir a Palacio a conversar con el príncipe: tiene
que hacerlo. Hay mediaciones que tiene que hacer, pero también hay cosas que
tienen que ser preservadas y desarrolladas con relación a lo que es la cultura
cívica de Quito: esta es una ciudad bastante democrática, bastante republicana.
De la última elección hay que entender que, si bien el candidato ganador no
enfoca este aspecto, la población, por un voto de rechazo, está afirmando, a
través de su elección, un sentido democrático y republicano. Esa es una virtud
que el alcalde Rodas está obligado a tomar en cuenta, no para un enfrentamiento
absurdo con el gobernante, sino para preservar la autonomía, la independencia
de la ciudad y desarrollar su sentido democrático.
Es extraño que esa afirmación
republicana se haya hecho contra un gobernante que se dice de izquierda y que
trata de humanista a Nicolás Maduro.
Son
etiquetas que ya no sirven. Son representaciones que no corresponden a la
realidad.
¿Cómo se entiende que digan que la
ilusión del futuro esté contenida en ese tipo de socialismo, cuando su
concreción es ollas vacías, falta de libertades y, en este momento, violencia?
En
determinados sujetos es muy difícil aceptar el principio de realidad. Hay un
sentimiento religioso atrás de eso en la gente de mi generación e, incluso, en
ciertos jóvenes. Hay la necesidad de creer en algo que tenga un valor sagrado.
El problema es esta falta de criticidad para desmontar esa dimensión
aparentemente sagrada, que es bastante elemental. La izquierda necesita un
principio de profanación. Mira tú cómo surge la izquierda en el siglo XIX:
desde las entrañas de la Ilustración, criticando al mito. Y hay algo que sigue
funcionando hasta hoy: una diferenciación entre los procesos de mitificación de
la historia para crearte mitos y los procesos de crítica e interpretación
crítica de la historia. Si algún sentido tiene todavía la figura de Marx es,
por esa vía, la crítica sistemática y el hecho de desmontar los mitos. Aquí, la
izquierda ha hecho lo contrario: mitificar a Simón Bolívar, a Eloy Alfaro, a
Castro, a Chávez.
¿Qué debiera hacer la izquierda para
reencontrar los valores que la forjaron?
Abandonar la
vocación del poder.
¿En qué sentido?
Lo
fundamental de un planteamiento posible de la izquierda es siempre lo que esté
en potencia en la condición humana; no lo que está en auge. En potencia está
transformar nuestra relación con la naturaleza en algo que sea distinto de la
devastación que está ocurriendo. Eso no implica abandonar la técnica, sino dar
un sentido distinto al desarrollo técnico. Implica un avanzado grado de
desarrollo y respeto de los derechos individuales y también de los derechos
sociales.
No
necesitamos a un señor como Castro, representante de todo un pueblo. Un líder
carismático que concentra todas las virtudes. El ideal es otro: cualquier
ciudadano debiera poder gobernar. Necesitamos desarrollar sociedades tan
democráticas, con tales niveles de virtud cívica, que, en vez de elegir, se
debiera gobernar por sorteo. Eso debería ser el ideal, no tener caudillos que
duran hasta el otoño de los patriarcas.
Eso pasa por asumir el pensamiento
contemporáneo -abierto y complejo- en vez de verdades absolutas mediante las
cuales la vieja izquierda sigue gobernando y mandando a la cárcel a ciudadanos.
Ese es uno
de los problemas más serios de lo contemporáneo para todas las corrientes de
pensamientos y, muy particularmente, para la izquierda. Hoy se necesita un
pensamiento muy abierto, muy fluido y, por lo tanto, no hay posibilidad de
dogmas y verdades absolutas que fueron la raíz del estalinismo.
¿Qué otras cosas se requiere para que
se pueda pensar en la renovación de la izquierda?
No solamente
de la izquierda, sino de la política. Insisto en eso porque tenemos muy poca política.
Se requiere un sistema que sustituya la convocatoria del caudillo a que voten
por él cada cierto tiempo, por la política. Es tan complejo el momento porque,
por un lado, tenemos esta tendencia a la despolitización general y al
autoritarismo y, por otro lado, los proyectos de debilitamiento del sistema
educativo, del sistema universitario, del mundo intelectual... en Ecuador,
mientras más instituciones de control del mundo intelectual hay, menos vida
intelectual existe.
Eso ha hecho un Gobierno plagado por
intelectuales.
Claro, si el
Ministerio de Cultura existe para disolver la vida cultural. El punto está en
que en todos los ámbitos es posible reconstituir este proceso. Supone una
apertura de la conciencia y una capacidad de actuación diversa. Las academias
tienen que abrirse, las universidades públicas tienen que volver a ser centros
fundamentales de debates, los medios de comunicación abrir la posibilidad de la
reflexión, y habría que ver hasta qué punto otras instancias pueden responder.
En Quito, por ejemplo, se está produciendo un fenómeno que es complicado: se
está convirtiendo la cultura en museo. Todo es museo. Además, museos más o
menos deshabitados. ¿Qué tal si esos espacios gigantescos se abren para discutir
de estos temas?
Ahora, para redondear su pensamiento,
¿cuáles serían las características que debe tener una izquierda renovada?
Una
izquierda muy pluralista, muy poco concentrada en aparatos, sin ambición de
tomarse el poder para dirigir un Estado nacional, porque ahora la política
tiene una dimensión global. Una izquierda que intervenga en los escenarios del
debate político y de la toma de decisiones, apoyándose en los sectores
ciudadanos y populares, con planteamientos claros sobre lo ecológico, la técnica
y otra manera de comprender las relaciones internacionales. Una izquierda que
incorpore la dimensión cultural a un proceso de democratización mayor de la
sociedad, que defienda derechos individuales y colectivos.
Una
izquierda que salte sobre este dilema absurdo que ha habido, por un lado el pan
y por el otro lado la libertad, cuando los dos van juntos. Una izquierda que no
preconice el nacionalismo, siempre pernicioso, y que comprenda de la condición
aleatoria del mundo que hace que las identidades siempre estén recomponiéndose.
No hay una identidad estable, todo lo contrario. Por todo eso es que no puede
haber un aparato único ni un pensamiento único.
Una
izquierda abierta al otro, abierta al respeto, a la comprensión y a la
diversidad.
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