Por: Oani Sánchez
Dicen que nadie escarmienta por cabeza ajena, que repetimos
los errores de otros y tropezamos –una y otra vez– con la misma piedra. Los
escépticos aseguran que los pueblos olvidan, que cierran los ojos al pasado y
vuelven a cometer idénticos descuidos. Venezuela, sin embargo, ha comenzado a
desmentir esa fatalidad. En medio de una realidad marcada por la inseguridad,
el desabastecimiento y la inflación, los venezolanos tratan de enmendar un
desliz que ha durado demasiado tiempo.
Tomada por la inteligencia cubana, monitoreada desde la Plaza
de la Revolución y gobernada por un hombre que azuza la violencia contra los
diferentes, esta nación sudamericana se encuentra ahora ante el dilema más
importante de su historia contemporánea. Totalitarismo o democracia son las
opciones. Lo que se decide en sus calles no es solo la permanencia de Nicolás
Maduro en el poder, sino la existencia misma de un eje de autoritarismo y
personalismo que atraviesa a toda Latinoamérica. Un sistema que se disfrazó con
palabrería hueca, al estilo de “socialismo del siglo XXI”, “revolución de los
humildes”, “sueños de Bolívar” y “nueva izquierda”, pero cuyas características
fundamentales son la ambición de poder de sus líderes, la ineficiencia
económica y el recorte de libertades.
Los estudiantes venezolanos le han dado, no obstante, una
dosis de su propia medicina al chavismo. El sector juvenil y universitario ha
sido en este caso el motor impulsor de las protestas. Lo cual evidencia que
Miraflores ha perdido la parte más rebelde y dinámica de una sociedad. Aunque
los titulares oficialistas hablen de conspiración fomentada desde el
extranjero, basta mirar las imágenes de policías y comandos armados golpeando a
los manifestantes para comprender de dónde viene la violencia.
Venezuela vive momentos difíciles, como todo despertar. Los
oligarcas de rojo no abandonarán voluntariamente el poder y Raúl Castro no se
dejará arrebatar tan fácilmente “la gallina de los huevos de oro”. Pero al
menos ya sabemos que los venezolanos no transitarán el mismo camino que nos
impusieron en Cuba. La mansedumbre, el miedo, la complicidad, el escapar como
única salida… han sido nuestros errores. Venezuela no quiere repetirlos, no
puede repetirlos.
Lo que se decide en sus calles no es solo la permanencia de
Nicolás Maduro en el poder, sino la existencia misma de un eje de autoritarismo
y personalismo que atraviesa a toda Latinoamérica.
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