Por: Luis Verdesoto Custode
El ambiente de los días anteriores a las elecciones suele ser
indescifrable. Conocía algunas cifras que me repletaban de incertidumbre. Una
decena de puntos de Rodas sobre Barrera me parecía excesivo. En nuestra aún tierna
democratización, nunca antes los ecuatorianos habíamos vivido una tan
contundente invasión del Gobierno contra la sociedad civil, en obras y en
publicidad que les diera visibilidad. En esa “espectacularidad” se basa la
credibilidad presidencial. Pero parece que dejó de transformarse linealmente en
decisión de voto. Expliquémoslo para empezar el análisis.
El día sábado, menos de 24 horas antes de empezar las
elecciones, todas las autoridades que habían inaugurado todo lo imaginable en
Quito (desde cárceles hasta hospitales, qué miedo… ¿será premonitorio?) y
habían eliminado tarifas (que patético fue) se sentaron, todos, toditos, a los
pies de la tarima presidencial, sobre los vestigios de nuestra (plaza de la)
Independencia, para terminar de consagrar el rito. El presidente de la
República, en la más nefasta transgresión de una de las instituciones acordadas
por los ecuatorianos, el “silencio electoral”, denigró a la debilitada
autoridad electoral y nos explicó, aplausos y delirios de por medio, que no
podíamos, ni debíamos, no votar por nosotros mismos, dada la evidencia de sus
obras y por su futuro, la revolución ciudadana… el socialismo del siglo XXI.
Lo cierto es que, incrédulos y con rezagos libertarios
despertándose desde el fondo de nuestra conciencia, los quiteños no le hicimos
caso. Mejor, ninguno de los quiteños que no formamos parte de la legión de
votos duros de la revolución ciudadana votamos por la reelección. Me explico.
Según las distintas mediciones (no las diferenciaré), Barrera empezó la campaña
con una intención de voto de entre 38 y 40%. El día viernes, antes de la
elección, las mediciones le daban a Rodas una ventaja de alrededor del 10%, que
correspondía a la “curva de tendencia” de su crecimiento a lo largo de la
campaña. Pero ganó con el 20%. Es decir, el día sábado antes de la elección
ganó 10% y pese a que no tuvo tres horas y piquito, solo, solito, para hacer
información y proselitismo televisivo.
En consecuencia, un acontecimiento catalizó las preferencias.
La sabatina fue el único acontecimiento. No hay por dónde equivocarse. La
intervención presidencial fue la principal barrera para la reelección del
alcalde de Quito. Este acusó al presidente de haberlo erosionado. No fue
correcto. El presidente fue el constructor de la ampliación de la mayoría
previamente construida, la que profundizó la diferencia. El resultado de la
sabatina fue la eliminación de las minorías (las otras candidaturas a la
Alcaldía), que aceptaron la polarización (y el voto útil) para oponerse a esa
abierta y desvergonzada intervención presidencial. Esos electores no estaban
dispuestos a que hubiese ninguna posibilidad de que el atropello presidencial
se erigiese también en alcalde de la ciudad de la Revolución de las Alcabalas.
El presidente tuvo/tiene temor a la ingobernabilidad que
puedan provocar 20.000 quiteños insubordinados (y desestimó comparativamente a
los 200.000 guayaquileños movilizados). La paradoja ha sido que ese, su temor,
se ha convertido también en ingrediente central de la insubordinación electoral
de quiteños y ecuatorianos. Y de la gobernabilidad de Quito y del país.
Dos conclusiones. La primera, que el presidente es un gran
constructor de mayorías… aunque, como en este caso, en su contra. La segunda,
que pese a que los quiteños (los ecuatorianos) hemos “engordado” con los
consumos provenientes del gasto público, tenemos nervio y podemos no ponernos
nerviosos con las amenazas a nuestras seguridades políticas.
Aún no existen las cifras para elaborar un mapa de pérdidas y
ganancias. Este mapa debe ser cuantitativo y cualitativo. Lo principal es que
debe ser objetivo (mensaje para todos, incluyendo a los militantes de PAIS). El
peor ejercicio político es mentirse a sí mismos. Mentir a los ciudadanos
siempre es posible y habrá que resistir a la pléyade de “analistas” de mensaje
propagandístico, sean ministros que resisten a caer o candidatos a serlo.
Pese a que no tengo las cifras (y se podrá decir que corro un
riesgo), la única suma válida para establecer la fuerza electoral corresponde a
votantes por cada partido o movimiento político en cada circunscripción
(parroquia, cantón, provincia, país), luego compararla individualmente (como
soy “brujo” sé que PAIS ocupará el primer lugar nacional aunque no en otras
circunscripciones) relacionarla en coaliciones locales y nacionales, por
ejemplo, gobierno y aliados versus oposición u oposiciones.
Hay que ser serios. Sumar alcaldías de distinta dimensión es,
en política, como sumar naranjas y ocas. Puede servir para retener la
Asociación de Municipalidades, pero no para saber cuánto he perdido. Sería como
afirmar, que no lo hago, que el presidente ha perdido capacidad de influencia
en 120 de las 180 municipalidades que lo respaldaron antes de su reelección.
Aunque… tal vez. Se jugó con tanta vehemencia que el temor que pretendió crear
se fue por las alcantarillas.
Otra conclusión. Se desbloqueó el miedo represado, a veces en
el fondo y a veces en el rostro de los ciudadanos. El miedo a perder la
capacidad de consumo, al desempleo, a la mirada presidencial de todos los
sábados, a la presión judicial, al insulto y la amenaza. El Gobierno perdió las
ciudades primadas de nuestra historia. No porque me digan que Guayaquil estaba
perdido en la contabilidad gubernamental, no lo perdieron y, entonces, no
cuenta. Y que tampoco Cuenca, porque Cabrera, alcalde electo, haya sido un
hombre de centroizquierda ya perdió identidad en los brazos presidenciales.
Pero el Gobierno (PAIS y el Gobierno no se diferencian como
es a todas luces visible) perdió en la mayoría de ciudades intermedias del
país. Estas ciudades, se los recuerdo para aquellos que creen que la democracia
ecuatoriana empezó en el 2007, y se los refriego a quienes olvidaron cuando
fueron “terneros”, esa red de ciudades permitió la modernización del sistema
político ecuatoriano durante los momentos decisivos de la democratización.
Rodrigo Borja ganó en 101 de los entonces 121 cantones del país y Jaime Roldós
fue el protagonista de la primera elección de significación nacional en la
segunda vuelta.
El Gobierno, pese a los puentes, no pudo desembarcar en la
selva. Esa, la selva heroica de Twintza, Coangos, Soldado Monge, donde los
combatientes shuar también resguardaron a la democracia desde sus
organizaciones sociales. Los prefectos de Zamora, Morona y Orellana fueron
reelectos pese a haber sido declarados enemigos presidenciales, retados a
puñetes en los recodos de las carreteras o reducidos a prisión. Entiendan, por
favor, ciudadanos, el mensaje popular. A ellos se suman la destituida (por el
Gobierno a través de otra interfecta institución) prefecta de Esmeraldas y muchos
otros. No hay datos parroquiales para hablar de otras dimensiones.
Tuve la enorme oportunidad de recorrer una parte del Ecuador
profundo antes de las elecciones. Todos miraban a Quito. Se me ocurre que se
había producido un efecto perverso de la recentralización del país. Los
territorios, amenazados por la pérdida de autonomía, veían en el resultado de
Quito un síntoma y un símbolo de la posible recuperación. No creo estar
equivocado al creer que la sabatina también actuó en todas y cada una de las localidades
en que, por fuerza del oligopolio de la comunicación en las cadenas, los
ecuatorianos nos vemos forzados a escuchar. En lugar de que la recentralización
se convierta en subordinación a la verticalidad política, los logros (pequeños
o grandes) de la descentralización se hicieron presentes. Los acuerdos
territoriales se anteponen, como lo han hecho y expresado en la pasada
elección, al verticalismo y al dirigismo del centralismo y el
hiperpresidencialismo.
Conclusión final. El resultado electoral debe ser analizado
con serenidad. Se ha abierto una ventana de oportunidad inigualable para la
reconstitución de la sociedad ecuatoriana. Pero todo está por hacer.
Especialmente, reconstituir el sistema político, es decir, un sistema de flujos
de opinión y de acción política. La oposición existirá en la medida en que
reconforme un sistema político. El pueblo le ha dado la oportunidad. Estos sí
que son “resultados maravillosos”.
Aún no existen las cifras para elaborar un mapa de pérdidas y
ganancias. Este mapa debe ser cuantitativo y cualitativo. Lo principal es que
debe ser objetivo (mensaje para todos, incluyendo a los militantes de PAIS).
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