Por: Ana Karina López
“Anunció que tenía
intención de dejar el cargo al cabo de su primer mandato de cinco años. Aquello
era un bombazo… Se trataba de toda una declaración, de un mensaje dirigido a su
país, a su continente y al mundo; un
ejemplo para todos los líderes, electos o golpistas, que, al sucumbir a
la vanidad de considerarse imprescindibles, deshonraban la democracia que
decían defender”. Así describe John Carlin, uno de los periodistas más
conocedores de Nelson Mandela, el momento que obtuvo esa primicia.
El presidente sudafricano acababa de ser electo cuando se lo
dijo al corresponsal, al final de su mandato cumplió con la promesa. Nelson
Mandela trabajó en una tarea titánica. En un país muy rico y a la vez con
desgarradores problemas sociales y económicos, reconcilió a una población
sometida vilmente -el apartheid fue legalizado entre 1948 y 1992- con sus
carceleros y explotadores.
El periodista inglés cuenta, en La sonrisa de Mandela, cómo
el seguimiento de la realidad sudafricana entre 1990 y 1995 - periodo en el que
el líder sudafricano salió de sus 27 años de encarcelamiento, terminó con el
apartheid y comenzó su gobierno- le curó del desprecio a la política. Asegura
Carlin que esos años le sirvieron para saber que: “El liderazgo noble e
inteligente no había desaparecido definitivamente del catálogo de las potencialidades
humanas”.
El eje de este breve libro gira en torno a una pregunta: ¿la
generosidad de Mandela era auténtica o tan solo una herramienta política? Las
respuestas, luego del punto final de este retrato, es que ambas son verdad. Su
pragmatismo llevó a Mandela a escoger el camino de la paz para terminar con el
apartheid, la violencia no le resultaba, en sus cálculos políticos, igual de
efectiva. Sin embargo su humanidad era auténtica, también escogió el camino de
la conciliación porque iba en consonancia con su carácter y valores. Él era
generoso, supo perdonar y avanzar, no se quedó ensombrecido por sus demonios
internos. “Lo primero es que siempre se
presentaba ante todos como un hombre de
una integridad inquebrantable y nunca traicionaba esa impresión inicial… La
integridad debe medirse en términos de coherencia entre los valores que uno
expone y el propio comportamiento en todos los aspectos de la vida. Mandela era
un hombre sin dobleces… Lo segundo es que Mandela trataba a todo el mundo con
respeto”.
Según otro líder fundamental de esa lucha, el arzobispo
Desmond Tutu, sin Nelson Mandela no se hubiera conseguido el fin de la
segregación.
“Mandela realizó la
labor que sus tiempos exigían y, mucho más allá del ejemplo político y moral
que transmite, dejó un legado que todos los sudafricanos deberían agradecer.
Evitó una guerra civil y construyó una democracia que permanece tan estable
como sana en su esencia, por más problemas a los que deba enfrentarse”, escribe
Carlin sobre la más contemporánea de las historias épicas.
Lo que sucedió en Sudáfrica fue una verdadera revolución, en
su definición primera es decir un cambio rápido y profundo. Mandela, un líder
imprescindible, supo retirarse y su trabajo tuvo verdaderas raíces. Causa risa
entonces, y un poco de desprecio, esa idea local que circula después de las
elecciones seccionales que para
“consolidar el proceso” todo está en las manos de una sola persona…
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