jueves, 27 de marzo de 2014

Sin comillas



Por: Simón Pachano
El superintendente de las comillas utilizó una audiencia pública para presentarse tal cual es. En un ámbito establecido para la sustentación de posiciones jurídicas, él se lanzó al ataque personal. En términos jurídicos, que son los que caben para un espacio de esa naturaleza, utilizó un recurso ad hominem, una figura que consiste en atacar a las personas por sus supuestas características, sin sostener un argumento valedero y sin abordar el tema tratado. Como corresponde a ese tipo de argucias, su objetivo no era sustentar la validez de su propia posición (si es que esta existe y si es propia), sino desacreditar a los otros. Incluso, para que no quede duda de ello, comenzó su intervención diciendo explícitamente (en su lenguaje debe haber sido tácitamente) que no se iba a referir al tema legal, porque de eso ya se había hablado en demasía.

De cualquier manera, si quiere poner las cosas en ese plano, en el de las características personales, entonces hay que sugerirle que incluya a todas las personas que suscriben las demandas que se debatieron ese día. Una de estas está sustentada por sesenta firmas y otra por un colectivo académico que tiene el respaldo de una universidad ubicada en la categoría A (en la que hizo su carrera docente el líder). Si se da el trabajo de indagar uno por uno a los integrantes de esos grupos, comprobará que la característica central es la diversidad. Entre ellos hay gran variedad de posiciones políticas, no tienen similares trayectorias laborales, cada uno de ellos tiene su propia concepción de la forma en que quiere vivir, unos profesan religiones, otros son agnósticos e incluso hay ateos, entre algunos hay vínculos de amistad, mientras otros ni siquiera se han visto alguna vez.
Para quien venera el principio sacrosanto del pensamiento único debe ser casi imposible entender y aceptar que personas tan diversas impulsen una acción conjunta. Para que encuentre la explicación, y no se quede en la muletilla de la defensa de intereses económicos, solo es necesario que siga con su indagación. Que se arriesgue a ir más allá del recurso ad hominem y mire detenidamente las posiciones y acciones de cada una de esas personas en torno a la libertad de expresión que, cabe recordarle, era el tema central de la audiencia. Con ese simple ejercicio comprobará que ahora están haciendo lo que siempre han hecho.
Y lo seguirán haciendo. Al contrario del razonamiento que acomoda sus principios a las características de las personas o a las condiciones del momento (o, más cercanamente, a las órdenes del jefe de turno), los demandantes están comprometidos con la libertad de expresión más allá de cálculos sobre quién resultará beneficiado y quién será perjudicado. Al firmar esas demandas están expresando un compromiso que rebasa de largo el caso específico y que, no lo dude el señor de las comillas, podrá expresarse a su favor cuando sea necesario. Nadie sabe si alguna vez la situación cambie o, incluso, si por error no repita adecuadamente la consigna del momento.

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