Por: Andrés Quishpe
Desde la noche del domingo 23 de febrero las y los
ecuatorianos hemos escuchado una serie de justificaciones, planteamientos y
comentarios señalados desde varios representantes de Alianza PAIS, con el
objetivo de justificar lo que han denominado como un revés político en las
elecciones de la Alcaldía de Quito.
Pero al pasar el tiempo se ha visualizado que esta ha sido
una derrota que ha cubierto a varias provincias y ciudades del país, el movimiento
gobiernista perdió sus principales bastiones electorales, como lo son Azuay,
Imbabura, Manabí, El Oro. Y tal como va el conteo oficial, podría afirmar que
de las 10 ciudades con mayor población, apenas gana en Durán y de las 24
capitales de provincia pierden en 20; de las 23 prefecturas y viceprefecturas
provinciales pierden en 14. Está claro que la derrota política y electoral del
correísmo es general y de seguro le va a pasar factura en este nuevo periodo.
Hoy se manifiesta que los “errores de campaña” son los
culpables de los resultados electorales obtenidos y para remendarlos los
integrantes del gabinete ministerial han presentado sus renuncias voluntarias
previo pedido del primer mandatario. Con esta medida el Gobierno pretende dar
un mensaje a la sociedad de “refrescar los estamentos públicos”. Mas en el
fondo se busca ocultar aspectos centrales, como la pésima gestión de las
administraciones verdes, obras incumplidas, el no solucionar problemas básicos
de las ciudades, incapacidad, arrogancia y muchos más, que se han convertido en
los motivos primordiales para que la ciudadanía no les respalde en esta
elección.
La derrota electoral que ha sufrido el oficialismo rompe el
mito de la invencibilidad de Correa, y Alianza PAIS ha dejado de ser la fuerza
política hegemónica. Diga lo que se diga, la derrota arrastra consigo al propio
presidente, ministros y asambleístas ya que varios de ellos asumieron el papel
de candidatos como es el caso de Gabriela Rivadeneira, Virgilio Hernández,
Corcho Cordero, Marcelo Aguiñaga, José Serrano, etc.
El principal candidato de estas elecciones seccionales fue,
sin duda, Rafael Correa Delgado, presidente de la República. Su acción marcó el
tono del debate político, la realidad por la cual atravesaban varios de sus
candidatos lo llevó a hacer campaña, no solo participando en la foto del
afiche, sino también saliendo a recorrer el país pidiendo el voto para su
movimiento, convirtiéndose en el principal protagonista en varios spots y
asumiendo el papel de estrella en los cierres de campaña.
Lo suscitado el 23 de febrero marca una nueva situación
política donde se caracteriza el agotamiento del discurso y la propaganda
oficial, la pérdida del miedo de las y los ciudadanos, quienes esta vez han
rechazado la incapacidad y abuso de los gobiernos seccionales. Pero también un
importante sector de la población expresó en su voto el rechazo a la arrogancia
y autoritarismo del Gobierno, contra la explotación del Yasuní, el decreto 16,
la criminalización médica y de la lucha social, así como la injusta sanción a
Bonil. No hay duda de que nuestro pueblo tarda pero no olvida, y en estas
elecciones se las cobró.
El mensaje está dado, al régimen le corresponde minimizarlo o
admitir que hay una realidad más allá de “errores electorales”.
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