Por: José Hernández
Director adjunto
Mucha gestión y poca política: eso dijo Usted, Presidente,
para explicar el mensaje que le enviaron los electores el 23-F. Deducción
justa. ¿Pero qué entiende por política? Sus explicaciones parecen indicar que
dedujo que su organización es deficiente y que en algunas partes del país sus
cuadros toman sus deseos por realidades. Las ficciones, Presidente, también
trotan en Quito. Usted también dejó entrever que no se ha ocupado
personalmente, por falta de tiempo, de las tareas de Alianza País. ¿Por ahí se
debe leer el mensaje político que le deja el 23-?
Cualquier alma sensible hubiera apostado a que cuando dijo
que ha hecho poca política, estaba pensando en otra cosa: en que usted y los
suyos, prevalidos de la legitimidad que dan los votos, equivocaron el camino:
creyeron estar solos en la escena política. Negaron a los otros. Los
agraviaron. Se creyeron los dueños del poder. Se acostumbraron a imponer en vez
de dialogar. Construyeron enemigos internos. Convirtieron la vida pública en
espacio de catequesis para la propaganda oficial. E hicieron del insulto el
elemento central de la vida pública: más se insulta, más razón se tiene.
Se entendió que Usted había comprendido que hacer muy poca
política es eso: convertir la esfera pública en un desierto. Tensar la cuerda
hasta que las personas saquen lo peor de ellas. De los dos lados. Las unas por
prepotencia, las otras por impotencia. Las unas por un gozo desvergonzado y
hasta cínico del poder. Las otras por rabia, por desesperanza y hasta por
miedo.
Se entendió, Presidente, que Usted había vislumbrado el 23-F
que si bien el país respeta su liderazgo, quiere un Presidente, no un capataz.
¿Quiere hacer más política? Esa declaración se celebra. Porque la política
empieza por el reconocimiento de los otros como sujetos activos y necesarios de
las diferencias; no como enemigos y candidatos a ser eliminados. La tolerancia,
en la política y en la vida, no es una virtud opcional: es una condición
ineludible. La política repudia la imposición porque aspira a convencer y
seducir con acciones, actitudes y argumentos. La política, la gran política, es
un arte. La fuerza, en cambio, Usted lo sabe, no demanda mucha reflexión.
Hacer más política implica, entonces, Presidente, prescindir
en la escena pública de los elementos que la coartan y la limitan. Las ventajas
que, en particular, Usted se ha dado contra aquellos que lo critican. O incluso
lo agravian. Usted no lo acepta pero, en los hechos, ha judicializado la
política. Hay personas sentenciadas o exiliadas por demandas suyas. Hubo presos
o hay personas sentenciadas por su visión particular sobre su autoridad, su
cargo, su persona o las prerrogativas que cree que debe tener el Estado.
Usted ha expresado sus razones que se antojan respetables.
Sin embargo, muchas de esas sentencias no se hubieran dado si Usted hubiera
hecho más política. Porque la política no se mide por los años de cárcel que un
político logra para su opositor. O para jóvenes que, en casos, actúan primero y
piensan después. Tampoco se hace política acumulando multas e indemnizaciones.
Todo eso habla, Presidente, de una visión castigadora que tiene por corolario
de fondo disciplinar una sociedad mediante el escarmiento ajeno. Eso no es
hacer política: es causar miedo. La política no se hace en las Cortes, la puede
hacer Usted con su ejemplo. Es la mejor pedagogía. La única que cualquier
ciudadano espera de su Presidente.
Quizá Usted no lo vea, tampoco su amigo Gustavo Jalkh, pero
ya hay una larga lista de personas que no creen en la Justicia renovada que
ustedes prometieron y que han acudido, o piensan hacerlo, a las Cortes
internacionales. Quizá eso no le preocupe, Presidente, pero es un síntoma
inequívoco de que ustedes usan mucho la fuerza y poco la política. Es un
síntoma palpable de que hay familias sufriendo y niños que no saben si pasarán
los próximos años con sus madres. O con sus padres. ¿No le angustia eso,
Presidente? ¿Produce el poder deseo de venganza o mayor discernimiento para
entender incluso miserias ajenas? Amnistíe a esas personas, Presidente. No
porque son culpables sino porque así hará más política. Y eso hablará bien de
Usted.
Hacer más política implica prescindir en la escena pública de
los elementos que la coartan...
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