Por: Jeanette Hinostroza
Ya son muchas las señales de alerta que el Ecuador produce en
el exterior por posición del Gobierno frente a la violación de los derechos
humanos. La multimillonaria sentencia a Diario El Universo, el caso Gran
Hermano, los 10 de Luluncoto, los estudiantes del Central Técnico, el Decreto
16, la Ley de Comunicación, que además de atentar contra la libertad de
expresión y producir autocensura, contradice la decisión tomada en el polémico
caso del asilo diplomático al hacker Julián Assange. Otros dos casos son el del
Yasuní, en donde explotarán el petróleo aunque la mayoría de ecuatorianos no
estemos de acuerdo, y el de Bonil, que además de asombro ha causado risa por la
extrema sensibilidad y absurda intolerancia de las autoridades involucradas en
este caso.
A nivel internacional el Gobierno ecuatoriano no solo ha estrechado
sus manos con el presidente de Irán, de Bielorusia, Libia, Rusia y Siria, en
donde se han registrado probados casos de violación de derechos humanos; sino
que ha realizado pronunciamientos a su favor a nombre del Estado ecuatoriano.
Hace un par de semanas, en las redes sociales, se criticó
fuertemente un homenaje que la Cancillería realizó en respaldo del presidente
Nicolás Maduro, quien está en el centro de una crisis social que ya registra
mas de 20 muertos. El Ecuador, al igual que muchos miembros de la comunidad
internacional, prefiere mirar desde lejos lo que sucede en las calles de
Caracas y no es capaz de reconocer la ineptitud del Gobierno venezolano, no
solo para resolver los problemas que hoy tienen a Maduro pendiendo de un hilo,
sino para gobernar. La revolución ciudadana solo quiere ver el problema
político que tiene Venezuela y prefiere ignorar la verdadera razón por la que
los venezolanos están en las calles que es la escasez de alimentos, la falta de
trabajo, la inseguridad, la falta de representatividad de un presidente de la
República que se ha dedicado a ser el hazmerreír de la comunidad internacional
por la cantidad de torpezas que dice. Los Gobiernos se callan ante la crisis
venezolana porque temen que les suceda lo mismo; necesitan ser cómplices y
guardarse las espaldas pues muchos quieren mantenerse en el poder, aunque sus
pueblos estén descontentos. Triste el papel de la OEA, un verdadero club de
momias cockteleras, listas para brindar y sonreír en la foto, pero incapaces de
sentarse a enfrentar los problemas de la región.
La última señal de alerta enviada desde el Ecuador es la
orden de prisión contra el asambleísta Cléver Jiménez; si bien el presidente
Correa tiene derecho a defender su honor en los tribunales, está claro que al
buscar justicia no puede violar las leyes y los derechos de quienes
supuestamente lo ofenden. El caso Jiménez prendió las alertas de la CIDH que ya
pidió medidas cautelares hasta confirmar que en este caso se hayan respetado la
ley y el debido proceso. El Gobierno también debería explicar por qué la esposa
de Cléver Jimenez le pide al presidente Correa que oscuros personajes que
rodean su casa día y noche “dejen de hostigarla a ella y a sus hijos”; ese tipo
de practicas prenden otro tipo de alertas que conducen al mundo a pensar que en
este país no hay democracia.
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