Análisis
Por: José Hernández
Director adjunto
Edgar Degas decía que pintar un cuadro es como cometer un
asesinato: hay prever todas las coartadas. En política, el correísmo lo plagia
a la perfección.
Rafael Correa se encargó personalmente del libreto. Tras la
derrota electoral del domingo, exhibió dos coartadas impensables: las alianzas
y las estadísticas. La primera le sirvió para empujar el trago amargo y ponerlo
frente a Galo Mora y Betty Tola. En eso le dio una mano Ramiro González. En esa
parte no aparece Vinicio Alvarado quien debía, si cumplió con el encargo,
escoger los candidatos de Alianza País con Mora y Tola. Nadie lo incluyó,
entonces, en la nueva fauna política que Correa descubrió el 23-F: los
sectarios. Alvarado cae otra vez para arriba.
Con las estadísticas, Correa convierte la derrota en triunfo:
AP sigue siendo –dice él– el partido más grande el país. Como Correa nada sabe
de periodismo, se equivocó: convirtió una obviedad en noticia. Hacerlo le
permitió camuflar la pérdida de grandes ciudades y capitales y pretender borrar
del disco duro de la opinión y de su militancia, la expectativa de instalar su
modelo en todos los gobiernos seccionales. Sus coartadas las remató en
Guayaquil: puso a circular el fantasma de su reelección.
Su aparato no esperaba otra cosa para sacudirse del chuchaqui
del 23-F. Gabriela Rivadeneira activará esta semana en la Asamblea los
mecanismos para que Correa pueda traicionar su palabra. Así el oficialismo
abandonó el terreno ingrato de la realidad y pateó el balón para 2017…
Futuristas, al fin y al cabo.
En ese salto, el Presidente hace un viaje por El chivo
expiatorio de René Girard: echa la culpa a otros y sale limpio de polvo y paja.
No fue él quien nacionalizó la campaña. No fue él quien invisibilizó a los candidatos,
como invisibiliza ministros y funcionarios para evitar que aparezcan relevos y
se cotejen con la opinión. No es él el responsable de una visión estatista y
centralista que riñe con las aspiraciones descentralizadoras y de autonomías
locales. Él no encarna el autoritarismo, el abuso de poder y las visiones más
retrogradas que, con seguridad, fueron
castigados en Quito… ¡Solo a Mauricio Rodas se le puede ocurrir que los
quiteños votaron por su programa contra el de Barrera! ¡Solo él puede creer que
el 23-F hubo un voto de conciencia –por él– y no de rechazo a Correa y al
silencio cómplice de Barrera!
No se dijo que Correa está derrotado. Se dijo que sufrió una
derrota. Se dijo que el país le envió mensajes políticos que debiera procesar.
Se entiende que un político, ante esas evidencias, acoge los mensajes, los
evalúa y rectifica. Correa no. La derrota para él no es política. Él evita las
preguntas de fondo: ¿cree él que el país quiere obras y un gobierno
autoritario? ¿Cree que sus abusos y los de su aparato gubernamental son
epifenómenos que no suman en la conciencia de una opinión porque su aparato de
propaganda la catequiza? ¿Cree que los ciudadanos quieren vivir en la Sierra
Maestra, tararear canciones mamertas de hace 50 años y recitar lemas tan
polvorientos como las misas comunistas? ¿Cree que la ciudadanía aquí quiere
defender a un señor tan impresentable como Nicolás Maduro, su régimen tan
ineficiente como corrupto y un personaje como Chávez, cuyo gran mérito fue
arruinar a Venezuela?
No hay lectura política en este Gobierno de lo que hace y de
lo que produce Rafael Correa. Con una facilidad que desarma, funcionarios y
dirigentes del oficialismo justifican todo con un cinismo propio de muchos de
los viejos políticos que detestaban. Las voces oficialistas que quieren
reflexionar, y hacerlo públicamente, como se merece la sociedad, son
excepciones. El canto mayoritario es trocar el duelo en desafío: Correa estará
en 2017. Ojalá esté. Eso probaría que ese aparato, destinado a modernizar el
país y salir de la matriz caudillista, solo hizo parte de la tarea. Correa en
2017: la confesión palmaria del fracaso de un movimiento incapaz de
institucionalizar el país, renovar la democracia, recrear la política y
asegurar el relevo de cuadros. Correa en 2017: la prueba para los ciegos del
oficialismo que construyeron una maquinaria autoritaria para parir un caudillo
más.
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