lunes, 10 de marzo de 2014

Correa y el síndrome del chivo expiatorio



Análisis
Por: José Hernández
Director adjunto
Edgar Degas decía que pintar un cuadro es como cometer un asesinato: hay prever todas las coartadas. En política, el correísmo lo plagia a la perfección.
Rafael Correa se encargó personalmente del libreto. Tras la derrota electoral del domingo, exhibió dos coartadas impensables: las alianzas y las estadísticas. La primera le sirvió para empujar el trago amargo y ponerlo frente a Galo Mora y Betty Tola. En eso le dio una mano Ramiro González. En esa parte no aparece Vinicio Alvarado quien debía, si cumplió con el encargo, escoger los candidatos de Alianza País con Mora y Tola. Nadie lo incluyó, entonces, en la nueva fauna política que Correa descubrió el 23-F: los sectarios. Alvarado cae otra vez para arriba.  

Con las estadísticas, Correa convierte la derrota en triunfo: AP sigue siendo –dice él– el partido más grande el país. Como Correa nada sabe de periodismo, se equivocó: convirtió una obviedad en noticia. Hacerlo le permitió camuflar la pérdida de grandes ciudades y capitales y pretender borrar del disco duro de la opinión y de su militancia, la expectativa de instalar su modelo en todos los gobiernos seccionales. Sus coartadas las remató en Guayaquil: puso a circular el fantasma de su reelección.
Su aparato no esperaba otra cosa para sacudirse del chuchaqui del 23-F. Gabriela Rivadeneira activará esta semana en la Asamblea los mecanismos para que Correa pueda traicionar su palabra. Así el oficialismo abandonó el terreno ingrato de la realidad y pateó el balón para 2017… Futuristas, al fin y al cabo.
En ese salto, el Presidente hace un viaje por El chivo expiatorio de René Girard: echa la culpa a otros y sale limpio de polvo y paja. No fue él quien nacionalizó la campaña. No fue él quien invisibilizó a los candidatos, como invisibiliza ministros y funcionarios para evitar que aparezcan relevos y se cotejen con la opinión. No es él el responsable de una visión estatista y centralista que riñe con las aspiraciones descentralizadoras y de autonomías locales. Él no encarna el autoritarismo, el abuso de poder y las visiones más retrogradas  que, con seguridad, fueron castigados en Quito… ¡Solo a Mauricio Rodas se le puede ocurrir que los quiteños votaron por su programa contra el de Barrera! ¡Solo él puede creer que el 23-F hubo un voto de conciencia –por él– y no de rechazo a Correa y al silencio cómplice de Barrera!
No se dijo que Correa está derrotado. Se dijo que sufrió una derrota. Se dijo que el país le envió mensajes políticos que debiera procesar. Se entiende que un político, ante esas evidencias, acoge los mensajes, los evalúa y rectifica. Correa no. La derrota para él no es política. Él evita las preguntas de fondo: ¿cree él que el país quiere obras y un gobierno autoritario? ¿Cree que sus abusos y los de su aparato gubernamental son epifenómenos que no suman en la conciencia de una opinión porque su aparato de propaganda la catequiza? ¿Cree que los ciudadanos quieren vivir en la Sierra Maestra, tararear canciones mamertas de hace 50 años y recitar lemas tan polvorientos como las misas comunistas? ¿Cree que la ciudadanía aquí quiere defender a un señor tan impresentable como Nicolás Maduro, su régimen tan ineficiente como corrupto y un personaje como Chávez, cuyo gran mérito fue arruinar a Venezuela?
No hay lectura política en este Gobierno de lo que hace y de lo que produce Rafael Correa. Con una facilidad que desarma, funcionarios y dirigentes del oficialismo justifican todo con un cinismo propio de muchos de los viejos políticos que detestaban. Las voces oficialistas que quieren reflexionar, y hacerlo públicamente, como se merece la sociedad, son excepciones. El canto mayoritario es trocar el duelo en desafío: Correa estará en 2017. Ojalá esté. Eso probaría que ese aparato, destinado a modernizar el país y salir de la matriz caudillista, solo hizo parte de la tarea. Correa en 2017: la confesión palmaria del fracaso de un movimiento incapaz de institucionalizar el país, renovar la democracia, recrear la política y asegurar el relevo de cuadros. Correa en 2017: la prueba para los ciegos del oficialismo que construyeron una maquinaria autoritaria para parir un caudillo más.

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