Por: BENJAMÍN FERNÁNDEZ BOGADO
Afirman que la gratitud es la cortesía del corazón. Y talvez
no haya soledad mayor que aquel que ante la injusticia y el oprobio no recibe
el apoyo que debería en los momentos fundacionales de la lucha por la libertad
y la democracia que se libra hoy en las calles de Venezuela.
Ahí mismo donde un
descorazonado Bolívar había afirmado se sentía como si "...hubiera arado
en el mar" en la construcción de un espacio común que perteneciera a cada
latinoamericano como propio. Hoy las voces destempladas gritan en contra de
quienes muestran con coraje y valentía su solidaridad con el pueblo venezolano.
El presidente Maduro, quien como canciller de Chávez en 2012,en la crisis
paraguaya, intentó soliviantar a las Fuerzas Armadas de esa nación, pega el
grito al cielo ante cualquier condena a la que llama de forma cínica
"imperdonable injerencia en asuntos internos". Corta y flaca memoria
por un lado y clara muestra de incoherencia por el otro. Hoy no quieren que sea
la OEA escenario para discutir sobre la violación de derechos humanos,
detenciones de líderes políticos y buscan afanosamente que sea un
"territorio amigo" como la Unasur donde se expresen los lugares
comunes de los tibios y cómplices que hablan hoy de "buscar pacificar los
espíritus y retornar al diálogo" como si no hubieran muertes, heridos,
sangres e injusticia desparramados por todo ese país. "Vomitaré a los
tibios…" podría ser hoy la cita bíblica de muchos de nuestros líderes
siempre dados a referencias de este tipo mezcladas con amenazas e imprecaciones
de todo tipo. Pero hoy somos todos Venezuela y le debemos apoyo al corajudo
pueblo que sigue buscando afanosamente su libertad secuestrada por un Gobierno
que cree que ser demócrata solo implica cumplir las formalidades del sistema
pero no vivir sus valores. Esta es una prueba de cuán comprometidos se
encuentran con la democracia o cual es el verdadero rostro de un Gobierno que
cree falsamente que los mandatos electorales son eternos y no revisables por el
pueblo que los votó. Bolívar, si estuviera vivo, miraría con pena y dolor lo
que han hecho en su nombre y talvez estaría más solo que cuando acabó sus días
en Colombia. Requerimos en la memoria de su nombre una nación que cumpla los
principios y los valores democráticos y no un Gobierno que proclama cosas de contramano
con la realidad. Los jóvenes venezolanos no se merecen la soledad y el
desprecio de millones de latinoamericanos que han hecho de la búsqueda de la
justicia y la libertad las razones de su existencia. Yo no alcanzan los
discursos grandilocuentes y vacíos. Hoy la democracia reclama contenidos
ciertos y sólidos. El poder político se evapora cuando la realidad le devuelve
al gobernante la imagen de su propia incompetencia, venalidad y corrupción...
sangrienta y por sobre todo condenable siempre.
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