Pese a su reticencia a la solemnidad, recibió honores
formales en medio de su apremiante mensaje por el futuro de la vida humana.
El reloj marca las 11.15 y el salón de honor de la
Municipalidad de Santiago alberga a los concejales premunidos de formalidad,
unos documentos que formalizarán un reconocimiento y el escudo que identifica a
la comuna. Pero en contraposición a la solemnidad de los atuendos, los símbolos
de un pasado colonial y una banda de músicos que entonará los himnos patrios,
rompiendo la escena ingresa el Presidente de Uruguay, José Mujica, destacando
con su ya reconocida sencillez, más cercana a un profesor normalista jubilado
que a un Jefe de Estado; un vestón azul marino colegial con unos papeles que
sobresalen de uno de sus bolsillos, camisa blanca sin corbata y unos lentes de
sol que lo acompañarán por todo el día de ayer.
Con la ceremonia se le declararía “visita ilustre”, un título
que bien podría ser anecdótico para un mandatario que vive en una sencilla
chacra y que su único bien declarado es un funcional Volksvagen escarabajo del
año 87.
Finalizada la ceremonia, el gobernante presenció un pie de
cueca, dando el espacio para incentivar el seguimiento casi religioso de
quienes lo siguen, graficado en su disposición a fotografiarse con una sonrisa
y en saludar de abrazo y caricias en las cabezas al público que merodeaba por
la municipalidad.
Con todo, por más que Mujica haya manifestado su reticencia a
los homenajes y las formalidades, tuvo que correr después hasta el ex Congreso.
También en un atestado Salón de Honor -vaya irónica coincidencia para un
cultivador de flores en sus horas libres- lo esperaban varias figuras del
Partido Socialista; su presidente, Osvaldo Andrade; el senador Juan Pablo Letelier
y Luis Maira. El encuentro, denominado “Conversatorio de cara al futuro”, fue
organizado para anunciar, por parte del PS, la sumatoria de la colectividad a
la iniciativa internacional por postular a Mujica al Premio Nobel de la Paz.
Es en este espacio donde “El Pepe” despliega su afinado arte
de la oratoria. Sin lectura de discurso, sin aludir a cifras que la memoria no
retiene ni citar documentos de organismos internacionales que la historia
acumula en el anonimato, Mujica elabora digresiones sobre la existencia humana
reteniendo la atención del público, manejando la intensidad de la voz, tanto
para generar íntima confidencia como para subrayar una idea extremando sus
cuerdas vocales al límite de un hombre de 78 años. Todo, en lenguaje sencillo.
Algunos extractos: “Hay que pelear contra la acumulación
egoísta, ¡aunque no nos den pelota!”. “La moda es ser libre, tener tiempo para
las cosas simples, los amigos, para amar... si no, uno trabaja en una
multinacional, se jubila y se convierte en un veterano detestable”, acusó entre
la risa general. También dedicó palabras para desacralizar la presunta política
de alto vuelo. “Hacemos juntas de presidentes para nada, para asolar a las
cadenas hoteleras”, dijo. “¡Nos llenamos la boca con el libre comercio y hay
como 400 tratados de libre comercio que no los entiende ni Mandrake!”, agregó
casi al grito. Finalmente, remató con una confesión: “Perdonen si pongo mucha
pasión, es que la vida se me está yendo”. Entonces, los murmullos acabaron y se
instaló un largo silencio. Superado el impacto, el publico atinó a aplaudir. Y
mientras Isabel Allende le entregaba un reconocimiento, sus más entusiastas
seguidores corearon: “Libertad, libertad, no más presos por plantar”, aludiendo
a su política de legalización del cultivo y consumo de marihuana en su país.
Su jornada finalizaría en la Cepal, con una “mesa de alto
nivel” junto a Michelle Bachelet. Pese al escenario, “El Pepe” reconoció que
los pobres de su país “me preguntan de cualquier cosa, menos de integración”.
Otra vez alzó la voz para exhortar a “pensar como una especie, ¡la humanidad
necesita de una agenda mundial!”. “Me tiene abrumado el pasado mañana (...) ese
pasado mañana no podremos ser lo que somos hoy. ¿Llegaremos?”, remató, sin
sacarse sus gafas ahumadas, para enfilar hacia su casita de paredes sin
empastar.
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