Por: Juan Cuvi Viernes
Una sensación de irrealidad planea sobre la política
nacional. Más precisamente, sobre la política del oficialismo. Las contorsiones
con las cuales el Gobierno y Alianza País (AP) pretenden dorar la píldora de la
reciente derrota electoral rayan en la ficción. De la noche a la mañana, los
medios de comunicación desacreditados desde el poder se han convertido, por
arte de magia, en un espacio relevante de información y debate público.
Desde
hace tres semanas, la procesión de funcionarios del Gobierno, dirigentes y
asambleístas verde flex que han pasado por esos medios es impresionante. De la
estrechez al derroche o -para ponerlo en términos más acordes con el talante
religioso del correísmo- de la castidad a la lujuria. Pero la abundancia de
palabras no siempre corresponde a la abundancia de razones. Para confirmar la
derrota de AP fueron suficientes 10 minutos de un noticiero el día de las
elecciones, de unas exit-poll que ni siquiera requirieron de la confirmación
del Consejo Nacional Electoral. Una certeza que no ha podido ser desmontada ni
con las extensas y prolíficas intervenciones públicas de los voceros del
Régimen. En este caso, el espejismo publicitario no ha sido suficiente para
anular la clarividencia ciudadana. En política, cuando la retórica pierde su
cable a tierra se vuelve cada vez más incoherente. Las acrobacias aritméticas
con que se busca convertir una derrota en triunfo pierden de vista algunos
elementos de fondo. Por ejemplo, soslayan el éxito de la izquierda
-particularmente de Pachacutik- en las zonas de potencial explotación minera.
Ahí no aplica la contabilidad electoral sino las expresiones de la sociedad; no
importa el número de votantes sino la hegemonía política sobre un territorio.
Algo quedó en claro: las poblaciones de la Amazonía, del Austro y de Íntag
respaldaron a quienes están defendiendo posiciones alternativas al extractivismo
promovido desde Carondelet. No es casual, entonces, que la campaña a favor del
Yasuní haya tomado tanto vuelo. En este hecho se puede detectar una situación
que trasciende los ámbitos locales, y que refleja un alineamiento de carácter
nacional. O al menos regional. La votación del 23F sería, desde esta
perspectiva, un rechazo más generalizado de lo que se piensa a la decisión de
explotar el petróleo en el Yasuní. Aunque el Gobierno pretenda disimularlo.
Tampoco resulta casual que AP esté promoviendo la reelección indefinida
mediante una estrategia que al final podría forzar un plebiscito. Anular la
eventual consulta por el Yasuní provocando la realización de otra consulta
radicalmente distinta puede ser una estrategia efectiva para recuperar el
terreno perdido. Lo difícil es lograr que la gente no la perciba como una
simple maniobra política. O como una ilusión.
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