Por: MANUEL TERÁN
Las horas difíciles por las que atraviesa el país llanero,
son la consecuencia de una suma de errores cometidos por su dirigencia durante
décadas. Confiados en la relativa estabilidad política que les brindaba un
acuerdo que les permitía alternarse en el poder, la vieja dirigencia vivió
alejada de los problemas de cientos de miles de venezolanos que, a pesar de los
millonarios ingresos que recibía el erario por la venta de petróleo, no veían
mejoras ostensibles de su situación.
Literalmente los cerros se le vinieron
abajo a Carlos Andrés Pérez cuando intentó, tímidamente, dar un vuelco a la
situación tocando el sagrado precio de la gasolina, que constituye una de las
aberraciones más grandes de la economía, puesto que tal regalo estatal, vía
subsidio, beneficia a los más acomodados en vez de servir de fuente de recursos
para asistir a las reales necesidades de los más pobres.
De esto se aprovechó
un coronel, que alzándose en armas en contra de la democracia alcanzó
notoriedad, para convertirse luego en otro autócrata más de los que tantas
veces se ha visto en el continente. Pero en esta ocasión él esgrimió un
discurso típicamente tercermundista, para atraer para sí a todas esas fuerzas
capaces de pensar que los males de los latinoamericanos son producto de la
acción de terceros, que no han podido mirarse a sí mismos y realizar la
autocrítica necesaria que permita encontrar el camino para vencer el atraso y
el subdesarrollo. Desaparecido hace un año, su sucesor, con más limitaciones
que el primero, para tratar de cubrir las consecuencias derivadas de sus
desastrosas políticas que han convertido a ese rico país en territorio desabastecido,
con una de las inflaciones más altas del orbe, no ha considerado mejor opción
que ampliar la represión, descalificar a los contrarios, seguir dividiendo a la
familia venezolana, utilizar a mercenarios entrenados que con el nombre de
"brigadistas" disparan o apalean a los que se pronuncian en contra de
semejante desgobierno. De esto están hartos cientos de miles de venezolanos.
Principalmente la fuerza verdaderamente transformadora: la juventud. Los
estudiantes copan las calles y resisten las agresiones del Régimen. No son
terroristas ni marionetas de ningún imperio. Son seres que les duele el destino
de su patria, cuya suerte es administrada por asesores extranjeros. Son la
verdadera vanguardia que reclama el constante deterioro de las libertades. No
desean que sus hijos crezcan sin oportunidades como en esa isla pauperizada a
la que sostienen sus gobernantes, con recursos de todos los venezolanos. Y la
hipocresía cunde. El silencio de los demás dirigentes de la región ofende. No
se entiende cómo pueden callar ante la represión líderes políticos e
intelectuales que, cuando jóvenes, sintieron en carne propia el peso de las
dictaduras. El complejo latinoamericano es grande y conlleva a que, aun cuando
constaten que se cometen atrocidades, si estas son ejecutadas por populistas
que enarbolan banderas de un mal entendido nacionalismo, no se atreven a
condenarlas como corresponde.
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