Por: Simón Pachano
Por carambola, la derrota electoral del líder volvió a poner
sobre la mesa la consulta acerca del Yasuní. Hasta antes de las elecciones del
23 de febrero, esa iniciativa había pasado a un segundo plano e incluso parecía
que estaba destinada a ser archivada en el cajón de las buenas intenciones. Era
notorio el debilitamiento del impulso inicial, lo que llevaba a que, desde el
otro lado, se lo considerara como un tema superado. La imbatibilidad del dueño
indefinido del proceso y la apatía de una gran parte de la población
configuraban un contexto poco apropiado para llevarla adelante.
Pero, cuando se fueron confirmando los datos electorales los
ánimos cambiaron en ambos bandos. En el campo de los impulsores de la consulta
se instaló el optimismo. Entre quienes se oponen a ella –o la aceptaban con una
sonrisa irónica porque la creían ganada sin mayor esfuerzo– se generalizó la
incertidumbre. Unos y otros habían leído la letra chica de los resultados
electorales, especialmente los que venían de los cantones y las provincias con
actividades o proyectos petroleros y mineros. Todos entendieron que esos
electores enviaron un mensaje claro con respecto al modelo extractivista que,
cabe recordarlo, es la base y el motor del tan publicitado cambio de la matriz
productiva. Casi con tanta inteligencia como la de los aseguradores que
convierten en sinónimos a obligatorio y voluntario, los transformadores de la
matriz decían que el extractivismo era la única fórmula para salir del
extractivismo. Pero, se ve que los votantes no están para juegos de palabras.
La negativa a suscribir esas afirmaciones debe quedar como
materia obligatoria para el análisis de las decisiones y las preferencias de
las personas. No funcionó el mayor aparato publicitario de la historia nacional
ni se produjo el endoso que en ocasiones anteriores llevó a altos puestos a
disciplinados desconocidos. Incluso en espacios donde aquellas actividades no
están presentes directamente, como Quito, la votación contraria al correísmo
puede explicarse en parte, no totalmente, por el peso de esos temas. Los
resultados finales dejaron sin piso a quienes descubrieron a última hora que
sin la explotación del petróleo y sin la minería a gran escala sería imposible
superar la pobreza y volverían todos los males de la humanidad.
Pero, de inmediato aparecieron las trampas. Un grupo de
alcaldes, entre los que se cuentan muchos de los que fracasaron en la
reelección no dudó en acudir al plagio (que sin duda será severamente castigado
por la eficiente y ágil Superintendencia de las comillas). La máxima autoridad
electoral no encontró mejor actividad que ponerse a medir el tamaño de los
papeles y de paso se dio tiempo para repetir –con cifras y adjetivos– el
argumento de la propaganda gubernamental. El próximo paso lo dará la corte
autodesignada con la descalificación de la pregunta o, para no desentonar con
sus colegas, con la explícita toma de posición que viene indicada en sus
términos de referencia. Por todo ello, harían mal los yasunidos en
engolosinarse con el optimismo. Les queda por sortear muchas trampas.
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