En defensa de Martín Pallares: carta a Rafael Correa
Economista Correa
“¡Qué asco da cierta gente que todo lo hace con guantes! Incluso los hijos y los millones”, escribió Cesare Pavese a quien usted sin duda no ha oído ni nombrar. De sus hijos, Correa, no voy a decir nada, faltaría más. Pero sí de su fortuna, amasada con los pulcros guantes de su cinismo chocante y miserable. Fortuna hecha con la complicidad de jueces comprados o bajo chantaje y entre los bastidores del sainete en que convirtió usted la formalidad jurídica en este país. Ya consiguió atracar 140 mil dólares a Fernando Villavicencio, Cléver Jiménez y Carlos Figueroa. Ahora, cuando nos creíamos al fin libres de su impertinencia y su codicia, de su desprecio por la ley y su utilización de los tribunales en su propio beneficio, todavía tiene la desvergüenza de intentar, con juicio penal de por medio, meter la mano en el bolsillo de un periodista, Martín Pallares, a quien usted personalmente empujó hacia el desempleo. Primero lo deja sin trabajo y luego quiere sacarle plata. Con guantes blancos. Da usted asco.
Martín Pallares es un digno padre de familia; un periodista de ética intachable; un hombre honrado; una buena persona… En fin, esas virtudes que usted ni entiende ni conoce, o que confunde con ciertas disciplinas aprendidas de los scouts, donde se convirtió en el tiranillo fatuo que hoy todos conocemos. Martín Pallares es una persona que cree en el oficio que ha elegido y defiende la libertad de expresión de la única manera como vale la pena hacerlo: ejerciéndola. Un periodista que tuvo el valor de desnudar las pequeñas, cotidianas inmundicias de su gobierno; que puso al descubierto, paciente y documentadamente, las raterías de ese aparato de lambiscones y aduladores de quienes gusta usted rodearse, a los que llama revolucionarios y que tuvieron campo abierto (abierto por usted) para lucrar obscenamente durante los últimos diez años. Alecksey Mosquera, por ejemplo. ¿Qué pretende? ¿Dejar en la miseria a una familia? ¿Acallar a uno de los pocos medios virtuales, 4pelagatos, que nunca se corrió de cantarle las verdades en la cara? ¿Forzar al gobierno de Lenín Moreno y dejar sentado que los jueces siguen siendo suyos? Usted, el de las manos limpias. ¿Están limpias de verdad o son los guantes que usa para no manchárselas ni dejar huellas? Da usted asco.
¿Y cuál es el delito de que acusa a Martín Pallares? Imaginar. Nomás eso. Concretamente, imaginarlo a usted robando. ¿Quiere usted penalizar la imaginación ahora? Es claro que Martín no lo acusa a usted de nada, Correa. Simplemente (y con fines didácticos que no necesitan explicación en el contexto de su artículo) se lo imagina haciéndolo. Pero ¿no es eso lo que imagina ya la mitad de ecuatorianos? ¿Piensa enjuiciarnos penalmente a todos? Usted robando. ¿Acaso no es lícito, no es natural, no es verosímil dejar volar la imaginación por esos pagos? Ya nos contará usted de sus negocios con Odebrecht, de la manera como dejó volver al país a la constructora brasileña (con costos adicionales que pagamos todos) después de tanta retórica nacionalista barata. Ya nos contará de los 2.200 millones de la Refinería Esmeraldas, de los 1.200 millones gastados en aplanar un terreno en El Aromo, del aparato institucional y jurídico creado por usted y ese sátrapa que empleó como secretario jurídico para permitir a su amigo Jorge Glas montar un esquema de contratos dentro de contratos que multiplicó los costos de todas las obras estratégicas con el fin beneficiar a otros amigos. Mónica Hernández, por ejemplo (por cierto, ¿dónde están ella y su marido? ¿Siguen en el Ecuador o viajaron por casualidad a una boda en Miami?). Ya nos contará de Tomislav Topic, de Glory International, de los contratos millonarios de su hermano. Todo limpio, todo correcto, todo con guantes, ¿verdad?
Durante diez años, Correa, hemos soportado su tiranía, si aceptamos como correcto el concepto de tiranía que despacha Juan Montalvo en Las Catilinarias (que con toda seguridad usted tampoco habrá leído). Y fíjese usted: estas palabras destinadas al pantagruélico y esperpéntico Ignacio de Veintimilla le calzan a su gobierno como anillo al dedo. ¿Se siente cómodo con eso? Tiranía, dice Montalvo “no es tan sólo derramamiento de sangre humana; tiranía es flujo por las acciones ilícitas de toda clase; tiranía es el robo a diestro y siniestro; tiranía son impuestos recargados e innecesarios; tiranía son atropellos, insultos, allanamientos; tiranía son bayonetas caladas de día y de noche contra los ciudadanos; tiranía son calabozos, grillos, selvas inhabitadas; tiranía es impudicia acometedora, codicia infatigable, soberbia gorda al pasto de las humillaciones de los oprimidos”.
Pero esos diez años terminaron ya, Correa. Vaya acostumbrándose. Ya no puede usted llegar, como solía, rodeado de su pandilla de gorilas pagados con nuestro dinero, y pretender almorzar en un restaurante donde almuerza gente decente. Una vez despojado de la banda presidencial usted está desnudo y su rabo de paja resulta ahora intolerablemente visible. Y da asco.
Este cuarto de hora suyo con Martín Pallares, justo en el momento en que su vistoso rabo de paja se acerca peligrosa e inexorablemente a las llamas que lo rodean, será una vergüenza más en la larga lista de impudicias que conforman el retrato con que lo recordará la historia. Correa contra Pallares: da risa. Un tirano de “codicia infatigable, soberbia gorda al pasto de las humillaciones” y fatuidad inabarcable (entendiendo la fatuidad como una mezcla en partes iguales de vanidad e ignorancia), un tipo de semejante calaña contra un padre digno, un periodista intachable, un hombre honrado, un tipo culto, un lector infatigable. Ya no le quedan esos desplantes, Correa. Porque, como dice el mismo Montalvo, “un tirano, pase: se le puede sufrir quince años; ¿pero un malhechor?; ¿pero un salteador tan bajo?”. A ése se le echa de los restaurantes. ¿Se atreverá usted a ir a la corte, con sus gorilas y sus guantes blancos? ¿Tendrá usted el coraje de mirar a Pallares a los ojos? En otras palabras: ¿podrá más su cinismo que su cobardía?
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