La conspiración de las viudas y lloronas de Rafael
Correa se ha ido, pero queda su camarilla para torpedear cualquier iniciativa desde la sociedad o desde Lenin Moreno, que cuestione el credo correísta y afecte la segunda y pronta llegada de Su Salvador. Moreno ya no es necesario para esta camarilla, y puede convertirse en un peligro para su vocación y necesidad de mamar de la teta del Estado, si sigue en su política de diálogo.
07 de julio del 2017
POR: Juan Carlos Calderón
Director de Plan V, periodista de investigación, coautor del libro El Gran Hermano.
Escucho a la señora Marcela Aguiñaga, exministra de Rafael Correa y ahora legisladora, convertirse en la opositora del presidente de su partido, Lenin Moreno. Ella —y otros fanatizados seguidores— se permiten poner condiciones al nuevo presidente (de su partido, insisto), advertirle, poner los ojos en blanco y anunciar que "no permitiremos". ¿Qué es lo que la señora Aguiñaga no permitirá a Lenin Moreno? Respuesta: "que se atente contra los derechos de los trabajadores, contra los derechos de las mujeres".
Qué irritante es esta señora. Si algún gobierno en la historia reciente del Ecuador ha atentado contra los derechos de los trabajadores y de las mujeres —y de los pueblos indígenas y de los estudiantes y de los jubilados y de los militares y de los periodistas y de los médicos y de los profesores y de los sin techo y de los presos...— es el gobierno de Rafael Correa, del cual la señora Aguiñaga —y otras viudas de Correa—, que ahora se rasgan las vestiduras, han sido no solo incondicionales sino obsecuentes usufructuarios, aprovechadores y cómplices entusiastas.
Las oficinas de derechos humanos del Ecuador y de las Naciones Unidas, la OEA, el Sistema Interamericano de Derechos Humanos, la Unión Europea y muchas embajadas están plagadas de relatos de denuncias de defensores de derechos humanos. Sería demasiado largo —se ha lanzado un libro de 400 páginas sobre esto y la Universidad Andina se apresta a lanzar otro— ennumerar las atrocidades y atropellos a las libertades de las personas y de las organizaciones sociales ocurridos durante la última década, sobre todo desde el 2009 en adelante. Y la señora Aguiñaga pretende extorsionar políticamente el presidente Moreno y con una cara dura sin nombre habla de defender los derechos.
Y a pesar de que uno pueda indignarse con estas sinvergüencerías, sigue rondado la pregunta: ¿qué es lo que les irrita tanto? ¿Por qué tres o cuatro gestos de Moreno —que para una oposición radicalizada siguen siendo insuficientes, tibios y sospechosos— han puesto de cabeza a Correa y a sus lloronas hasta llegar al punto de hablar de traición, ponerle piquetes en la Plaza Grande y empezar una campaña en redes para debilitarlo y tumbarlo? Porque les pegó donde más les duele.
Me explico. El correísmo no es un movimiento político (lo fue alguna vez), ni una ideología fascista —sería otorgarles algo de inteligencia— ni una misión histórica. Es, en mi opinión, una camarilla dirigida por un aprendiz de caudillo. Para consolidarse en el poder, esta camarilla ha tenido dos cosas fundamentales: mucho dinero, una retórica izquierdista y un bien aceitado (en todos los sentidos) aparato de propaganda. Y ha tenido dos estrategias: la división y el miedo.
Bien, dinero ya no hay; esta camarilla se encargó de limpiarlo de la faz del Ecuador y no contenta con gastárselo —y en algunos casos afanárselo— nos dejó endeudados por al menos una década. De la retórica izquierdista ya casi nadie habla. Solo quedan algunos consecuentes con sus creencias, que ante la incapacidad de reconocer la realidad y su fracaso moral insisten en defender "el proyecto" o "los principios" pero solo de boca para afuera, porque o no saben hacer otra cosa o es el único recurso que les queda para justificar su propia estulticia y desvergüenza. La eficacia del aparato de propaganda es directamente proporcional a la cantidad de dinero que tenga el Estado. La camarilla, sin embargo, depende de este aparato de propaganda como el pez del agua. Por lo tanto, no lo van a desamparar. Aunque ha bajado al menos un 50% en su actividad, se han hecho muy pocas cadenas nacionales, la mayoría para defender a Glas. Un aparato venido a menos, pero aún con suficiente fuerza no para defender al gobierno de Moreno, sino para cumplir la consigna del partido: mantener la vigencia mediática de Rafael Correa mientras vuelve. Sin embargo, es un aparato a la defensiva: el propio Moreno ha señalado la necesidad de reformar la Ley de Comunicación. En la Supercom y en la Secom, los motores del aparato de propaganda, están aterrados. Y han levantado una estrategia de resistencia a la insinuación presidencial que consiste en trazar líneas rojas y temas innegociables. En las dos instituciones están cavando trincheras. Bueno, derecho a la resistencia que le llaman.
Despojada del tema del dinero y del discurso, y con el aparato de propaganda en estado de inercia, a la camarilla solo les quedaba la división y el miedo. Empecemos por este último. El miedo se impuso en el país a fuerza de navegar en un mar de cobardes y oportunistas que en su mayoría componen las elites del Ecuador. Se impuso usando el escarnio público —que es el segundo más grande temor humano luego de la muerte—, la persecución judicial, el espionaje y la extorsión económica. El gran generador del miedo, del terrorismo de Estado, fue Rafael Correa, y, como no, estuvo acompañado con entusiasmo por personajes menores —en cuerpo y alma— que entendieron perfectamente que este país se doblegaría y se resignaría, más temprano que tarde, a la amenaza, a la persecución y a la ausencia de esperanza. Para ello no dudaron en prostituir a las instituciones. Y los líderes de estas vieron que podrían destrozar sus propias instituciones por un plato de lentejas y otras prebendas. La camarilla, con la complicidad de esos líderes —que se decían la columna vertebral de la patria o la conciencia moral de una nación y otras sandeces— impuso el miedo. La táctica no fue masiva, sino selectiva: escogieron tres o cuatro alborotadores y lanzaron contra ellos todo el poder del Estado como una forma de escarmiento. Contra estos fue, además, todo el aparato de propaganda y se les hizo cargamontón. Fue basta; al ver esto, el resto se agachó en el hueco oscuro y esperó a que el tsunami pasara.
Pero el miedo fue también enfrentado por unos pocos valientes que, a pesar de conocer las consecuencias, prefirieron luchar a perder su humanidad y su alma. De esos pocos, este país deberá guardar sus nombres y, cuando algún día tengamos un buen gobierno, no importa cuando, deberá ponerlos en una plaza para recuerdo de las nuevas generaciones. Esos pocos lograron mantener la llama de la esperanza encendida, y al son de los hechos y las nuevas circunstancias, el miedo en el conjunto de la sociedad, cedió. La gente, que no queria o no podía hablar, habló. La gente, que no quería o no podía marchar, marchó. Y los que no querían o no podían protestar, protestaron, y gritaron, y no callaron nunca más. Creo que el punto más alto de esta explosión colectiva contra el miedo fue el 23 de febrero del 2014, en las elecciones para dignidades seccionales, las movilizaciones de la clase media en todo el Ecuador, en junio y julio del 2015, las movilizaciones de los sindicatos y organizaciones sociales durante todo el 2014 y el 2015 y el paro nacional y levantamiento indígena de agosto de ese mismo año.
Entonces el miedo cambió de bando: Correa tuvo miedo de enfrentar nuevas elecciones y se retiró de la posibilidad de volver a presentarse a una reelección por tercera vez. Correa es la encarnación del miedo. Sin Correa no existe el miedo. Y sin el miedo no existe el correísmo. Lenín Moreno, ahí donde lo ven, fue el resultado precisamente de la necesidad del correísmo de simular que ya no encarnaba el miedo. Lenín Moreno provoca cualquier cosa, menos miedo.
Sin dinero, sin discurso y sin miedo, solo quedaba el recurso de la división. El recurso de mantener dividida a la sociedad ecuatoriana. Aquí hay otra historia. Alianza PAIS sabía que sin Lenin Moreno perdería las elecciones del 2017. Electoralmente, Correa ya no era nadie. No le quedaba otro camino. Aún así la camarilla pretendió convertir a Moreno en un muñeco, en un títere, en un florero. Algunas fuentes cruzadas han asegurado que llegaron a la grosería de escribirle a Moreno el discurso de posesión del 24 de Mayo. Y la primera sorpresa para la camarilla fue que ese discurso no fue leído sino el del propio presidente electo. Cundió el pánico: el operativo para amarrar a Moreno de pies y manos y convertirlo en rehén de la camarilla se podía caer de un momento a otro. Luego vinieron otros gestos de independencia que la aún poderosa camarilla vio como inadmisible: la invitación de los medios y periodistas proscritos a Carondelet. La invitación al alto mando militar (cuando tanto Correa como Patiño se había esmerado en humillar a las Fuerzas Armadas y tratarlos poco menos que como conserjes). La negativa de Moreno a usar la guardia pretoriana mal llamada Servicio de Protección Pública. Pero la gota que derramó el vaso fue precisamente el puntillazo final a la estrategia de mantener dividida a la sociedad ecuatoriana: abrir el diálogo con la Conaie, devolverle su sede y empezar —tímidamente, sin embargo— y proceso de indulto presidencial: es decir, el nuevo gobierno reconoció a la Conaie como actor político. La destrucción de la Conaie, su división y su anulación como referente político era en lo que se había esmerado el gobierno de Rafael Correa. Por eso calificó de "innecesario desaire" esta acción política de Moreno.
El otro tema que aportó al linchamiento de la camarilla fue el llamado al diálogo con los líderes de la oposición; las reuniones con los líderes de los partidos de oposición; los discursos del Presidente contra el odio y contra la división en las familias y, finalmente, la instauración de las mesas de diálogo. Un proceso aún débil, pues existe demasiada sospecha sobre la sinceridad del nuevo gobierno. Es decir, ¿cómo creer que ahora quieren dialogar si durante una década se la han pasado tratando a los disidentes como enemigos ha quienes hay que perseguir y eliminar? Pero Moreno ha insistido en ello, aunque la figura de Paola Pabón, la secretaria de la Política, no esté a la altura de estos deseos. Algunos de estos gestos de Moreno —no todos como los quisiera la oposición, que también quiere decirle lo que tiene que hacer— echan por tierra el odio y la división como políticas de Estado. Esto, para la camarilla, es muy grave.
Entonces, aquí el corolario. La camarilla considera que el gobierno de Moreno es de transición para el retorno del líder supremo. Lo que le interesaba a la camarilla y a Correa era conservar el poder para el partido, aún con serias sospechas de fraude. Lo lograron gracias a la figura bonachona del nuevo presidente y a la ya insufrible ceguera de la oposición que pone su ombligo por encima de la democracia. Una vez logrado esto, me parece que la camarilla ha decidido que —como no puede controlar completamente a Moreno y convertirlo en su títere— el actual presidente ya no es de confianza y por tanto ya no es necesario.
Correa ha partido a Europa, a la espera de que se genere una crisis política y económica de tal magnitud que se vea en la necesidad de atender los llamados para que regrese sobre un caballo blanco. Mi teoría es que Correa no puede esperar mucho tiempo para eso, y él lo sabe. Sin su presencia física la gente puede olvidarlo. Mientras tanto, ha dejado a los alfiles de la camarilla para desgastar y dinamitar el gobierno de Moreno y abrirle un frente interno, para que no se atreva a cuestionar con actos lo que la camarilla sabe: el único e indiscutible líder se llama Rafael Correa y el único camino posible es su doctrina. Y es un despistado quien llegue a creer lo contrario. Y por eso se inventaron ese lema para la despedida de su líder: te esperamos Rafael. Les faltó agregar: lo más pronto posible. Incluso han creado un —pomposamente llamado— tanque de pensamiento, donde hay algunos inefables para, lo dicen sin despeinarse, guardar la pureza del proceso de la revolución ciudadana. Una especie de guardianes de la fe correísta. El último mensaje de Correa en Twitter puede ser interpretado en ese sentido: lo desleal y mediocre no perdurará. Al que se ha referido en esos términos el expresidente es a Lenín Moreno. Y los letreros de los pocos que se dieron cita para despedir a Correa en Tababela son más claros: Lenin, si te desvías seremos tu peor oposición.
Así que en estos meses tendremos a viudas, lloronas y plañideras, no solo lamentándose por la ausencia del amo, sino poniendo picas a toda iniciativa presidencial que sea vista como contraria a sus valores, como lo son el autoritarismo, la exclusión, el sectarismo y la persecución a la libertad de expresión... por ejemplo.
Qué irritante es esta señora. Si algún gobierno en la historia reciente del Ecuador ha atentado contra los derechos de los trabajadores y de las mujeres —y de los pueblos indígenas y de los estudiantes y de los jubilados y de los militares y de los periodistas y de los médicos y de los profesores y de los sin techo y de los presos...— es el gobierno de Rafael Correa, del cual la señora Aguiñaga —y otras viudas de Correa—, que ahora se rasgan las vestiduras, han sido no solo incondicionales sino obsecuentes usufructuarios, aprovechadores y cómplices entusiastas.
Las oficinas de derechos humanos del Ecuador y de las Naciones Unidas, la OEA, el Sistema Interamericano de Derechos Humanos, la Unión Europea y muchas embajadas están plagadas de relatos de denuncias de defensores de derechos humanos. Sería demasiado largo —se ha lanzado un libro de 400 páginas sobre esto y la Universidad Andina se apresta a lanzar otro— ennumerar las atrocidades y atropellos a las libertades de las personas y de las organizaciones sociales ocurridos durante la última década, sobre todo desde el 2009 en adelante. Y la señora Aguiñaga pretende extorsionar políticamente el presidente Moreno y con una cara dura sin nombre habla de defender los derechos.
Y a pesar de que uno pueda indignarse con estas sinvergüencerías, sigue rondado la pregunta: ¿qué es lo que les irrita tanto? ¿Por qué tres o cuatro gestos de Moreno —que para una oposición radicalizada siguen siendo insuficientes, tibios y sospechosos— han puesto de cabeza a Correa y a sus lloronas hasta llegar al punto de hablar de traición, ponerle piquetes en la Plaza Grande y empezar una campaña en redes para debilitarlo y tumbarlo? Porque les pegó donde más les duele.
Me explico. El correísmo no es un movimiento político (lo fue alguna vez), ni una ideología fascista —sería otorgarles algo de inteligencia— ni una misión histórica. Es, en mi opinión, una camarilla dirigida por un aprendiz de caudillo. Para consolidarse en el poder, esta camarilla ha tenido dos cosas fundamentales: mucho dinero, una retórica izquierdista y un bien aceitado (en todos los sentidos) aparato de propaganda. Y ha tenido dos estrategias: la división y el miedo.
Bien, dinero ya no hay; esta camarilla se encargó de limpiarlo de la faz del Ecuador y no contenta con gastárselo —y en algunos casos afanárselo— nos dejó endeudados por al menos una década. De la retórica izquierdista ya casi nadie habla. Solo quedan algunos consecuentes con sus creencias, que ante la incapacidad de reconocer la realidad y su fracaso moral insisten en defender "el proyecto" o "los principios" pero solo de boca para afuera, porque o no saben hacer otra cosa o es el único recurso que les queda para justificar su propia estulticia y desvergüenza. La eficacia del aparato de propaganda es directamente proporcional a la cantidad de dinero que tenga el Estado. La camarilla, sin embargo, depende de este aparato de propaganda como el pez del agua. Por lo tanto, no lo van a desamparar. Aunque ha bajado al menos un 50% en su actividad, se han hecho muy pocas cadenas nacionales, la mayoría para defender a Glas. Un aparato venido a menos, pero aún con suficiente fuerza no para defender al gobierno de Moreno, sino para cumplir la consigna del partido: mantener la vigencia mediática de Rafael Correa mientras vuelve. Sin embargo, es un aparato a la defensiva: el propio Moreno ha señalado la necesidad de reformar la Ley de Comunicación. En la Supercom y en la Secom, los motores del aparato de propaganda, están aterrados. Y han levantado una estrategia de resistencia a la insinuación presidencial que consiste en trazar líneas rojas y temas innegociables. En las dos instituciones están cavando trincheras. Bueno, derecho a la resistencia que le llaman.
Despojada del tema del dinero y del discurso, y con el aparato de propaganda en estado de inercia, a la camarilla solo les quedaba la división y el miedo. Empecemos por este último. El miedo se impuso en el país a fuerza de navegar en un mar de cobardes y oportunistas que en su mayoría componen las elites del Ecuador. Se impuso usando el escarnio público —que es el segundo más grande temor humano luego de la muerte—, la persecución judicial, el espionaje y la extorsión económica. El gran generador del miedo, del terrorismo de Estado, fue Rafael Correa, y, como no, estuvo acompañado con entusiasmo por personajes menores —en cuerpo y alma— que entendieron perfectamente que este país se doblegaría y se resignaría, más temprano que tarde, a la amenaza, a la persecución y a la ausencia de esperanza. Para ello no dudaron en prostituir a las instituciones. Y los líderes de estas vieron que podrían destrozar sus propias instituciones por un plato de lentejas y otras prebendas. La camarilla, con la complicidad de esos líderes —que se decían la columna vertebral de la patria o la conciencia moral de una nación y otras sandeces— impuso el miedo. La táctica no fue masiva, sino selectiva: escogieron tres o cuatro alborotadores y lanzaron contra ellos todo el poder del Estado como una forma de escarmiento. Contra estos fue, además, todo el aparato de propaganda y se les hizo cargamontón. Fue basta; al ver esto, el resto se agachó en el hueco oscuro y esperó a que el tsunami pasara.
Pero el miedo fue también enfrentado por unos pocos valientes que, a pesar de conocer las consecuencias, prefirieron luchar a perder su humanidad y su alma. De esos pocos, este país deberá guardar sus nombres y, cuando algún día tengamos un buen gobierno, no importa cuando, deberá ponerlos en una plaza para recuerdo de las nuevas generaciones. Esos pocos lograron mantener la llama de la esperanza encendida, y al son de los hechos y las nuevas circunstancias, el miedo en el conjunto de la sociedad, cedió. La gente, que no queria o no podía hablar, habló. La gente, que no quería o no podía marchar, marchó. Y los que no querían o no podían protestar, protestaron, y gritaron, y no callaron nunca más. Creo que el punto más alto de esta explosión colectiva contra el miedo fue el 23 de febrero del 2014, en las elecciones para dignidades seccionales, las movilizaciones de la clase media en todo el Ecuador, en junio y julio del 2015, las movilizaciones de los sindicatos y organizaciones sociales durante todo el 2014 y el 2015 y el paro nacional y levantamiento indígena de agosto de ese mismo año.
Entonces el miedo cambió de bando: Correa tuvo miedo de enfrentar nuevas elecciones y se retiró de la posibilidad de volver a presentarse a una reelección por tercera vez. Correa es la encarnación del miedo. Sin Correa no existe el miedo. Y sin el miedo no existe el correísmo. Lenín Moreno, ahí donde lo ven, fue el resultado precisamente de la necesidad del correísmo de simular que ya no encarnaba el miedo. Lenín Moreno provoca cualquier cosa, menos miedo.
Sin dinero, sin discurso y sin miedo, solo quedaba el recurso de la división. El recurso de mantener dividida a la sociedad ecuatoriana. Aquí hay otra historia. Alianza PAIS sabía que sin Lenin Moreno perdería las elecciones del 2017. Electoralmente, Correa ya no era nadie. No le quedaba otro camino. Aún así la camarilla pretendió convertir a Moreno en un muñeco, en un títere, en un florero. Algunas fuentes cruzadas han asegurado que llegaron a la grosería de escribirle a Moreno el discurso de posesión del 24 de Mayo. Y la primera sorpresa para la camarilla fue que ese discurso no fue leído sino el del propio presidente electo. Cundió el pánico: el operativo para amarrar a Moreno de pies y manos y convertirlo en rehén de la camarilla se podía caer de un momento a otro. Luego vinieron otros gestos de independencia que la aún poderosa camarilla vio como inadmisible: la invitación de los medios y periodistas proscritos a Carondelet. La invitación al alto mando militar (cuando tanto Correa como Patiño se había esmerado en humillar a las Fuerzas Armadas y tratarlos poco menos que como conserjes). La negativa de Moreno a usar la guardia pretoriana mal llamada Servicio de Protección Pública. Pero la gota que derramó el vaso fue precisamente el puntillazo final a la estrategia de mantener dividida a la sociedad ecuatoriana: abrir el diálogo con la Conaie, devolverle su sede y empezar —tímidamente, sin embargo— y proceso de indulto presidencial: es decir, el nuevo gobierno reconoció a la Conaie como actor político. La destrucción de la Conaie, su división y su anulación como referente político era en lo que se había esmerado el gobierno de Rafael Correa. Por eso calificó de "innecesario desaire" esta acción política de Moreno.
El otro tema que aportó al linchamiento de la camarilla fue el llamado al diálogo con los líderes de la oposición; las reuniones con los líderes de los partidos de oposición; los discursos del Presidente contra el odio y contra la división en las familias y, finalmente, la instauración de las mesas de diálogo. Un proceso aún débil, pues existe demasiada sospecha sobre la sinceridad del nuevo gobierno. Es decir, ¿cómo creer que ahora quieren dialogar si durante una década se la han pasado tratando a los disidentes como enemigos ha quienes hay que perseguir y eliminar? Pero Moreno ha insistido en ello, aunque la figura de Paola Pabón, la secretaria de la Política, no esté a la altura de estos deseos. Algunos de estos gestos de Moreno —no todos como los quisiera la oposición, que también quiere decirle lo que tiene que hacer— echan por tierra el odio y la división como políticas de Estado. Esto, para la camarilla, es muy grave.
Entonces, aquí el corolario. La camarilla considera que el gobierno de Moreno es de transición para el retorno del líder supremo. Lo que le interesaba a la camarilla y a Correa era conservar el poder para el partido, aún con serias sospechas de fraude. Lo lograron gracias a la figura bonachona del nuevo presidente y a la ya insufrible ceguera de la oposición que pone su ombligo por encima de la democracia. Una vez logrado esto, me parece que la camarilla ha decidido que —como no puede controlar completamente a Moreno y convertirlo en su títere— el actual presidente ya no es de confianza y por tanto ya no es necesario.
Correa ha partido a Europa, a la espera de que se genere una crisis política y económica de tal magnitud que se vea en la necesidad de atender los llamados para que regrese sobre un caballo blanco. Mi teoría es que Correa no puede esperar mucho tiempo para eso, y él lo sabe. Sin su presencia física la gente puede olvidarlo. Mientras tanto, ha dejado a los alfiles de la camarilla para desgastar y dinamitar el gobierno de Moreno y abrirle un frente interno, para que no se atreva a cuestionar con actos lo que la camarilla sabe: el único e indiscutible líder se llama Rafael Correa y el único camino posible es su doctrina. Y es un despistado quien llegue a creer lo contrario. Y por eso se inventaron ese lema para la despedida de su líder: te esperamos Rafael. Les faltó agregar: lo más pronto posible. Incluso han creado un —pomposamente llamado— tanque de pensamiento, donde hay algunos inefables para, lo dicen sin despeinarse, guardar la pureza del proceso de la revolución ciudadana. Una especie de guardianes de la fe correísta. El último mensaje de Correa en Twitter puede ser interpretado en ese sentido: lo desleal y mediocre no perdurará. Al que se ha referido en esos términos el expresidente es a Lenín Moreno. Y los letreros de los pocos que se dieron cita para despedir a Correa en Tababela son más claros: Lenin, si te desvías seremos tu peor oposición.
Así que en estos meses tendremos a viudas, lloronas y plañideras, no solo lamentándose por la ausencia del amo, sino poniendo picas a toda iniciativa presidencial que sea vista como contraria a sus valores, como lo son el autoritarismo, la exclusión, el sectarismo y la persecución a la libertad de expresión... por ejemplo.
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