Al Capone versus Jiménez y Villavicencio
Colocar un grillete electrónico en los tobillos de quienes denunciaron la corrupción más grande del Ecuador de los últimos 30 años habla de la clase de justicia que tenemos, de la clase de Estado que tenemos, de la clase de gobernantes que tenemos y de la clase de estatura moral que tenemos. Y hablo en plural porque esto es una afrenta para todos los que hemos sido testigos de este proceso y para todos quienes aún creen que es posible rescatar al Ecuador de un destino de sociedad mafiosa controlada por capos, que a su vez controlan las maquinarias que son conocidas con el dulce nombre de instituciones.
19 de julio del 2017
POR: Juan Carlos Calderón
Director de Plan V, periodista de investigación, coautor del libro El Gran Hermano.
Si se quiere dar un ejemplo de poli-tización de la justicia y judicia-lización de la politica (y del perio-dismo) los juicios contra Villa-vicencio y Jiménez son la más cruda evidencia".
El juicio es el 1772129131879 y está radicado en la Sala Especializada de lo Penal, Policial y Tránsito. La jueza es la Dra. Julieta Magaly Soledispa Toro. Desde su despacho se ha comunicado a Cléver Jiménez y a Fernando Villavicencio la sustitución de la orden de prisión que pesa sobre ellos por medidas —llamadas— sustitutivas. Una de estas medidas es la colocación de un grillete electrónico en uno de sus tobillos.
Los grilletes en los pies son sinónimos de esclavitud. Es una herencia arcaica del régimen que secuestraba africanos, los arrancaba de sus casas, los inmovilizaba de pies y manos, los trasladaba en barcos negreros a través del océano y los enterraba de por vida en plantaciones donde su único destino era cosechar algodón y engendrar niños que sería a su vez esclavos. Las imágenes de negros encolumnados arrastrando con cadenas pesadas bolas de hierro llegan a mi mente.
Luego la justicia penal se iría sofisticando y gracias a la tecnología, el sistema penal haría más sofisticado este método de tortura e inventaría el grillete electrónico. El ejemplo más cercano que tenemos en tiempo y en distancia es el grillete electrónico que lleva Leopoldo López, el líder más visible de la resistencia venezolana al régimen de Maduro-Cabello. No es extraña la coincidencia: López es un preso político al cual el gobierno neochavista lo acusa de autoría intelectual de la muerte de decenas de manifestantes por convocar a una movilización en la cual se dieron más de 40 muertes, la mayoría de ellas atribuidas al oficialismo. A Jiménez y Villavicencio, una justicia —todavía— neocorreísta les sigue un proceso penal por supuestamente haber difundido información reservada que habría sido hackeada de las cuentas de jerarcas del gobierno: del Procurador y del Secretario Nacional Jurídico.
(Nadie ha desmentido que esa era información de interés público, que ni Cléver ni Villavicencio hackearon esas cuentas, y que el motivo de su acusación —hemos de insistir en ello— es el mismo por el cual el gobierno de Estados Unidos tiene en la mira a Julian Assange, protegido por el Ecuador en su embajada en Londres).
Tampoco se ha desmentido, e incluso se ha reconocido a escala nacional e internacional, que las indagaciones y denuncias de Jiménez de casos de corrupción pública —en su condición de asambleísta por Pachakutik— y de Villavicencio como su asesor —y luego como reportero investigador de Plan V y luego de Focus—dieron el mayor de los golpes al descubrir y denunciar los pasos de una verdadera mafia de funcionarios, privados y testaferros dedicada a saquear las arcas fiscales a través de contratos chimbos, otorgados a dedo, con sobreprecio y que ese atraco fenomenal es el más grande denunciado de la época de la posdictadura militar. Es más, ante las evidencias mostradas, especialmente por Fernando Villavicencio, voceros del gobierno se dedicaron a competir con él con el patético y perverso recurso de disputarle la autoría de las investigaciones.
Pero no solo eso. A través de sus medios de información mercenarios se dedicaron a asesinar la imagen de esos dos personajes. Y luego les desempolvaron este y otros procesos, por el cual Jiménez estaba clandestino en Ecuador y Villavicencio tuvo que escapar a Lima para pedir un asilo político que está en trámite.
Bueno, a Jiménez y Villavicencio, esta jueza les ha dicho que les pondrá grilletes electrónicos para vigilar sus pasos y darles un régimen de semilibertad controlada, si es que eso es posible.
Todo esto suena no solo humillante sino algo completamente paradójico, afrentoso y aberrante. Es como si Al Capone hubiese ganado la Presidencia de los Estados Unidos y se hubiese dedicado a perseguir a Eliot Ness y al grupo de Los Intocables.
Colocar un grillete electrónico en los tobillos de quienes denunciaron la corrupción más grande del Ecuador de los últimos 30 años habla de la clase de justicia que tenemos, de la clase de Estado que tenemos, de la clase de gobernantes que tenemos y de la clase de estatura moral que tenemos. Y hablo en plural porque esto es una afrenta para todos los que hemos sido testigos de este proceso y para todos quienes aún creen que es posible rescatar al Ecuador de un destino de sociedad mafiosa controlada por capos, que a su vez controlan las maquinarias que son conocidas con el dulce nombre de instituciones.
Pero lo de los grilletes electrónicos no se queda ahí. La jueza Soledispa también dispuso que para estos dos atrevidos denunciantes se instale un cerco de vigilancia, que para el caso de Villavicencio, estará constituido por los límites de la provincia de Pichincha, y para el caso de Jiménez, los de Pichincha, Zamora Chinchipe y el espacio ocupado por la red vial ecuatoriana que permite la movilización entre ambas provincias. Esto último resulta curioso, pues qué pasaría sí en camino de Quito a Macas, a Jiménez se le antoja desviarse a comer un cuy en un pueblo de la Sierra Centro. ¿Le cae la policía en pleno e incautan el cuy, las papas y hasta el vaso de chicha? ¿Le mandan un correntazo electrónico al tobillo para inmovilizarlo? En fin...
Cléver Jiménez, que es una de las personas más nobles y valientes que he conocido, ha aceptado a someterse al régimen del grillete electrónico y a ese cerco de vigilancia que le da alas solo para moverse en carro desde su ciudad natal a Quito, sin chance para hacer pis. Conociéndolo como lo conozco, sé que llevará ese grillete con la dignidad que lo ha marcado siempre y lo mostrará —sin vergüenza alguna— donde sea y ante quien sea para ilustrar la clase de justicia que lo persigue y le impone este adminículo en su tobillo izquierdo. Lo hago, ha dicho, solamente para salir de la clandestinidad y poder abrazar a mis hijos. Sus hijos, estoy seguro, estarán orgullosos de saber que su padre, solo por abrazarlos, ha aceptado esta humillación, lo cual habla mucho de su grandeza.
Villavicencio, desde Lima, ha rechazado la medida, que incluye —como si esto fuera poco— la prohibición de salida del país y la obligación de presentarse ante ese juzgado (o lo que se autodenomina juzgado) una vez por semana. En su caso, estas dos medidas mencionadas, ya no aplican. Pero él, en su condición de hombre libre, ha optado otro camino —como en su tiempo lo hicieron Juan Montalvo y otros ecuatorianos—, el del exilio, porque así lo ha querido y es absolutamente respetable.
Lenín Moreno ha dicho —y lo ha aplicado en el Caso Glas— que él no influye en las decisiones de otras funciones del Estado. Menos crípticamente diríamos, que no se mete a dictar sentencias desde el micrófono ni manda sentencias en pendrive, como se hacía en la época de su antecesor. Esto que es lo normal, para las condiciones oprobiosas en que hemos vivido, resulta hasta revolucionario. Pero tampoco Moreno puede desconocer que este juicio contra Villavicencio y Jiménez es una de las afrentas más grandes sobre la justicia, los derechos humanos y que es una clarísima persecución política. Si se quiere dar un ejemplo de politización de la justicia y judicialización de la política (y del periodismo) los juicios contra Villavicencio y Jiménez son la más cruda evidencia. Y reconocerlo así y actuar en consecuencia —más allá de los afectos o los desafectos—, presidente Lenín Moreno, no solo remediará una injusticia y devolverá a la vida normal a estos dos hombres ecuatorianos y a sus familias, sino que lo engrandecerá como un estadista capaz de enmendar los actos inhumanos de su antecesor y redimir en algo el alma de esta patria avergonzada, que tanto usted como yo, y como Jiménez y Villavicencio, amamos.
Los grilletes en los pies son sinónimos de esclavitud. Es una herencia arcaica del régimen que secuestraba africanos, los arrancaba de sus casas, los inmovilizaba de pies y manos, los trasladaba en barcos negreros a través del océano y los enterraba de por vida en plantaciones donde su único destino era cosechar algodón y engendrar niños que sería a su vez esclavos. Las imágenes de negros encolumnados arrastrando con cadenas pesadas bolas de hierro llegan a mi mente.
Luego la justicia penal se iría sofisticando y gracias a la tecnología, el sistema penal haría más sofisticado este método de tortura e inventaría el grillete electrónico. El ejemplo más cercano que tenemos en tiempo y en distancia es el grillete electrónico que lleva Leopoldo López, el líder más visible de la resistencia venezolana al régimen de Maduro-Cabello. No es extraña la coincidencia: López es un preso político al cual el gobierno neochavista lo acusa de autoría intelectual de la muerte de decenas de manifestantes por convocar a una movilización en la cual se dieron más de 40 muertes, la mayoría de ellas atribuidas al oficialismo. A Jiménez y Villavicencio, una justicia —todavía— neocorreísta les sigue un proceso penal por supuestamente haber difundido información reservada que habría sido hackeada de las cuentas de jerarcas del gobierno: del Procurador y del Secretario Nacional Jurídico.
(Nadie ha desmentido que esa era información de interés público, que ni Cléver ni Villavicencio hackearon esas cuentas, y que el motivo de su acusación —hemos de insistir en ello— es el mismo por el cual el gobierno de Estados Unidos tiene en la mira a Julian Assange, protegido por el Ecuador en su embajada en Londres).
Tampoco se ha desmentido, e incluso se ha reconocido a escala nacional e internacional, que las indagaciones y denuncias de Jiménez de casos de corrupción pública —en su condición de asambleísta por Pachakutik— y de Villavicencio como su asesor —y luego como reportero investigador de Plan V y luego de Focus—dieron el mayor de los golpes al descubrir y denunciar los pasos de una verdadera mafia de funcionarios, privados y testaferros dedicada a saquear las arcas fiscales a través de contratos chimbos, otorgados a dedo, con sobreprecio y que ese atraco fenomenal es el más grande denunciado de la época de la posdictadura militar. Es más, ante las evidencias mostradas, especialmente por Fernando Villavicencio, voceros del gobierno se dedicaron a competir con él con el patético y perverso recurso de disputarle la autoría de las investigaciones.
Pero no solo eso. A través de sus medios de información mercenarios se dedicaron a asesinar la imagen de esos dos personajes. Y luego les desempolvaron este y otros procesos, por el cual Jiménez estaba clandestino en Ecuador y Villavicencio tuvo que escapar a Lima para pedir un asilo político que está en trámite.
Bueno, a Jiménez y Villavicencio, esta jueza les ha dicho que les pondrá grilletes electrónicos para vigilar sus pasos y darles un régimen de semilibertad controlada, si es que eso es posible.
Todo esto suena no solo humillante sino algo completamente paradójico, afrentoso y aberrante. Es como si Al Capone hubiese ganado la Presidencia de los Estados Unidos y se hubiese dedicado a perseguir a Eliot Ness y al grupo de Los Intocables.
Colocar un grillete electrónico en los tobillos de quienes denunciaron la corrupción más grande del Ecuador de los últimos 30 años habla de la clase de justicia que tenemos, de la clase de Estado que tenemos, de la clase de gobernantes que tenemos y de la clase de estatura moral que tenemos. Y hablo en plural porque esto es una afrenta para todos los que hemos sido testigos de este proceso y para todos quienes aún creen que es posible rescatar al Ecuador de un destino de sociedad mafiosa controlada por capos, que a su vez controlan las maquinarias que son conocidas con el dulce nombre de instituciones.
Pero lo de los grilletes electrónicos no se queda ahí. La jueza Soledispa también dispuso que para estos dos atrevidos denunciantes se instale un cerco de vigilancia, que para el caso de Villavicencio, estará constituido por los límites de la provincia de Pichincha, y para el caso de Jiménez, los de Pichincha, Zamora Chinchipe y el espacio ocupado por la red vial ecuatoriana que permite la movilización entre ambas provincias. Esto último resulta curioso, pues qué pasaría sí en camino de Quito a Macas, a Jiménez se le antoja desviarse a comer un cuy en un pueblo de la Sierra Centro. ¿Le cae la policía en pleno e incautan el cuy, las papas y hasta el vaso de chicha? ¿Le mandan un correntazo electrónico al tobillo para inmovilizarlo? En fin...
Cléver Jiménez, que es una de las personas más nobles y valientes que he conocido, ha aceptado a someterse al régimen del grillete electrónico y a ese cerco de vigilancia que le da alas solo para moverse en carro desde su ciudad natal a Quito, sin chance para hacer pis. Conociéndolo como lo conozco, sé que llevará ese grillete con la dignidad que lo ha marcado siempre y lo mostrará —sin vergüenza alguna— donde sea y ante quien sea para ilustrar la clase de justicia que lo persigue y le impone este adminículo en su tobillo izquierdo. Lo hago, ha dicho, solamente para salir de la clandestinidad y poder abrazar a mis hijos. Sus hijos, estoy seguro, estarán orgullosos de saber que su padre, solo por abrazarlos, ha aceptado esta humillación, lo cual habla mucho de su grandeza.
Villavicencio, desde Lima, ha rechazado la medida, que incluye —como si esto fuera poco— la prohibición de salida del país y la obligación de presentarse ante ese juzgado (o lo que se autodenomina juzgado) una vez por semana. En su caso, estas dos medidas mencionadas, ya no aplican. Pero él, en su condición de hombre libre, ha optado otro camino —como en su tiempo lo hicieron Juan Montalvo y otros ecuatorianos—, el del exilio, porque así lo ha querido y es absolutamente respetable.
Lenín Moreno ha dicho —y lo ha aplicado en el Caso Glas— que él no influye en las decisiones de otras funciones del Estado. Menos crípticamente diríamos, que no se mete a dictar sentencias desde el micrófono ni manda sentencias en pendrive, como se hacía en la época de su antecesor. Esto que es lo normal, para las condiciones oprobiosas en que hemos vivido, resulta hasta revolucionario. Pero tampoco Moreno puede desconocer que este juicio contra Villavicencio y Jiménez es una de las afrentas más grandes sobre la justicia, los derechos humanos y que es una clarísima persecución política. Si se quiere dar un ejemplo de politización de la justicia y judicialización de la política (y del periodismo) los juicios contra Villavicencio y Jiménez son la más cruda evidencia. Y reconocerlo así y actuar en consecuencia —más allá de los afectos o los desafectos—, presidente Lenín Moreno, no solo remediará una injusticia y devolverá a la vida normal a estos dos hombres ecuatorianos y a sus familias, sino que lo engrandecerá como un estadista capaz de enmendar los actos inhumanos de su antecesor y redimir en algo el alma de esta patria avergonzada, que tanto usted como yo, y como Jiménez y Villavicencio, amamos.
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