De ovejunos y otros herbívoros
Quizás con aquellas declaraciones presidenciables estemos viviendo un cambio de época, quizás dejemos atrás la década que convirtió en fanáticos a los militantes, que avivó la apatía y agresividad del ecuatoriano, que hizo que muchos se rasgaran las vestiduras por gobernantes populistas, que dividió familias y amigos, que fraccionó a un país en dos pedazos que parecían difícilmente irreconciliables.
17 de julio del 2017
POR: Miguel Antonio Moreira
Comunicador. Es máster universitario en Imagen, Publicidad e Identidad Corporativa por la Universidad Camilo José Cela de Madrid. Director de la agencia creativa SOMOS Imagen & Comunicación. Apasionado por la reputación, marca personal y comunicación política.
Casi siempre se argu-menta que el Ecuador requiere de seres críticos, valientes, y no de más especies de herbí-voros".
Días atrás el presidente Lenin Moreno sorprendió a propios y extraños cuando declaró que en Ecuador “de a poco toda la gente va a ir abandonando su comportamiento ovejuno”. Leí alguna vez que la oveja es el único animal que no hace ruido para morir, no reclama cuando va a ser sacrificada, no se ve afectada por las circunstancias, ni se enoja. Quizás a aquello se refería el mandatario cuando escogió ese adjetivo. Acertó además en decir que quiere ser un presidente que se sentirá a gusto con la gente que critica; que ahora el país tendrá la oportunidad de criticar. “En más de una ocasión he manifestado que yo considero la crítica como el asesoramiento gratuito que tenemos los gobernantes” enfatizó Moreno.
Casi siempre se argumenta que el Ecuador requiere de seres críticos, valientes, y no de más especies de herbívoros. Ecuatorianos comprometidos con la verdad, audaces, disruptivos, que entiendan el cambio o la evolución de la realidad actual como una necesidad permanente en la búsqueda de mejores días. Que aplaudan la buena gestión de los administradores estatales, que respeten la autoridad como respetarían a otros individuos en puestos inferiores, que dejen la idea errada de que “no importa el político que robe, pero que haga obras”, y que no sean serviles ni ante los cacicazgos en pueblos remotos, ni con los gobernantes estatales.
Sabemos que un pueblo se deja dominar de la élite, por tres claras razones. Porque las circunstancias les parecen justas, porque a algunos el momento les conviene y por último, por miedo. Si extrapolamos esos motivos, fueron los que hicieron algunos tiranos en la Grecia antigua, gobernantes implacables que dejaron clásico el significado del término. En Egipto los faraones en sus delirios de grandeza también establecieron el canon del poder del gran rey, que inclusive aspiraba a perpetuarse más allá de la eternidad, y no es necesario irnos tan lejos para ver los escenarios de la dura realidad en la Cuba castrista o en la Venezuela chavista, donde a través de la represión y el miedo se han aupado el poder por muchos años.
Claro está que la gente ve a través de su propio prisma, pero pensar que en pleno siglo XXI, algunos políticos en Ecuador aún quieren a un pueblo sumiso, a la masa anónima, ignorante, es tan desfachatado como inverosímil. Porque la política requiere de honestidad intelectual, de compromiso social, de madurez emocional, pero demanda también de participación ciudadana responsable, crítica y coherente y no a la masa sumisa, extremadamente inocente, que solape a cínicos en el poder, a corruptos en las instituciones, que elimine la idea errada de que un presidente, prefecto o alcalde debe eternizarse en el poder, ese mismo que les produce placer y que es tan embriagante, que les estimula a acapararlo más y más.
Quizás con aquellas declaraciones presidenciables estemos viviendo un cambio de época, quizás dejemos atrás la década que convirtió en fanáticos a los militantes, que avivó la apatía y agresividad del ecuatoriano, que hizo que muchos se rasgaran las vestiduras por gobernantes populistas, que dividió familias y amigos, que fraccionó a un país en dos pedazos que parecían difícilmente irreconciliables. Porque una cosa es amar al Ecuador, a las instituciones, al Estado como expresión de la patria en la que hemos nacido, y no adorar al gobierno de turno, aclarando que el poder es efímero y que nadie es imprescindible en una democracia verdadera, donde los cambios son más que necesarios por sanidad política.
Dice un proverbio navajo que “No puedes despertar a alguien que finge estar dormido”, y posiblemente algunos no puedan dejar de lado su comportamiento “ovejuno”, pero es el momento, necesitamos una generación completa de ecuatorianos que tengan amplias expectativas de la administración pública. Que exijan mucho de ella, pero también que exploren espacios para ayudar y hacer verdadera ciudadanía, comprometida, coherente y trabajadora, que resalte lo positivo y que aprenda que lo negativo puede mejorar, si hacen su parte. Necesitamos ciudadanos cuyo sentido de la política cabalgue entre la frontera de la honestidad y la decencia. Que entendamos de una vez por todas que hay que dejar de ser masas para saber ser ciudadanos, que interioricemos que al Ecuador lo hacemos todos.
Casi siempre se argumenta que el Ecuador requiere de seres críticos, valientes, y no de más especies de herbívoros. Ecuatorianos comprometidos con la verdad, audaces, disruptivos, que entiendan el cambio o la evolución de la realidad actual como una necesidad permanente en la búsqueda de mejores días. Que aplaudan la buena gestión de los administradores estatales, que respeten la autoridad como respetarían a otros individuos en puestos inferiores, que dejen la idea errada de que “no importa el político que robe, pero que haga obras”, y que no sean serviles ni ante los cacicazgos en pueblos remotos, ni con los gobernantes estatales.
Sabemos que un pueblo se deja dominar de la élite, por tres claras razones. Porque las circunstancias les parecen justas, porque a algunos el momento les conviene y por último, por miedo. Si extrapolamos esos motivos, fueron los que hicieron algunos tiranos en la Grecia antigua, gobernantes implacables que dejaron clásico el significado del término. En Egipto los faraones en sus delirios de grandeza también establecieron el canon del poder del gran rey, que inclusive aspiraba a perpetuarse más allá de la eternidad, y no es necesario irnos tan lejos para ver los escenarios de la dura realidad en la Cuba castrista o en la Venezuela chavista, donde a través de la represión y el miedo se han aupado el poder por muchos años.
Claro está que la gente ve a través de su propio prisma, pero pensar que en pleno siglo XXI, algunos políticos en Ecuador aún quieren a un pueblo sumiso, a la masa anónima, ignorante, es tan desfachatado como inverosímil. Porque la política requiere de honestidad intelectual, de compromiso social, de madurez emocional, pero demanda también de participación ciudadana responsable, crítica y coherente y no a la masa sumisa, extremadamente inocente, que solape a cínicos en el poder, a corruptos en las instituciones, que elimine la idea errada de que un presidente, prefecto o alcalde debe eternizarse en el poder, ese mismo que les produce placer y que es tan embriagante, que les estimula a acapararlo más y más.
Quizás con aquellas declaraciones presidenciables estemos viviendo un cambio de época, quizás dejemos atrás la década que convirtió en fanáticos a los militantes, que avivó la apatía y agresividad del ecuatoriano, que hizo que muchos se rasgaran las vestiduras por gobernantes populistas, que dividió familias y amigos, que fraccionó a un país en dos pedazos que parecían difícilmente irreconciliables. Porque una cosa es amar al Ecuador, a las instituciones, al Estado como expresión de la patria en la que hemos nacido, y no adorar al gobierno de turno, aclarando que el poder es efímero y que nadie es imprescindible en una democracia verdadera, donde los cambios son más que necesarios por sanidad política.
Dice un proverbio navajo que “No puedes despertar a alguien que finge estar dormido”, y posiblemente algunos no puedan dejar de lado su comportamiento “ovejuno”, pero es el momento, necesitamos una generación completa de ecuatorianos que tengan amplias expectativas de la administración pública. Que exijan mucho de ella, pero también que exploren espacios para ayudar y hacer verdadera ciudadanía, comprometida, coherente y trabajadora, que resalte lo positivo y que aprenda que lo negativo puede mejorar, si hacen su parte. Necesitamos ciudadanos cuyo sentido de la política cabalgue entre la frontera de la honestidad y la decencia. Que entendamos de una vez por todas que hay que dejar de ser masas para saber ser ciudadanos, que interioricemos que al Ecuador lo hacemos todos.
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