martes, 14 de enero de 2014

Caricatura



Por: Simón Pachano
Los allanamientos de una casa y de una oficina al amparo de la noche hacen recordar los años oscuros de las dictaduras latinoamericanas. Como ocurría en aquellos tiempos, los allanadores no saben lo que buscan y no están seguros de lo que encontraron. Son clásicas las historias de las requisas y la quema de libros sobre el arte cubista, porque con toda seguridad debían ser manuales de guerrilla y terrorismo hechos en la isla caribeña, o la benevolencia ante el libro La sagrada familia, de Marx y Engels, porque para los encapuchados eso demostraba que ahí vivían personas creyentes. De cualquier manera, eso servía para capturar a los culpables y para meter miedo a los que sabían que tenían marcado su turno para una próxima noche. Por ello, el sigilo de los allanadores duraba solamente hasta el momento en que entraban. De ahí en adelante venían los gritos y toda la bulla necesaria para que se enteraran los vecinos. La quema de los libros y los documentos era pública, como pública es ahora la incautación de esos aparatos (de paso, hay que recordar que también es pública la rotura de periódicos, tan parecida a la quema de libros, que algún escozor debe provocar en los/as ministros/as poetas cuando ven despedazados la palabra y el pensamiento, para decirlo en sus términos).

Los avances tecnológicos determinan que ahora hurguen en computadoras en lugar de papeles. Les han dicho que dentro de ellas hay información maliciosamente obtenida y que al difundirla se ha puesto en altísimo riesgo a la seguridad nacional y, lo que es más grave, se ha ofendido a la majestad del poder. Pero, cuando se pregunta dónde está esa información se responde que aún no ha sido difundida. Nadie sabe hasta el momento lo que contienen los correos electrónicos que habrían sido cursados en las alturas y que por pirateo se encontrarían en esas computadoras. Los allanadores no sabían lo que buscaban, los fiscales aún no saben lo que encontraron, la gente no conoce el contenido porque nunca fue difundido. Lo único que se ha llegado a conocer, por medio del vocero mayor de la parte interesada y no de los fiscales que llevan el caso, es que en esos discos duros habría pornografía, lo que debe ser doblemente delictuoso en un ambiente de hombres-bien-hombres y mujeres-bien-mujeres.
En resumidas cuentas, hasta ahora no hay delito pero ya hay culpables. Puede ser que con el neoconstitucionalismo nos haya llegado la figura del delito potencial. Esta ya se utilizó en el caso de Luluncoto, cuando las camisetas, los afiches y los libros constituyeron pruebas de que algo podía suceder. Como en los años dictatoriales que creíamos superados, a los pavos hay que matarlos en la víspera. Si entre esos pavos se encuentra algún caricaturista hay que entender que la acusación será algo como competencia desleal, porque nadie puede atreverse a ironizar sobre personajes y situaciones que son en sí mismos una parodia o una caricatura de los que les antecedieron en el arte del allanamiento.

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