Por: Juan Cuvi
Que un Gobierno ejecute allanamientos políticos es un mal
síntoma. Estas medidas nos retrotraen a épocas oscuras y siniestras de la
historia (sobre todo latinoamericana), a excesos y brutalidades que suponíamos
superados. El allanamiento con visos políticos ha sido, desde siempre, un
recurso predilecto de dictaduras y gobiernos autoritarios. Hipócritamente
revestido de formalismos legales, como en tiempos de Febres Cordero, o
abiertamente ilícito, como en las dictaduras militares del Cono Sur, expresa
una forma muy particular de concebir y manejar el poder. Neutraliza, amedrenta
y, en última instancia, aterroriza a la sociedad.
Que un Gobierno autorice
allanamientos políticos escudados en la oscuridad y desolación de la madrugada,
y mediante un despliegue inusitado de fuerza, es un síntoma grave. Implica un
golpe de sorpresa digno de escenarios bélicos, jamás civiles. Es la
desproporción policial, el asalto, el abordaje, la irrupción violenta, la
invasión de la intimidad; refleja la renuncia a todo procedimiento jurídico
ecuánime y a toda acción política democrática. Son las reminiscencias de los
Estados policiales del siglo pasado, los procedimientos encubiertos por la
noche y la niebla con que se pretendía ocultar, a los ojos de la población, los
actos represivos del Régimen de turno. Que un Presidente de la República
declare olímpicamente que conoce algunos contenidos de una investigación fiscal
-que se supone reservada- es un síntoma peligroso, porque desborda toda
racionalidad institucional. Corrobora la sensación de indefensión que nos
invade cada día, y refrenda las advertencias respecto de un proyecto
totalitario que se estaría fraguando. Evidencia el silencio cómplice que
desborda a funcionarios públicos, asambleístas y jueces incapaces de salir por
sus fueros. Desnuda el talante de quienes en otras épocas habrían puesto el
grito en el cielo por hechos menores. Resume la verdadera naturaleza humana de
quienes algún día fungieron (o fingieron) de defensores de los derechos humanos,
y hoy se apoltronan en las penumbras del poder. Las versiones oficiales en el
caso de los allanamientos a las viviendas de Fernando Villavicencio y Cléver
Jiménez son, por decir lo menos, deleznables. Tanto la del Gobierno como la de
la Fiscalía. ¿De qué "acto urgente" estamos hablando? ¿Qué delito
estaban cometiendo o iban a cometer los implicados que justificara una reacción
inminente de parte de las autoridades? ¿Por qué hacerlo en días previos a un
feriado inusualmente largo? Contrariamente a lo previsto por el oficialismo,
este acto de fuerza terminará por dar mayor crédito a las explicaciones de los
dos afectados antes que a las acusaciones en su contra. La suspicacia de la
gente tiene ojos para ver detrás de la niebla .
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