martes, 28 de enero de 2014

Elsie Monge: el miedo crea una sociedad paralizada...



La Entrevista
La ganadora del Premio a las Libertades Juan Montalvo, que concede la AEDEP, evalúa el estado de los derechos humanos en Ecuador.
Con una sonrisa recibe a HOY en su despacho, a media cuadra del parque de La Alameda: un noveno piso que ocupa desde 1996, con una vista espectacular del centro y el sur de la ciudad. “Es otro Quito”, comenta, y confiesa que a veces, cuando sus obligaciones como directora ejecutiva de la Comisión Ecuménica de Derechos Humanos le dan un respiro, se pierde en el paisaje... 

¿Cómo recibe usted el premio Juan Montalvo ?
Me parece que el premio, entre otras cosas, resalta la importancia de los derechos humanos, que han ido copando espacio en la opinión pública desde hace un par de décadas. Antes ni se hablaba de eso. Ahora, para bien o para mal, los derechos humanos están presentes. Para mí, los derechos humanos son la base de la democracia. Si no se los respeta, ¿cómo se construye una democracia?
Los derechos humanos representan una serie de valores que pertenecen a la sociedad. ¿Qué ocurre cuando el poder se atribuye la condición de ser intérprete único de esos valores?
Eso es un problema grandísimo, porque toda violación de derechos humanos es un abuso de poder. Ese es el peligro del poder. Cuando se lo tiene, y peor si es una alta jerarquía, el peligro es abusar de él. Uno de los abusos es ese: la pretensión de que no hay otra verdad. Y eso siempre es una falacia. La democracia se caracteriza por tener pluralidad de criterios. La crítica es indispensable para avanzar, para corregir errores, para llegar a consensos. Claro que eso atraviesa por el diálogo. Y eso está ausente en la actualidad.
¿Diría que en el país hay un retroceso en el tema de los derechos humanos?
 Creo que el punto más débil actualmente, desde el Estado, es el de la libertades. Libertad de expresión, libertad de organización, libertad de movilización. Eso lo vemos negado a cada rato, por todo lado. Los periodistas, por un lado, pero también los movimientos sociales. Cuando reclaman derechos, ¿cómo pueden hacer oír su voz? Ellos no tienen acceso a la opinión pública. Entonces, para llamar la atención, hacen una manifestación. A lo mejor bloquean una carretera, y eso ya es criminalizado, es considerado terrorismo, muchas veces. Eso es una violación al derecho a la organización y al derecho a la libertad de expresión. Y claro, hay una utilización de la justicia con fines políticos. Porque se usa para que sirva de escarmiento para que nadie más se atreva a reclamar derechos. Por otro lado, eso debilita a la organización.
¿Cree que el escarmiento se está convirtiendo en sistema y pedagogía?
Escarmiento, amenaza... Creo que sí. Con todos estos hechos, lo que se busca es amenazar a otras organizaciones similares, a otras personas que piensen distinto.
Durante mucho tiempo, fue la izquierda de este país la que encarnó la lucha por esos valores contenidos en la carta de derechos humanos. Ahora hay un gobierno de izquierda que incurre en las cosas que usted ha señalado. ¿Se cometió el error de identificar los derechos humanos con una ideología, más que con una serie de valores sociales?
Yo creo que los derechos humanos tienen su propio espacio. No partidista. Tienen que estar por encima de intereses políticos. Entonces sí, me parece que eso es un error. Decir: la defensa de los derechos humanos es atribución solamente de la izquierda. El rato que alguien llegue al poder, sea de izquierda o de derecha, corre el peligro de violar derechos. Ese es el manejo del poder.
Pero en los hechos, fue la izquierda la que luchó por los derechos humanos. ¿Qué le faltó a esa izquierda? ¿Reflexionar sobre el ejercicio del poder? ¿Fue una izquierda que solo quiso tomar el poder pero le faltó reflexionar sobre él?
Bueno, ¿cuál izquierda? Se puede llamar izquierda pero, en los hechos, si no respeta derechos, no veo consecuencia. Creo que eso no hay que homologarlo con una línea ideológica. Por otro lado, yo lo que veo en los últimos años es una serie de contradicciones. Esto del doble rasero: para unos está bien, para otros no. Eso no va acorde con la igualdad de derechos, con la igualdad ante la ley. Creo que eso es un problema muy grande. Antes, la gente más progresista es la que reclamaba derechos. Pero hubo una cooptación. Entonces mucha de esa gente que reclamaba derechos, ahora está en el Estado y hay un giro muy pronunciado en cuanto a sus posiciones.
Usted ha dicho que la gente en el país tiene miedo. ¿A qué se refiere?
Ah, sí. Desde luego que sí. Una de las características que se sienten es el control por el miedo. Es un mecanismo utilizado por todos los gobiernos autoritarios. Y eso se ve en la sociedad. Eso crea un ambiente enrarecido, un ambiente de desconfianza. No se sabe a quién se le puede confiar la opinión, porque a lo mejor va a haber represalias. La desconfianza es nociva. ¿Cómo se lucha contra el miedo? Si se toman las cosas a nivel individual es más difícil. Si la gente se organiza y se apoya mutuamente, más allá de lo individual, hay una posibilidad de resistir. Individualmente, el miedo destroza. El vincularse, tener ideales, objetivos comunes ayuda a superar el miedo.
¿Cree que en el país hay muy poca reflexión ética sobre el poder?
Desde luego, la ética es la guía del accionar de las personas, de los Estados. Y la ética tiene que ver con las relaciones. ¿Cóomo puede haber ética en los atropellos?
¿Qué reflexiones éticas concretas haría usted sobre el poder en este momento?
Yo diría que el ejercicio del poder debe ser de servicio, pero eso muy pocas veces se logra. El poder se utiliza para avasallar, para dominar, para controlar. Entonces ¿cuáles son las reflexiones éticas? Trabajar por construir una sociedad más humana, de respeto mutuo. Ese sería el ideal de la democracia. Que los derechos de todos valgan lo mismo, sean respetados de igual manera y, además, con especial dedicación a los sectores más vulnerables. Se habla mucho de combatir la pobreza, pero no se habla de la desigualdad. Para mí es lacerante ver que el abismo se ensancha cada vez más. Eso tampoco es ético.
El país se encuentra ante la aprobación de un Código Penal al que la mayoría de analistas atribuyen una mayor carga punitiva. ¿Concuerda con ellos? ¿Cómo ve usted el nuevo Código Penal?
Sí, concuerdo. Hay algunas reformas que son positivas, como la tipificación de la desaparición forzada, el femicidio, que es un problema que sigue creciendo y hay que darle mayor atención. Pero el Código es totalmente punitivo. Y eso, para mí, va de la mano con el abuso del poder. Y esa mentalidad de que se resuelven los problemas con el endurecimiento de las penas. En países desarrollados ya lo han intentado. Por ejemplo, la pena de muerte en Estados Unidos. Eso no ha bajado la delincuencia. Esa es una pena extrema pero ni siquiera eso ha bajado la delincuencia. La idea de que las cosas se solucionan por la fuerza, con el castigo, no creo que sea una concepción adecuada. Si hay delincuencia, hay que entender el fenómeno en todo su contenido. No se trata solamente de castigar. Hay que crear condiciones para que la gente tenga trabajo, para que la educación sea de calidad, para que tenga oportunidades. En la medida en que eso mejore, disminuye la delincuencia.
¿Diría usted que se está apuntalando una visión policial de la sociedad?
Totalmente. Ese es el peligro: el estado policíaco. El endurecimiento de penas, por un lado. Por otro, el espionaje, otra manera de control. Eso crea, como decía anteriormente, un ambiente de miedo, de zozobra.
¿Que tipo de sociedad crea un Estado policíaco?
Una sociedad paralizada. La gente no se atreve a expresar lo que piensa. Por ejemplo: el principal empleador del país es el Estado y los empleados públicos no se atreven a decir lo que piensan, porque está su puesto de trabajo de por medio. Lo otro: todos estos actos violentos son amenazas también. Eso paraliza. ¿Dónde está el libre ejercicio de derechos si uno está con temor de que lo pueden acusar, procesar judicialmente?
A pesar de todo esto que usted señala, esta forma de ejercer el poder tiene un enorme respaldo de la ciudadanía. ¿Cómo lo interpreta?
Sí, claro, eso es otro fenómeno que se da, yo creo, con los regímenes autoritarios. No quiero comparar, pero fíjese en Hitler. ¡Qué respaldo tenía! Pero también ahí funcionaba el miedo. Y claro, la propaganda. Porque la propaganda es descomunal. Y eso a mucha gente le obnubila. No ve más allá. Lo que promueve la popularidad es la propaganda, que es a toda hora, en todo lugar, a todo nivel. Y el populismo: la repartición de favores, dinero, el bono mismo... Hay varios factores que llevan a eso.   (RA)
El personaje
Elsie Monge, de la congregación de hermanas Maryknoll, nació en Quito y se crió en Guayaquil. Más de 30 años de lucha por los derechos humanos en Ecuador la han hecho objeto de ataques y persecuciones. La Asociación Ecuatoriana de Editores de Periódicos la considera un símbolo.

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