La Entrevista
La ganadora del Premio a las Libertades Juan Montalvo, que
concede la AEDEP, evalúa el estado de los derechos humanos en Ecuador.
Con una sonrisa recibe a HOY en su despacho, a media cuadra
del parque de La Alameda: un noveno piso que ocupa desde 1996, con una vista
espectacular del centro y el sur de la ciudad. “Es otro Quito”, comenta, y
confiesa que a veces, cuando sus obligaciones como directora ejecutiva de la
Comisión Ecuménica de Derechos Humanos le dan un respiro, se pierde en el
paisaje...
¿Cómo recibe usted el
premio Juan Montalvo ?
Me parece que el premio, entre otras cosas, resalta la
importancia de los derechos humanos, que han ido copando espacio en la opinión
pública desde hace un par de décadas. Antes ni se hablaba de eso. Ahora, para
bien o para mal, los derechos humanos están presentes. Para mí, los derechos
humanos son la base de la democracia. Si no se los respeta, ¿cómo se construye
una democracia?
Los derechos humanos
representan una serie de valores que pertenecen a la sociedad. ¿Qué ocurre
cuando el poder se atribuye la condición de ser intérprete único de esos
valores?
Eso es un problema grandísimo, porque toda violación de
derechos humanos es un abuso de poder. Ese es el peligro del poder. Cuando se
lo tiene, y peor si es una alta jerarquía, el peligro es abusar de él. Uno de
los abusos es ese: la pretensión de que no hay otra verdad. Y eso siempre es una
falacia. La democracia se caracteriza por tener pluralidad de criterios. La
crítica es indispensable para avanzar, para corregir errores, para llegar a
consensos. Claro que eso atraviesa por el diálogo. Y eso está ausente en la
actualidad.
¿Diría que en el país
hay un retroceso en el tema de los derechos humanos?
Creo que el punto más
débil actualmente, desde el Estado, es el de la libertades. Libertad de
expresión, libertad de organización, libertad de movilización. Eso lo vemos
negado a cada rato, por todo lado. Los periodistas, por un lado, pero también
los movimientos sociales. Cuando reclaman derechos, ¿cómo pueden hacer oír su
voz? Ellos no tienen acceso a la opinión pública. Entonces, para llamar la
atención, hacen una manifestación. A lo mejor bloquean una carretera, y eso ya
es criminalizado, es considerado terrorismo, muchas veces. Eso es una violación
al derecho a la organización y al derecho a la libertad de expresión. Y claro,
hay una utilización de la justicia con fines políticos. Porque se usa para que
sirva de escarmiento para que nadie más se atreva a reclamar derechos. Por otro
lado, eso debilita a la organización.
¿Cree que el
escarmiento se está convirtiendo en sistema y pedagogía?
Escarmiento, amenaza... Creo que sí. Con todos estos hechos,
lo que se busca es amenazar a otras organizaciones similares, a otras personas
que piensen distinto.
Durante mucho tiempo,
fue la izquierda de este país la que encarnó la lucha por esos valores
contenidos en la carta de derechos humanos. Ahora hay un gobierno de izquierda
que incurre en las cosas que usted ha señalado. ¿Se cometió el error de
identificar los derechos humanos con una ideología, más que con una serie de
valores sociales?
Yo creo que los derechos humanos tienen su propio espacio. No
partidista. Tienen que estar por encima de intereses políticos. Entonces sí, me
parece que eso es un error. Decir: la defensa de los derechos humanos es
atribución solamente de la izquierda. El rato que alguien llegue al poder, sea
de izquierda o de derecha, corre el peligro de violar derechos. Ese es el
manejo del poder.
Pero en los hechos, fue
la izquierda la que luchó por los derechos humanos. ¿Qué le faltó a esa
izquierda? ¿Reflexionar sobre el ejercicio del poder? ¿Fue una izquierda que
solo quiso tomar el poder pero le faltó reflexionar sobre él?
Bueno, ¿cuál izquierda? Se puede llamar izquierda pero, en
los hechos, si no respeta derechos, no veo consecuencia. Creo que eso no hay
que homologarlo con una línea ideológica. Por otro lado, yo lo que veo en los
últimos años es una serie de contradicciones. Esto del doble rasero: para unos
está bien, para otros no. Eso no va acorde con la igualdad de derechos, con la
igualdad ante la ley. Creo que eso es un problema muy grande. Antes, la gente
más progresista es la que reclamaba derechos. Pero hubo una cooptación.
Entonces mucha de esa gente que reclamaba derechos, ahora está en el Estado y
hay un giro muy pronunciado en cuanto a sus posiciones.
Usted ha dicho que la
gente en el país tiene miedo. ¿A qué se refiere?
Ah, sí. Desde luego que sí. Una de las características que se
sienten es el control por el miedo. Es un mecanismo utilizado por todos los
gobiernos autoritarios. Y eso se ve en la sociedad. Eso crea un ambiente
enrarecido, un ambiente de desconfianza. No se sabe a quién se le puede confiar
la opinión, porque a lo mejor va a haber represalias. La desconfianza es
nociva. ¿Cómo se lucha contra el miedo? Si se toman las cosas a nivel
individual es más difícil. Si la gente se organiza y se apoya mutuamente, más
allá de lo individual, hay una posibilidad de resistir. Individualmente, el
miedo destroza. El vincularse, tener ideales, objetivos comunes ayuda a superar
el miedo.
¿Cree que en el país
hay muy poca reflexión ética sobre el poder?
Desde luego, la ética es la guía del accionar de las personas,
de los Estados. Y la ética tiene que ver con las relaciones. ¿Cóomo puede haber
ética en los atropellos?
¿Qué reflexiones éticas
concretas haría usted sobre el poder en este momento?
Yo diría que el ejercicio del poder debe ser de servicio,
pero eso muy pocas veces se logra. El poder se utiliza para avasallar, para
dominar, para controlar. Entonces ¿cuáles son las reflexiones éticas? Trabajar
por construir una sociedad más humana, de respeto mutuo. Ese sería el ideal de
la democracia. Que los derechos de todos valgan lo mismo, sean respetados de
igual manera y, además, con especial dedicación a los sectores más vulnerables.
Se habla mucho de combatir la pobreza, pero no se habla de la desigualdad. Para
mí es lacerante ver que el abismo se ensancha cada vez más. Eso tampoco es
ético.
El país se encuentra
ante la aprobación de un Código Penal al que la mayoría de analistas atribuyen
una mayor carga punitiva. ¿Concuerda con ellos? ¿Cómo ve usted el nuevo Código
Penal?
Sí, concuerdo. Hay algunas reformas que son positivas, como
la tipificación de la desaparición forzada, el femicidio, que es un problema
que sigue creciendo y hay que darle mayor atención. Pero el Código es
totalmente punitivo. Y eso, para mí, va de la mano con el abuso del poder. Y
esa mentalidad de que se resuelven los problemas con el endurecimiento de las
penas. En países desarrollados ya lo han intentado. Por ejemplo, la pena de
muerte en Estados Unidos. Eso no ha bajado la delincuencia. Esa es una pena
extrema pero ni siquiera eso ha bajado la delincuencia. La idea de que las
cosas se solucionan por la fuerza, con el castigo, no creo que sea una
concepción adecuada. Si hay delincuencia, hay que entender el fenómeno en todo
su contenido. No se trata solamente de castigar. Hay que crear condiciones para
que la gente tenga trabajo, para que la educación sea de calidad, para que
tenga oportunidades. En la medida en que eso mejore, disminuye la delincuencia.
¿Diría usted que se
está apuntalando una visión policial de la sociedad?
Totalmente. Ese es el peligro: el estado policíaco. El
endurecimiento de penas, por un lado. Por otro, el espionaje, otra manera de
control. Eso crea, como decía anteriormente, un ambiente de miedo, de zozobra.
¿Que tipo de sociedad
crea un Estado policíaco?
Una sociedad paralizada. La gente no se atreve a expresar lo
que piensa. Por ejemplo: el principal empleador del país es el Estado y los
empleados públicos no se atreven a decir lo que piensan, porque está su puesto
de trabajo de por medio. Lo otro: todos estos actos violentos son amenazas
también. Eso paraliza. ¿Dónde está el libre ejercicio de derechos si uno está
con temor de que lo pueden acusar, procesar judicialmente?
A pesar de todo esto
que usted señala, esta forma de ejercer el poder tiene un enorme respaldo de la
ciudadanía. ¿Cómo lo interpreta?
Sí, claro, eso es otro fenómeno que se da, yo creo, con los
regímenes autoritarios. No quiero comparar, pero fíjese en Hitler. ¡Qué
respaldo tenía! Pero también ahí funcionaba el miedo. Y claro, la propaganda.
Porque la propaganda es descomunal. Y eso a mucha gente le obnubila. No ve más
allá. Lo que promueve la popularidad es la propaganda, que es a toda hora, en
todo lugar, a todo nivel. Y el populismo: la repartición de favores, dinero, el
bono mismo... Hay varios factores que llevan a eso. (RA)
El personaje
Elsie Monge, de la congregación de hermanas Maryknoll, nació
en Quito y se crió en Guayaquil. Más de 30 años de lucha por los derechos
humanos en Ecuador la han hecho objeto de ataques y persecuciones. La
Asociación Ecuatoriana de Editores de Periódicos la considera un símbolo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario