Análisis
Por: José Hernández
Director adjunto
Mejores rutas, más presupuesto para salud y educación,
atención más sostenida para los sectores pobres, más inversión en la
infraestructura en general, mejora de algunos servicios… El correísmo quisiera
que sus críticos no reconocieran los avances que ha habido en siete años de
poder con un enorme chorro de petrodólares. Pues sería indecente
intelectualmente no hacerlo. Ahí no está el debate.
Lo que el correísmo quisiera es que, al reconocer esos
avances, no se dijera que en siete años hay más indecencia intelectual, más
cinismo, más autoritarismo. Un poder sin líneas rojas que acusa a quien quiere
de doble moral, cuando es lo que mejor practica.
El último ejemplo es el de Martha Roldós. El Presidente se
quejó de haber sido víctima de hackeo. Nadie sabe, sin embargo, de qué hackeo
se trató. Nadie ha visto mails o documentos suyos. Los de Martha Roldós sí
fueron publicados por la prensa del Gobierno y sirvieron de base para una campaña que ella tildó de linchamiento mediático.
¿Por qué no denunció, Presidente, ese atentado a la privacidad, cuando usted se
quejó del suyo? ¿Acaso es delito en su caso y no en el de Martha Roldós? ¿Quién
creó la figura jurídica del linchamiento mediático? ¿O es solo para uso suyo y
de los suyos?
En siete años, viejos camaradas, exguerrilleros,
socialcristianos reencauchados y poetas de todo tipo, se han dedicado a cambiar
biografías. Luchadores por los Derechos Humanos han mutado en panas de torturadores. Periodistas honestos
son sujeto de odio o conmiseración oficial: pobres tipos, enanos, caretucos,
traidores, canallas, enfermos mentales… Los indígenas, usados para sacar a
España de himnos y escudos en nombre de un ancestralismo trasnochado, son hoy
sospechosos y algunos están enjuiciados. Martha Roldós es ahora elemento importante
en una organización que, según algunos, colaboró en el asesinato de su propio
padre… ¿Es eso decencia intelectual, señor Presidente?
¿Es decente lavarse las manos, como hizo la Defensoría del
Pueblo (debiera agregar del “Pueblo correísta”) en el caso de Fernando
Villavicencio? ¿Sus niños no merecen protección contra la violencia ejercida
por la Fiscalía y la Policía al ingresar en su apartamento? ¿Es decente,
Gustavo Jalkh, haber convertido la Justicia en un brazo ejecutor de la
política? Usted, fiel católico, ¿encuentra justo que opositores del Gobierno
–adoradores o no del régimen stalinista– hayan sido condenados a pesadas penas
de cárcel? Usted, que sí sabía, lo que es “sabotaje y terrorismo”, ¿cree que es
jurídico, decente y justo, acusarlos de esas prácticas? ¿Es decente sostener
que Cléver Jiménez y Fernando Villavicencio, con quienes se puede tener
diferencias abismales, no denunciaron casos de corrupción? ¿De qué habla,
entonces, Villavicencio en sus libros? ¿Qué contienen, entonces, las denuncias
que Jiménez presentó en la Fiscalía?
¿Modernización de la infraestructura a cambio de cinismo y un
poder incontrolado? Eso no es nuevo. Leonardo Padura, para citar un escritor
cubano, describe en su novela El hombre que amaba a los perros la reacción de
la población rusa ante la dictadura de Stalin: “Era como si la gente solo
aspirara a llevar una vida común y corriente, incluso al precio infame de la
rendición”. También retrata a esos camaradas de Stalin que, lenta pero
inexorablemente, se callaron y luego se volvieron cómplices de sus crímenes:
“esos hombres que vivían con miedo a decir una sola palabra en voz alta, a
tener una opinión y se verían obligados a reptar, volteando la cabeza para
vigilar su sombra”. En esa magnífica novela afloran intelectuales que cayeron
en la abyección, como Gorki. O Maiakovski, quien prefirió suicidarse antes que
seguir siendo cómplice. Tolstói es citado por haber mantenido, escribe Padura,
“el don precioso de la indignación moral y por eso lanzaba contra la autocracia
su grito de “¡No puedo callarme!”
La concentración de poder no es, entonces, un estilo
personal. Es un sistema ante el cual, por buenas rutas que haya, no hay cómo
hacer ese tipo de canjes. ¿Los haría Usted, Presidente?
Felicidades por sus siete años. Que el ejército oficial de
insultadores también los disfrute.
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